miércoles, agosto 31, 2011
Dedos
Intento mentirme y no me creo... al menos no demasiado. Salgo por la noche de un día lluvioso como reclamo que no para. Mis tenis se mojan desde antes de subirme al metro, donde la temperatura es mínimo quince grados más alta. Es hora pico. Me lleva la chingada. La gente mojada huele mucho peor. Hay poco espacio y un tipo horrendo se recarga en mi con intenciones que no me interesa desentrañar. Sólo empujo firme pero sutilmente. Subo el volúmen al iPod que ofrece beats agradables y entusiastas, así sea por puro llevarme la contraria. Me pierdo en la música y apenas me doy cuenta de mi punto de trasbordo por los empujones de los usuarios con el mismo destino. La otra línea está peor pero al menos me toca algo no tan desagradable de ver de frente. No estoy de humor para flirtear, así que vuelvo a subirle a la música. Salgo del subterráneo una hora después y el clima no ha cambiado nada. Abro mi paraguas y me olvido que tengo gente alrededor mío que apenas y tienen tiempo de hacer una mueca. Caminar por Coyoacán no es tan desagradable como hacerlo en otras partes de la ciudad, sobre todo cuando llueve. Resulta irritante ver lo poco que han aprendido a convivir con su clima los habitantes de este monstruo mal urbanizado. Nosotros también hacemos lo propio con el desierto, asegurando a coro que nunca el verano fue tan caliente. Trato de recordar las veces que he utilizado un paraguas por allá y me sobran dedos. Me sobran dedos también para contar a la gente que extraño.
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1 comentario:
vengo de pasada. te leo... me acuerdo de mi y mi rabia cuando Santiago se anegaba (se escribe así?) y todos se sorprendían de que pasara. Todos los inviernos. Un beso. Espero que ya hayas vuelto... como dijo Nemesio Antunez, el pintor, ser extranjero es cansador. También dentro de tu propio país parece. (Yo no soporto el sur de Chile. No podría vivir en la provincia... sorry)
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