Pero enfrentarse de cara a la violencia en una ciudad como ésta, en pleno transporte público y a hora pico es harina de otro costal. Yo podré ser muy osado (al menos de lengua) pero al DF y las vías del metro y sus habitantes yo los respeto tanto como a mujer despechada con puñal en mano. Pero resulta que el respeto no siempre es recíproco y ahí es donde toca sacar el entrenamiento callejero que alguien de mis ínfulas debe tener: cuando alguien te detiene antes de subir la escalera y no te suelta a pesar de las tres advertencias de rigor no queda más que aplicar la de tirar el expresso-americano aún caliente que sostiene la mano derecha y lanzar el puñetazo mas épico del que seas capaz, esperar solo el tiempo suficiente para ver hasta donde fue a dar el susodicho y calcular que no se levante inmediatamente y te lo devuelva. Después toca acomodarte chaqueta y boina (el estilo morirá con uno) y seguir tu camino mirando siempre por el rabillo del ojo por si vienen tras de ti por la revancha o por un autógrafo, el cual hay que negar siempre con una sonrisa, porque nunca sabes de donde va a salir una cámara en Youtubeland.
Ahora que me duelen los huesos de la mano y los músculos del brazo pienso que hubiera disfrutado mucho más darle ese jodazo a aquella insoportable monserga hermosillense que a ese pobre vagabundo que tuvo la mala idea, en su cruda de cemento o lo que sea que este inn en la homelessness, de copar mi límite de tolerancia un viernes por la tarde, en hora pico y después de ver Inglorious Basterds!
2 comentarios:
Justiciero. Tengo la familia llena de ellos. Difícil decidir a quien darle y más elegir la oportunidad correcta. Igual, como le digo a mi hijo, sino te toca ser el más fuerte, por lo menos el que raja a tiempo y más rápido. Sin volverte a mirar.
Me gustan tus relatos con estos señores tan humanos, no tienen "solución".
oye, dime quién es la morra, no?
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