martes, noviembre 03, 2009

Inglorious Bastard

Siempre que enfrento situaciones por las que se asoma la violencia prefiero jugar la carta de la ecuanimidad. No hace mucho me topé con una tipa que me caga y que pasó empujando por donde estaba yo pisteando con mis amigos y la detuve sólo para decirle lo insoportable y cansona que era. Como la mujer puso cara de querer oír más le dije que era horrenda y muy vieja para jugar a la roquerita que todos quieren. Para no defraudar mis expectativas -cuando su precaria situación se lo permitió- la susodicha se me puso al brinco como si en este mundo todos fuéramos iguales y estuve a punto de acomodarle el peinado pero me ganó lo cool y sus amiguetes se la llevaron despotricando y buscando candidatos a partirme la cara (que tampoco es difícil encontrar). El episodio no pasó de ahí, pero de que tenía ganas de pegarle no hay duda, aunque no hubiera razón suficiente aparte de su pésimo gusto y su ruidosa personalidad muy parecida al sonido del motor de un carro tijuaneado a eso de las seis de la mañana después de una noche de farra (q.e.p.d. la Fawcett).

Pero enfrentarse de cara a la violencia en una ciudad como ésta, en pleno transporte público y a hora pico es harina de otro costal. Yo podré ser muy osado (al menos de lengua) pero al DF y las vías del metro y sus habitantes yo los respeto tanto como a mujer despechada con puñal en mano. Pero resulta que el respeto no siempre es recíproco y ahí es donde toca sacar el entrenamiento callejero que alguien de mis ínfulas debe tener: cuando alguien te detiene antes de subir la escalera y no te suelta a pesar de las tres advertencias de rigor no queda más que aplicar la de tirar el expresso-americano aún caliente que sostiene la mano derecha y lanzar el puñetazo mas épico del que seas capaz, esperar solo el tiempo suficiente para ver hasta donde fue a dar el susodicho y calcular que no se levante inmediatamente y te lo devuelva. Después toca acomodarte chaqueta y boina (el estilo morirá con uno) y seguir tu camino mirando siempre por el rabillo del ojo por si vienen tras de ti por la revancha o por un autógrafo, el cual hay que negar siempre con una sonrisa, porque nunca sabes de donde va a salir una cámara en Youtubeland.

Ahora que me duelen los huesos de la mano y los músculos del brazo pienso que hubiera disfrutado mucho más darle ese jodazo a aquella insoportable monserga hermosillense que a ese pobre vagabundo que tuvo la mala idea, en su cruda de cemento o lo que sea que este inn en la homelessness, de copar mi límite de tolerancia un viernes por la tarde, en hora pico y después de ver Inglorious Basterds!

2 comentarios:

pal dijo...

Justiciero. Tengo la familia llena de ellos. Difícil decidir a quien darle y más elegir la oportunidad correcta. Igual, como le digo a mi hijo, sino te toca ser el más fuerte, por lo menos el que raja a tiempo y más rápido. Sin volverte a mirar.
Me gustan tus relatos con estos señores tan humanos, no tienen "solución".

Socorro González B. dijo...

oye, dime quién es la morra, no?