En medio de mi entrevista se escuchan los gritos histéricos de una jauría de fanáticos tan dispuestos a la fiesta como a la decepción. Los mexicanos no tenemos lado, o tenemos muchos, que en términos prácticos viene siendo lo mismo.
Llegando a la oficina no hay nadie que atienda el interfón, espero diez minutos a que alguien se digne a abrir la puerta y me arrepiento de haber declinado la invitación a comer de mi entrevistada cuando constato que mi wrap está ya frío. Llego justo antes del primer gol del equipo mexicano y algo en mi interior se conforta al ver el desconcierto en los bellos rostros franceses... pero nunca he sido de equipos: me cuesta trabajo empatar con emociones colectivas, así que lo único que me resta es ver esa euforia viral y la alegría efímera de un balón penetrando un arco y elevando en su giro un henchido patriotismo de temporal y un orgullo totalmente injustificado, como la mayoría de los orgullos...
2 comentarios:
ni modo manito, el fut es el fut.
ciertísimo.
Me encanta el fútbol, justo por eso. Absurdo y sin importancia, igual que la mayoría de los dioses y patrias por las que la gente mata. No todas, que sufri casos de diferencias.
Siempre, siempre, siempre en estas ocaciones me imagino a los países solucionano conflictos y odios así, en un campo de fútbol. Y, como se dice en mi tierra: "qué gane el máh mejoL."
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