Como buen producto del machismo mexicano, odio ir al doctor. Pero ante la amenaza de la histeria colectiva que se avecinaba, fui a consulta en un hospital cerca de casa donde el ambiente era cercano a una ficción de Stephen King, todos con un papel azul cubriendo sus bocas y viendo a los demás como si en algún momento alquien fuera a convertirse en zombie. Yo hasta me divertí sintiéndome arma bacteriológica, aunque con la energía que traía, corretear imbéciles para comerles el cerebro no estaba ni en mi margen de maniobra ni en mis preferencias gastronómicas. Desafortunadamente, en este país eres lo que comes en el peor sentido que se le puede dar a la analogía, porque estoy seguro que si los tacos de seso hicieran algo por el coeficiente intelectual de la población, otro gallo nos cantara.
Al doctor que me recibe sólo alcanzo a verle sus ojos verdes. El timbre de su voz mejora por el filtro de la tela en sus labios y sus manos escriben con avidez mis informes en una lap-top como vieja posona en cualquier Starbucks. Me pregunto si el tipo no estará chateando mientras yo me desnudo sintomatológicamente, contándole mis desarreglos bacteriológicos y mi osadía antibiótica. Me dice lo que ya intuía y me comento a mi mismo que si hubiera que morirse de alguna chingadera de moda, emergente o apantalla-secretarios-de-salud preferiría algo mucho mas glamoroso que un virus porcino. No me malinterpreten, queridos cerdos, me encanta el tocino y la pierna al horno que hace mi madre, pero morirse de algo que tenga que ver con granjas, chiqueros y sobrepeso voluntario (si es que eso existe) es inviable en momentos en que hay tantas opciones iconoclastas y cargadas de harto dramatismo como para desperdiciarlas en algo tan vulgar como una gripe.
Después del toqueteo de rigor y de presumir amígdalas y vibrato sostenido, paso al asalto en despoblado que es la caja y farmacia de cualquier hospital privado sin quitarme el cubrebocas, para no desentonar con el tono sombrío que se ha vuelto casi oficial y me cae el veinte que acabo de pagar el equivalente a un boleto de avión a cualquier destino nacional, pero me tumbo el rollo al imaginarme camino al aeropuerto, estornudando en plena sala mientras me rodea un bonche de personas en trajes amarillos y mascarillas apocalípticas, rociándome con una sustancia extraña y llevándome a rastras al mundo donde todo han sabido reducir a su esencia genómica menos el buen gusto.
Mientras me río impunemente de mi mal chiste se me abre el apetito, pero la idea de comprar alimentos en estas circunstancias tragicómicas me hace cambiar de opinión y conformarme con un par de quesadillas caseras con yogurt para beber en la comodidad de mi cuarto y acompañado de la programación televisiva que ya me sé de memoria y que tan llena está de enfermeras ninfómanas, doctores intelectualmente atarantados y cirujanas oligofrénicas que tan poco favor le hacen a la práctica médica…
2 comentarios:
O sea, entendí bien? tienes influenza? porque sería mi primer caso conocido. No importa la plata, cuídate y alíviate pronto.
Lamento decepcionarte, pero no. Lo mio era una simple y sencilla infeccion de garganta. Pero ya estoy bien, gracias!
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