sábado, noviembre 14, 2015

ISIS Inc.

El Misterio de ISIS

Autor anónimo

El autor tiene amplia experiencia en el Oriente Medio y fue oficial de un país miembro de la OTAN. Respetamos las razones del escritor para mantener el anonimato.
-Los Editores

Ahmad Fadhil tenía 18 años cuando su padre murió en 1984. Hay fotografías que sugieren que era relativamente bajo de estatura, llenito y usaba lentes gruesos. No era un terrible estudiante -recibió una calificación de B en la secundaria- pero decidió dejar la escuela. Había trabajo en las fábricas de ropa y de piel en su ciudad natal de Zarqa (Jordania), pero él prefirió trabajar en una tienda de video y ganar el dinero suficiente para hacerse unos tatuajes. También bebía alcohol, usaba drogas y se metía en problemas con la policía, así que su madre lo mandó a una clase de autoayuda islámica. Esto lo ayudó a dejar las adicciones y lo puso en un camino diferente. Para cuando Ahmad Fadhil murió en 2006, había sentado ya las bases para un estado islámico independiente de 8 millones de personas que controlaban un territorio más grande que la misma Jordania.

El ascenso de Ahmad Fadhil —o como era mejor conocido en la Yihad, Abu Musab al-Zarqawi— y de ISIS, el movimiento del que fue fundador, permanece casi inexplicable. El año 2003, que fue cuando inició sus operaciones en Irak, parece para muchos parte de una mundana y poco heroica era de empresas de internet y una lenta expansión del sistema de comercio global. A pesar de la invasión a Irak liderada por Estados Unidos ese año, las fronteras de Siria e Irak eran estables. El nacionalismo secular árabe parecía haber triunfado sobre las fuerzas tribales y religiosas del pasado. Diferentes comunidades religiosas —yazidis, shabaks, cristianos, kakais, chiítas y sunitas— seguían viviendo juntas como la habían estado haciendo por un milenio o más. Los iraquíes y los sirios tenían mayores ingresos, educación, sistemas de salud e infraestructura, y aparentemente un futuro más promisorio que la mayoría de los ciudadanos del mundo subdesarrollado. ¿Quién iba a imaginar que un movimiento creado por un tipo en una tienda de video en la Jordania provincial podría destrozar un tercio del territorio de Siria e Irak, destruir sus instituciones históricas y —derrotando los ejércitos combinados de una docena de los países más ricos del mundo— crear un mini-imperio?

La historia es relativamente fácil de narrar, pero mucho más difícil de entender. Inicia cuando en 1989, Zarqawi, motivado por su clase de autoayuda islámica, viaja de Jordania a hacer la yihad en Afganistán. A lo largo de la siguiente década, luchó en la guerra civil afgana, organizó ataques terroristas en Jordania, pasó años en la cárcel ahí y regresó —con la ayuda de al-Qaeda— a montar un campo de entrenamiento en Herat, al noroeste de Afganistán. Fue desterrado de ese país por la invasión liderada por Estados Unidos en el 2001, pero fue ayudado a recuperarse por el gobierno iraní. Luego, en 2003 —con la ayuda de leales a Saddam— creó una red insurgente en Irak. Dirigiendo la mayoría de sus ataques contra los chiítas y sus sitios más sagrados, fue capaz de convertir una insurgencia contra las tropas norteamericanas en una guerra civil chiíta-sunita.

Zarqawi fue eliminado por un ataque aéreo estadounidense en 2006, pero su movimiento sobrevivió sorpresivamente a la apabullante fuerza militar de 170 mil elementos y una inversión de 100 mil millones de dólares anuales por parte de las tropas de Estados Unidos. En 2011, después de su retirada, el nuevo líder Abu Bakr al-Baghdadi expandió sus dominios hacia Siria y restableció presencia al noroeste de Irak. En junio de 2014, el movimiento tomó Mosul —la segunda ciudad más grande de Irak— y en mayo de 2015 siguió con la ciudad de Ramada y la ciudad siria de Palmira, mientras sus seguidores tomaban el aeropuerto de Sirte, en Libia. Hoy, 30 países, incluyendo Nigeria, Libia y las Filipinas tienen grupos que se dicen parte del movimiento.

Aunque el movimiento ha cambiado su nombre siete veces y ha tenido cuatro líderes, continúa considerando a Zarqawi su fundador y propagando la mayoría de sus creencias originales y técnicas de terror. The New York Times se refiere al movimiento como “el Estado Islámico, también conocido como ISIS o ISIL”. Zarqawi lo llamaba también “Ejército Insurgente”, “Monoteísmo y Yihad”, “al-Qaeda en Irak” y “Consejo Mujahideen Shura”. (Un movimiento conocido por su mercadotecnia raramente se ha preocupado por la consistencia de su marca). Simplificaré los diferentes cambios de nombre y liderazgo refiriéndome a ellos como “ISIS” a lo largo de este artículo, aunque por supuesto ha evolucionado durante sus quince años de existencia.

Sin embargo, el problema radica no en relatar el éxito del movimiento sino en explicar cómo algo tan improbable fue posible. Las explicaciones dadas comúnmente a su surgimiento —la rabia de las comunidades sunitas, el apoyo logístico proveído por otros grupos y estados, su gobernanza, sus chorros de ingresos y su habilidad de atraer decenas de miles de luchadores foráneos— se quedan cortas como teorías convincentes sobre el éxito del movimiento.

Por ejemplo, el libro The Unraveling: High Hopes and Missed Opportunities in Iraq, de Emma Sky, un hábil, sutil y a ratos divertido reporte de sus días como oficial civil en Irak entre 2003 y 2010, ilustra la creciente ira sunita en Irak. Muestra cómo las políticas estadounidenses tales como la desbaasificación en 2003 empezó la alienación de los sunitas y cómo esto fue exacerbado por las atrocidades cometidas por la milicia chiíta en 2006 (50 cuerpos al día eran dejados en las calles de Bagdad, asesinados con taladros atravesando sus cráneos). Explica las —a veces imaginativas— medidas que se tomaban para ganarse la confianza de las comunidades sunitas durante la escalada del 2007 y de nuevo la enemistad del primer ministro iraquí al-Maliki con esas comunidades después de la retirada norteamericana en 2011 bajo presión de los líderes sunitas, su discriminación y brutalidad y la disolución de su milicia.

Pero muchos otros grupos insurgentes, muy diferentes a ISIS, parecían muchas veces tener una posición más fuerte como para convertirse en los vehículos dominantes de la “ira sunita”. Los sunitas en Irak tenían al principio poca simpatía con el culto a la muerte de Zarqawi y con la imposición de su movimiento de códigos sociales medievales. La mayoría se horrorizaba cuando Zarqawi hacía volar en pedazos las oficinas de las Naciones Unidas en Bagdad; cuando lanzaba una cinta donde él personalmente cortaba la cabeza de un civil norteamericano; cuando destruía el gran templo chiíta en Samarra y mataba a cientos de niños iraquíes. Después de organizar tres ataques con bombas contra hoteles jordanos —matando 60 civiles en una boda— los líderes jordanos y hasta su propio hermano firmaron una carta pública desconociéndolo. El periódico The Guardian solo hacía eco del sentido común al concluir en el obituario de Zarqawi que: “Básicamente, su brutalidad empaña cualquier aura, ofreciendo poca cosa salvo nihilismo y repulsión contra los musulmanes alrededor del mundo”.

Otros grupos insurgentes también parecían más efectivos. En 2003, por ejemplo, el grupo secular baasista era más numeroso, mejor equipado, mejor organizado y con comandantes militares más experimentados; en 2009, el ejército del “Despertar Chiíta” tenía muchos mejores recursos y su movimiento armado estaba más enraizado localmente. En 2011, el Ejército Libertad Siria, que incluía antiguos oficiales del régimen de Asaad, resultaba un líder más creíble de la resistencia en Siria; y también lo era en 2013 el ejército extremista Jabhat-al-Nusra. Por ejemplo, Hassan Hassan y Michael Weiss muestran en el libro ISIS: Inside the Army of Terror que al-Nusra tenía vínculos mucho más cercanos con grupos tribales al este de Siria —incluso casaba a sus soldados con mujeres de esos grupos.

El reporte de Hassan Hassan y Michael Weiss sugiere que el apoyo a ISIS en un principio era limitado porque era inspirado por ideólogos que despreciaban a Zarqawi y sus seguidores. Por ejemplo, el dinero de al-Qaeda que lanzó a Zarqawi en 1999,  era en sus palabras, “una miseria comparado con lo que al-Qaeda era capaz de desembolsar”. El hecho de que no le dieran más reflejaba el horror que a bin Laden le inspiraba la matanza de chiítas que hacía Zarqawi (la madre de bin Laden era chiíta) y su aversión por sus tatuajes.

A pesar de que los iraníes le dieron asistencia médica y refugio a Zarqawi cuando era fugitivo en 2002, perdió pronto su simpatía al enviar a su propio suegro con un chaleco suicida a matar al Ayatollah Mohammad Baqir al-Hakim, representante iraní en Irak, y al volar también uno de los templos chiítas más sagrados. Y aunque ISIS se ha apoyado por más de una década en la pericia técnica del ejército baasista y del general sufista iraquí Izzat al-Douri, quien controlaba la milicia baasista después de la caída de Saddam, dicha relación se ha tensado. (El movimiento no oculta su desprecio por el sufismo, su destrucción de templos sufistas o su repugnancia ante todo lo que representa el nacionalismo secular baasista árabe).

Tampoco es que el liderazgo de ISIS haya sido particularmente atractivo, elevado o competente —aunque hay que reconocer la comprensible repulsión de sus biógrafos. Mary-Anne Weaver, en un artículo del 2006 para Atlantic, describe a Zarqawi como “apenas letrado”, “un abusivo y un matón, contrabandista y borracho, e incluso un padrote”. Weiss y Hassan lo llaman “intelectualmente débil”. Jessica Stern y J.M. Berger, en ISIS: The State of Terror dicen que este “matón convertido en terrorista” y “estudiante mediocre… llegó a Afganistán como un cero”. Weaver describe sus “operaciones fallidas” en Jordania y sus aires de “desafortunado bombardero pretencioso”. Stern y Berger explican que bin Laden y sus seguidores no lo querían porque ellos “eran la mayoría miembros de una élite intelectual educada, mientras Zarqawi era un rufián sin educación y con mucha actitud”.

Si los escritores tienen mucho menos que decir acerca del líder actual, al-Baghdadi, es porque su biografía, como aceptan Weiss y Hassan, “aún bordea los niveles del rumor y la especulación, algunas veces motivados, de hecho, por propaganda yihadista de la competencia”.

Ni siquiera la distintiva aproximación de ISIS a la insurgencia —desde tomar ciudades a luchar contra ejércitos regulares— es una ventaja obvia. Laurence de Arabia sugirió que los insurgentes deben ser como la niebla —en todas partes y en ninguna— nunca fijar terreno ni malgastar vidas en batallas con ejércitos formales. El Presidente Mao insistía que las guerrillas debían ser como peces que nadan en el mar de la población local. Dichas visiones son los corolarios lógicos de la “guerra asimétrica” en la que un grupo pequeño, aparentemente más débil —como ISIS— debe enfrentar a un poderoso adversario como los militares iraquíes y estadounidenses. Esto está confirmado por estudios del ejército norteamericano de más de 40 insurrecciones históricas, lo que sugiere una y otra vez que mantener posiciones fijas, luchar batallas de campo y alienar las sensibilidades culturales y religiosas de los locales resulta fatal.

Pero dichas tácticas son exactamente parte de las estrategias explícitas de ISIS. Zarqawi perdió miles de soldados tratando de tomar Faluya en 2014. Desperdició las vidas de sus bombarderos suicidas en constantes batallas pequeñas e —imponiendo los castigos más draconianos y códigos sociales oscurantistas— indignó a las comunidades sunitas a las que decía representar. Los soldados de ISIS son ahora claramente atraídos por la habilidad del movimiento para controlar territorios en lugares como Mosul —como se confirma en una entrevista de un documental para la BBC de Yalda Hakim, Mosul: Living with Islamic State. Pero no está claro si esa táctica —aunque atractiva y hasta ahora exitosa— sea menos riesgosa.

Sin embargo, el comportamiento del movimiento no se ha vuelto menos imprudente o tácticamente bizarro desde la muerte de Zarqawi. Una estimación del estadounidense Larry Schweikart sugiere que han muerto 40 mil insurgentes, 200 mil han sido heridos y 20 mil capturados antes del incremento de tropas en 2006. Para junio del 2010, el General Ray Odierno estimó que 80% de los 42 líderes del movimiento han sido eliminados o capturados, mientras solo 8 permanecen en libertad. Pero tras la salida de las tropas de Estados Unidos en 2011, en lugar de reconstruir sus redes en Irak, los restos maltrechos eligieron lanzar una invasión a Siria y tomar no solo el régimen sino también el bien establecido Ejército de Liberación Siria. Atacaron la división siria del movimiento —Jabhat-al-Nusra— cuando se desintegró. Provocaron la ira de al-Qaeda en 2014 al matar al emisario del grupo en la región. Provocaron deliberadamente que decenas de miles de militares chiítas se unieran a la lucha del lado del régimen sirio y retaron a las fuerzas iraníes Quds al avanzar hacia Bagdad.

Después, ya luchando contra estos nuevos enemigos, el movimiento abrió otro frente en agosto de 2014 atacando Kurdistán, provocando la respuesta de las fuerzas kurdas que hasta entonces se habían mantenido al margen de la lucha. Degollaron al periodista norteamericano James Foley y al trabajador humanitario David Haines, atrayendo como resultado a los Estados Unidos y Gran Bretaña. Provocaron la ira de Japón al demandar cientos de millones de dólares por el rescate de un rehén que ya estaba muerto. Cerraron 2014 montando un ataque suicida en Kobane, Siria, ante 600 ataques aéreos del ejército de Estados Unidos, perdiendo miles de soldados y sin ganar ningún terreno. Cuando recientemente, en abril de este año, el movimiento perdió Tikrit y parecía debilitarse, la explicación parecía obvia. Los analistas estaban al borde de concluir que ISIS habían perdido por torpes, despreciables, ambiciosos, porque luchaban demasiados frentes sin apoyo local real, incapaces de traducir el terrorismo en un programa popular, inevitablemente rebasados por ejércitos formales.

Por lo tanto, algunos analistas han enfocado sus explicaciones no en las estrategias aparentemente militares auto-derrotistas sino en su gobernabilidad e ingresos, su apoyo de parte de la población y su confianza en decenas de miles de soldados foráneos. Armen Jawad al-Tamimi, compañero del Foro por el Oriente Medio, ha explicado en recientes publicaciones en su blog cómo en algunas ciudades ocupadas como Raqa, en Siria, el movimiento ha creado complejas estructuras de servicio civil, tomando el control incluso de desgastados departamentos municipales. Describe que los ingresos provienen de ganancias locales e impuestos sobre propiedades, y de rentar antiguas oficinas estatales iraquíes y sirias como locales para negocios. Muestra cómo esto le ha dado a ISIS una fuente de ingresos amplia y confiable, que es solo complemento del tráfico de petróleo y el saqueo de antigüedades tan bien descrito por Nicholas Pelham en estas páginas.

El poder de ISIS ahora está siendo reforzado por el impresionante arsenal que el movimiento ha tomado del desmantelado ejército iraquí y sirio —incluyendo tanques, humvees y piezas de artillería pesada. Reportes de The New York Times, The Wall Street Journal, Reuters y Vice News por los últimos doce meses han mostrado que muchos sunitas en Irak y Siria ahora sienten que ISIS es la única garantía plausible de orden y seguridad en la guerra civil y su única defensa contra ofensivas de los gobiernos de Damasco y Bagdad.

Pero aquí también la evidencia es confusa y contradictoria. El documental sobre Mosul de la BBC de Yalda Hakim evidencia la brutal dominación de ISIS. Sin embargo, Abdel Bari Atwan en su libro The Digital Caliphate describe (en palabras de Malise Ruthven) “una organización bien llevada que combina eficiencia burocrática y pericia militar con un sofisticado uso de la tecnología de la información”. Raid Al-Ali, en su excelente recuento de Tikrit, habla sobre la “incapacidad de gobernar” de ISIS y el colapso local del suministro de agua, electricidad, escuelas y finalmente de la población bajo su mando. “Explicaciones” que se refieren a los recursos y el aparente apoyo, o consentimiento, de la población local y el control del territorio, ingresos del gobierno local, petróleo, sitios históricos y bases militares, han sido el resultado del éxito del movimiento y de su monopolio de la insurgencia. No una causa de ésta.

En ISIS: The State of Terror, Stern and Berger ofrecen un análisis fascinante del uso del movimiento del video y las redes sociales. Han rastreado cuentas de Twitter individuales, mostrando cómo los usuarios van cambiando los manejadores de las cuentas, sobreponiéndose a las de la Copa Mundial al insertar imágenes de decapitaciones en los sitios de chat de futbol y creando nuevas aplicaciones y bots para incrementar sus números. Stern y Berger muestran que al menos 45 mil cuentas pro-movimiento estaban en línea el pasado 2014 y describen cómo sus usuarios intentaban eludir a los administradores de Twitter cambiando sus fotos de perfil con las banderas del movimiento por las de gatitos. Pero esto simplemente resalta la pregunta fundamental del porqué la ideología y las acciones del movimiento —aunque hábilmente producidas y comunicadas— han tenido tanta aceptación popular.

Tampoco ha habido una explicación satisfactoria de qué ha atraído a los 20 mil soldados foráneos que se han unido al movimiento. Al principio, el gran número que provenía de Gran Bretaña fue adjudicado al insuficiente esfuerzo del gobierno británico de asimilar a las comunidades de inmigrantes; luego Francia fue acusado de que su gobierno ejercía demasiada presión en dicha asimilación. Pero la verdad, estos nuevos luchadores foráneos parecen haber brotado de cualquier sistema político y económico concebible. Vienen de países muy pobres (Yemen y Afganistán) y de los países más ricos del mundo (Noruega y Qatar). Los analistas que argumentan que los soldados foráneos vienen de la exclusión social, la pobreza o inequidad deberían reconocer que emergen también de democracias sociales como Escandinavia hasta monarquías (miles de Marruecos), estados militares (Egipto), democracias autoritarias (Turquía) y democracias liberales (Canadá). Parece no importar que un gobierno haya liberado miles de islamistas (Irak) o los haya encerrado (Egipto), que haya impedido que un partido islámico ganara las elecciones (Algeria) o lo haya permitido. Túnez, que tuvo la transición más exitosa de la Primavera Árabe al elegir un gobierno islámico, aún así ha producido más soldados foráneos que cualquier otro país.

Tampoco es que el aumento en los soldados foráneos haya sido ocasionado por recientes cambios en políticas domésticas o en el Islam. Nada ha cambiado fundamentalmente en el panorama de la cultura o de las creencias religiosas entre 2012, donde no hubo casi ninguno de estos soldados en Irak, y 2014 cuando había ya 20 mil. El único cambio es que hubo de pronto un territorio disponible para atraerlos y arroparlos. Si el movimiento no se hubiera apoderado de Raqa y Mosul, muchos de esos hombres habrían continuado viviendo su vida con diferentes grados de presión —como los granjeros de Normandía o los empleados del ayuntamiento de Cardiff. Nos dejan otra vez con la tautología —ISIS existe porque puede existir— de que están ahí porque están ahí.

Finalmente, hace un año parecía plausible adjudicar la mayoría de la culpa del despunte del movimiento a la desastrosa administración del primer ministro de Irak al-Maliki. Ya no. En lo que va del año, un nuevo y más constructivo, moderado e incluyente líder, Haider al-Abadi, ha sido nombrado primer ministro; el ejército iraquí ha sido reestructurado bajo el mando de un ministro de defensa sunita; los viejos generales han sido removidos de sus cargos y gobiernos foráneos han competido para proveer de equipamiento y entrenamiento. Unos 3 mil asesores estadounidenses y capacitadores se han presentado en Irak. Formidables aviones de combate y vigilancia han sido suministrados por ese país, Gran Bretaña y otros. La Quds force, los estados del Golfo y la Peshmerga kurda se han unido a la lucha en tierra.

Por todas estas razones se esperaba que el movimiento reculara y perdiera Mosul en 2015 y en lugar de eso, en mayo ocupó Palmyra, en Siria y —casi simultáneamente— Ramada, a 300 millas de Irak. En Ramada, 300 soldados de ISIS desterraron miles de bien entrenados y equipados soldados iraquíes. El secretario de defensa de Estados Unidos, Ashton Carter, comentó:

Las fuerzas iraquíes simplemente no mostraron ganas de pelear. No fueron superados en números. De hecho, superaban con creces a sus oponentes y aún así no quisieron pelear. 

El movimiento ahora controla un “estado terrorista” mucho más extenso y mucho más desarrollado que lo que evocó George W. Bush en momentos álgidos de la “Guerra Global contra el Terror”. En ese entonces, las posibilidades de que extremistas suníes tomaran la provincia de Anbar fue utilizada para justificar el desplazamiento de 170 mil soldados estadounidenses y el gasto de más de 100 mil millones de dólares al año. Ahora, años después de ese hecho, ISIS controla no solo Anbar sino también Mosul y la mitad del territorio sirio. Sus afiliados controlan vastas porciones del norte de Nigeria y otras tantas de Libia. Cientos de miles han muerto y millones han sido desplazados; horrores inimaginables incluso para los talibanes —entre ellos la reimplementación de violaciones a menores y de la esclavitud— han sido legitimados. Y esta catástrofe no solo ha disuelto las fronteras entre Siria e Irak sino que ha provocado las fuerzas que ahora luchan por el poder entre Arabia Saudita e Irán en Yemen.

La evidencia más clara de que no entendemos este fenómeno es nuestra consistente inhabilidad de predecir —no digamos controlar— estos sucesos. ¿Quién predijo que Zarqawi crecería su poder después de que Estados Unidos destruyó sus campos de entrenamiento en 2001? Parecía improbable para casi todos que el movimiento se reagruparía tan rápidamente después de su muerte en 2006 y otra vez después de la embestida en 2007. Ahora sabemos muchas más cosas acerca del movimiento y sus miembros, pero eso no evita que muchos analistas sigan creyendo, apenas hace dos meses, que las derrotas en Kobane y Tikrit han triplicado la balanza contra el movimiento y que era improbable la toma de Ramada. Algo se nos está escapando.

Parte del problema puede ser que los comentadores aún prefieren enfocarse en lo político, en lo financiero y en las explicaciones físicas como la discriminación anti-sunita, la corrupción, la falta de servicios gubernamentales en los territorios ocupados y el uso de la violencia de ISIS. Las audiencias occidentales no están, por lo visto, casi nunca enfocándose en el desconcertante atractivo ideológico de ISIS. Me sorprendí al ver que incluso los oponentes sirios estaban profundamente conmovidos por un video que mostraba cómo el grupo destruía la “frontera Sykes-Picot” entre Irak y Siria, establecida desde 1916 y cómo derivó en unir tribus divididas. Yo estaba intrigado por la condena emitida por Ahmed al-Tayeb, el gran imán de al-Azhar —uno de los clérigos sunitas más reverenciados en el mundo: “Este grupo es satánico— deberían amputarles las piernas y crucificarlos”. Quedé desconcertado por el lamento de bin Laden por Zarqawi: “su historia vivirá por siempre con las de los nobles… Incluso si perdemos uno de nuestros grandes caballeros y príncipes, estamos felices de haber encontrado un símbolo…”

Pero la “ideología” de ISIS también es una explicación insuficiente. Al-Qaeda entendió mejor que nadie que la peculiar mezcla de los versos del Corán, el nacionalismo árabe, las historias de cruzadas, las referencias poéticas, el sentimentalismo y el horror pueden inspirar y sostener dichos movimientos. Pero incluso sus líderes pensaban que la aproximación de Zarqawi era irracional, culturalmente inapropiada y poco atractiva. Por ejemplo, en 2005, líderes de al-Qaeda enviaron mensajes a Zarqawi para que dejara de publicitar sus horrores. Utilizaron estratégicamente jerga moderna —“más de la mitad de esta batalla está siendo librada en los medios”— y le dijeron que la lección de Afganistán era que los talibanes habían perdido porque se habían confiado —como Zarqawi— en una base sectaria muy limitada. Y los líderes de al-Qaeda no fueron los únicos yihadistas salafistas que asumieron que su apoyo base prefería enseñanzas religiosas serias a videos snuff (así como aparentemente al-Tayeb asumió que el movimiento islámico no incendiaría a un piloto sunita árabe en una jaula).

Mucho de lo que ha hecho ISIS claramente contradice la intuición moral y los principios de sus seguidores. Y nosotros sentimos —a través de las cuidadas entrevistas de Hassan Hassan y Michael Weiss— que sus seguidores están al menos parcialmente conscientes de esas contradicciones. De nuevo, podemos enlistar a los diferentes grupos externos que han financiado y apoyado a ISIS, pero no hay conexiones ideológicas, identitarias o de intereses que liguen a Irán, el Talibán y a los baasistas unos a otros o a ISIS. Al contrario, cada caso sugiere que las instituciones que están severamente divididas en teología, política y cultura, improvisan a perpetuidad complicidades letales y hasta autodestructivas por conveniencia.

Los pensadores, soldados y líderes del movimiento que conocemos como ISIS no son grandes estrategas; sus políticas son continuamente fortuitas, descuidadas y hasta absurdas; sin importar si sus gobiernos son, como algunos señalan, hábiles o desafortunados, no están ofreciendo genuino crecimiento económico o justicia social sostenible. La teología, los principios y la ética de los líderes de ISIS no son ni sólidas ni defensibles. Nuestra espada analítica toca piedra muy rápido.

He estado tentado a argumentar que simplemente necesitamos más y mejor información. Pero eso sería subestimar la naturaleza ajena y desconcertante de este fenómeno. Para poner solo un ejemplo, hace cinco años ni siquiera los teóricos Salafi más severos se hubieran proclamado por la reimplementación del esclavismo, pero ISIS lo ha impuesto. Nada desde el triunfo de los vándalos en la África del Norte romana se había sentido tan repentino, incomprensible y difícil de revertir como el ascenso de ISIS. Ninguno de nuestros analistas, soldados, diplomáticos, oficiales de inteligencia, políticos o periodistas han producido aún una explicación lo suficientemente sofisticada —ni siquiera en retrospectiva— como para pronosticar el ascenso del movimiento.

Ocultamos esto de nosotros con teorías y conceptos que no soportan un análisis profundo. Y no vamos a remediarlo simplemente a través de la acumulación de más hechos. No está claro si nuestra cultura podrá generar el suficiente conocimiento, el rigor, la imaginación y la humildad para abarcar el fenómeno de ISIS. Pero por ahora, deberíamos admitir que no solo estamos horrorizados sino perplejos.

Artículo publicado en The New York Review Of Books el 13 de agosto de 2015
http://www.nybooks.com/articles/archives/2015/aug/13/mystery-isis/

Traducción mía por la pertinencia actual del fenómeno terrorista.

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