sábado, abril 17, 2010

Karma Police

Mientras me como un plato de fruta con yogurt y un sabroso café recién hecho, en la mesa de al lado dos señores hablan de la omnipotencia de Dios. También de su tiranía, de su misoginia, y de cómo todos esos elementos lo hacen tan poderoso y tan modelo para los demás hombres (con ansias de grandeza o no). En esos momentos entra una indígena vendiendo muñecas de trapo, y uno de ellos le compra dos al tiempo que comenta el par de menciones que se hace en el nuevo testamento a las mujeres. Según la anécdota, Jesús sólo habla con sus apóstoles, a las mujeres se dirige para regañarlas, condenarlas o simplemente ponerlas en un lugar nada halagador. A punto estoy de preguntarles el nombre del libro que citan, pero me detengo cuestionándome si no es mi propia misoginia soterrada lo que me hace interesarme en el tema. Uno de ellos nota mi oreja en erección pero no parece molesto y yo apuro mi café, pido la cuenta y salgo a caminar por la plaza llena de señores, jóvenes, boleadores, niños y familias enteras en un andar pausado, alegre y despreocupado. Justo lo opuesto a lo que veo todo los días. Y a lo que vivo todos los días. No puedo evitar reconocer cómo me incomoda la tranquilidad, cómo puedo entregarme a ella sólo a ratos obligado por mi propia autoconciencia. Este lugar donde todo convive con fluidez, desde el hipismo chic, lo moderno, lo antiguo y lo en proceso de antigüedad se mezclan sin chocar en ningún momento, como si el conflicto se hubiera abolido por decreto. Doy la vuelta en una esquina donde está el Starbucks más solitario que he visto en mi vida y me dirijo al mercado municipal que está a dos cuadras del seminario Franciscano. La plaza está semipoblada y la iglesia semivacía por dentro, el mercado atiborrado de locales y turistas, o turistas locales, aquí es difícil distinguir. Lo mismo los acentos que conviven armónicamente con el inglés y el francés, como si de pronto La Torre de Babel se convirtiera en una broma exagerada. De regreso al hotel me recuesto en la cama y me pregunto cuánto podría estar así cuando para mí la vida es movimiento, una carrera de fondo, una huída a ninguna parte donde hay que procurar pasar a galope. Voy y hago el check out y decido no despedirme para fingir que nunca he estado ahí.