Primero que nada hay que reconocer que no hay una fórmula que funcione para todo. No hay tabla periódica de los elementos a combinar para ser la persona que queremos ser, en el remoto caso de tener claro ese pequeño -pero significativo- detalle. Pero si hay algo que debemos cultivar no es una rosa blanca ni en junio ni en enero (por más que se haya encontrado agua electorera en la localidad), sino la costumbre muy poco ejercitada de reconocer como propios esos sentimientos incómodos que no aparecen en la lista de valores del catequismo de conducta pueblerina que circulan por ahí en forma de fanzines de alto presupuesto y autoindulgencia miope.
Creo que no solo es saludable, sino necesario que aceptemos que dentro de nosotros se esconde también la mezquindad, la envida y otros sentimientos nada nobles pero reales que tal vez no sean bien vistos, pero al menos le dan a uno profundidad psicológica y combustible emocional. La represión de esos impulsos no significa que desaparezcan y por eso la importancia de dejarlos florecer aunque sea para uno mismo, saborearlos, regodearte en la potencial mala persona que pudieras ser si te lo propusieras.
Ser buena persona sirve (sobre todo para que pasen por encima de ti sin que digas mú), pero sirve más ser una persona de verdad, de esas que pueden tragarse un pedo por pudor, pero que pueden echárselo silenciosamente inculpando con la mirada al vecino de enfrente o al de atrás. O de esas que se alegran de la dicha ajena, pero tienen la seguridad de que ellos se la merecen más y que respiran hondo cuando la desdicha le llega a esa misma persona, sin envidiarle un ápice de dolor.
Ser buena persona es cuestión de constancia, la misma que se necesita para no serla: la misma que se necesita para saber defender ese territorio donde sólo es bienvenido el egoísmo (reflexivo si se puede), ese mal-reputado personaje que no ha sido capaz de abolir ninguna religión o sucedáneo.
martes, abril 25, 2006
lunes, abril 24, 2006
Dejavú
Me pregunto qué pasaría si surgiera en estos días de paranoia paidófila algún revival de Enrique y Ana, aquel dueto español dueño absoluto de la ñoñez inquietante y perversa de los primeros ochenta. No sé si me equivoque, pero seguro Enrique fue el primer maricón que identifiqué inmediatamente en el universo tacky del showbis de mi infancia. Y supongo que fue ciertamente revelador mi deseo de obtener un disco chino después de la euforia que causó su presencia en el concierto de "Juguemos a Cantar". Digo, no he sido nunca precisamente un fanático del oriente (me he resistido a Kurosawa, cuando mucho me he acercado a Wong Kar Wai y uno que otro exotismo, pero nada más).
Navegando en interné me enteré que Ana Anguita (así se apellida, pues) es ahora una flamante ama de casa y trabajadora de una empresa de telecomunicaciones en su natal España, mientras Enrique del Pozo (son sobrepeso, pero aún con pelo) vive de su pasado (¿glorioso?) persiguiendo él a los reporteros para dar declaraciones a ese engendro mediático que es la prensa rosa.
La verdad, me decepciona un poco el destino de flamante dueto. No es que esperara matrimonio y eso, sino algo más trashy o torcido como el destino de varios de los cachunes, que a la mejor que le ha ido está de invitada en el Thursday Night Live de La Condesa: "Desde Gayola".
Navegando en interné me enteré que Ana Anguita (así se apellida, pues) es ahora una flamante ama de casa y trabajadora de una empresa de telecomunicaciones en su natal España, mientras Enrique del Pozo (son sobrepeso, pero aún con pelo) vive de su pasado (¿glorioso?) persiguiendo él a los reporteros para dar declaraciones a ese engendro mediático que es la prensa rosa.
La verdad, me decepciona un poco el destino de flamante dueto. No es que esperara matrimonio y eso, sino algo más trashy o torcido como el destino de varios de los cachunes, que a la mejor que le ha ido está de invitada en el Thursday Night Live de La Condesa: "Desde Gayola".
sábado, abril 22, 2006
Místico
Me declaro un místico. Un místico radical: alguien a quien el misterio nunca será revelado en parte por su propia naturaleza escurridiza, en parte por el desinterés del sujeto que vengo siendo yo. Siempre me han machacado la importancia de la espiritualidad para el equilibrio de nuestra alma y nuestro cuerpo. Pues bueno, ya decidí que los misterios del mundo serán los guardianes de mi alma, guardianes mudos y reflexivos sólo hacia adentro para dejarme caminar ligero y etéreo sin importar si traigo botas, tenis o sandalias.
jueves, abril 13, 2006
Zapping Season
Según la historia Jesús, el hijo de Dios, se retiró cuarenta días al desierto antes de comenzar su vida pública que sabemos en qué terminó. Su ejemplo ha servido de mucho para aquellos que intentan desesperadamente conquistar la fama y pasar a la historia sin importar los medios, mientras el fin que sea se cumpla.
La cuaresma, según la iglesia católica, es la oportunidad que tenemos de parecernos a Jesucristo y ahí es donde los latinoamericanos somos buenísimos para interpretar los mensajes a nuestra conveniencia. Creyentes o no, la imagen que atesoramos del Mesías cristiano es la de un hombre mechudo, sentado en una silla playera con una botella de cerveza bien helada en una mano y una tostada de ceviche en la otra. El ayuno de carne es tan importante como el volumen de la grabadora tocando la cumbia de turno.
Podemos ver réplicas de la versión folclórica del hijo de Dios diseminadas por los litorales latinoamericanos en cuatro días de escenificación kitsch del calvario, con más de tres caídas etílicas y muchas Marías asoleando su palidez y trasladando su reino doméstico a una palapa desde donde vigilan a la parvada de escuincles que se pelean a muerte con las olas.
Supongo que a sabiendas de lo inalcanzable del ideal de pureza cristiana lo mejor que se puede hacer es convertir todo en una fiesta, aunque ésta se fabrique encima de la muerte de un personaje histórico. Si ese personaje cambió la historia es lo de menos y si los templos católicos se quedan igual de vacíos que las calles también. Lo importante es preservar la tradición popular de -al menos una vez al año- salirse con la suya.
¿Y qué le espera al que se quede encasa? Una programación televisiva obesa de películas con tema religioso siguiendo a pié el dicho de: si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma (aquí nos cambiamos de evangelio y de profeta pero la idea es adaptable): catequismo televisado y con comerciales para dar oportunidad de ejercitarse en eso que está a punto de convertirse en deporte olímpico: el zapping.
De la versión splatter-gótica de La Pasión, de Mel Gibson, pasamos a la alternativa y casi hereje La Última Tentación de Cristo (con David Bowie de ¡Poncio Pilatos!). Luego pasamos a los musicales o las épicas adaptaciones del evangelio que han hecho grandes directores como John Houston o Cecil B. de Mille, o los intentos fallidos de muchos otros de menor perfil pero a mayor fervor religioso que confunden al infante Nazareno con un Principito esquizofrénico o un Harry Potter autista (sin varita mágica ni capa invisible).
Todo eso no hace sino provocar una abstinencia forzada y un arrepentimiento inconfesable por no haberte unido a la caravana playera, desaprovechando la oportunidad de contribuir a la decoración colorista de la arena con botes de cerveza y empaques de comida chatarra...
La cuaresma, según la iglesia católica, es la oportunidad que tenemos de parecernos a Jesucristo y ahí es donde los latinoamericanos somos buenísimos para interpretar los mensajes a nuestra conveniencia. Creyentes o no, la imagen que atesoramos del Mesías cristiano es la de un hombre mechudo, sentado en una silla playera con una botella de cerveza bien helada en una mano y una tostada de ceviche en la otra. El ayuno de carne es tan importante como el volumen de la grabadora tocando la cumbia de turno.
Podemos ver réplicas de la versión folclórica del hijo de Dios diseminadas por los litorales latinoamericanos en cuatro días de escenificación kitsch del calvario, con más de tres caídas etílicas y muchas Marías asoleando su palidez y trasladando su reino doméstico a una palapa desde donde vigilan a la parvada de escuincles que se pelean a muerte con las olas.
Supongo que a sabiendas de lo inalcanzable del ideal de pureza cristiana lo mejor que se puede hacer es convertir todo en una fiesta, aunque ésta se fabrique encima de la muerte de un personaje histórico. Si ese personaje cambió la historia es lo de menos y si los templos católicos se quedan igual de vacíos que las calles también. Lo importante es preservar la tradición popular de -al menos una vez al año- salirse con la suya.
¿Y qué le espera al que se quede encasa? Una programación televisiva obesa de películas con tema religioso siguiendo a pié el dicho de: si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma (aquí nos cambiamos de evangelio y de profeta pero la idea es adaptable): catequismo televisado y con comerciales para dar oportunidad de ejercitarse en eso que está a punto de convertirse en deporte olímpico: el zapping.
De la versión splatter-gótica de La Pasión, de Mel Gibson, pasamos a la alternativa y casi hereje La Última Tentación de Cristo (con David Bowie de ¡Poncio Pilatos!). Luego pasamos a los musicales o las épicas adaptaciones del evangelio que han hecho grandes directores como John Houston o Cecil B. de Mille, o los intentos fallidos de muchos otros de menor perfil pero a mayor fervor religioso que confunden al infante Nazareno con un Principito esquizofrénico o un Harry Potter autista (sin varita mágica ni capa invisible).
Todo eso no hace sino provocar una abstinencia forzada y un arrepentimiento inconfesable por no haberte unido a la caravana playera, desaprovechando la oportunidad de contribuir a la decoración colorista de la arena con botes de cerveza y empaques de comida chatarra...
lunes, abril 10, 2006
Planeta Bíceps
¿Quién lo diría? Mientras Morrisey le dedica una canción a Pasolini, los temas de mis pedas mutan del snobismo cinéfilo-litarario-musical al otro lado de la moneda: la anatomía, los suplementos alimenticios, calorías, proteínas, lagartijas (sin obstáculos), sentadillas ídem, hiperextensiones, fondos, bíceps, tríceps, trapecio, hombro, pantorrillas y un etcétera anatómico y si nos descuidamos hasta anabólico.
Ahora los libros los tomo de a tres en tres y sólo para ejercitar los músculos de mis brazos. Eso sí, sólo si ya los he leído (si no, no hacen nada por mis bíceps). De ahora en adelante no compraré ninguno que tenga menos de 300 páginas y no sea de pasta dura (roguémosle a Freud para que se apruebe el precio único al libro). Incluso he pensado renunciar a la lectura, que mis ojos ya han leído y visto bastante (pal promedio, claro), y mejor comprarme un kit de pesas a las que sólo pueda leerles el peso.
Entre cerveza y cerveza (light porsu), platicamos de la dinámica del gimnasio, de los mejores traseros y la tensión sexual en la que parecen no tener permiso las mujeres, que se ven reducidas a afiches vivientes a los que sólo se les regala una breve mirada. Para mi es un mundo nuevo al que me resistía a entrar y casi todas mis sospechas han sido comprobadas: es la válvula de escape de toda homosexualidad latente, el espacio donde la virilidad se da todos los permisos, una especie de legión o hermandad narcisista inofensiva y orgullosamente onanista. Están aquellos a los que la disciplina les ha moldeado el cuerpo a medida de sus deseos y aquellos a los que sus deseos no les alcanza para mucho, pero el entusiasmo sigue ahí, esperando que el orgullo se deposite en ese pecho plano y reticente.
Yo, a parte de ejercitar mi cuerpo, pongo en forma mi capacidad contemplativa y analítica hasta que el dolor muscular insiste en recordarme que no pertenezco a ese sitio. Yo respondo mentalmente que lo que he hecho toda mi vida ha sido ajustar el decorado de mi isla desierta impenetrable, compuesta de una cobija iluminada por una linterna de mano, esperando ser descubierta.
Ahora los libros los tomo de a tres en tres y sólo para ejercitar los músculos de mis brazos. Eso sí, sólo si ya los he leído (si no, no hacen nada por mis bíceps). De ahora en adelante no compraré ninguno que tenga menos de 300 páginas y no sea de pasta dura (roguémosle a Freud para que se apruebe el precio único al libro). Incluso he pensado renunciar a la lectura, que mis ojos ya han leído y visto bastante (pal promedio, claro), y mejor comprarme un kit de pesas a las que sólo pueda leerles el peso.
Entre cerveza y cerveza (light porsu), platicamos de la dinámica del gimnasio, de los mejores traseros y la tensión sexual en la que parecen no tener permiso las mujeres, que se ven reducidas a afiches vivientes a los que sólo se les regala una breve mirada. Para mi es un mundo nuevo al que me resistía a entrar y casi todas mis sospechas han sido comprobadas: es la válvula de escape de toda homosexualidad latente, el espacio donde la virilidad se da todos los permisos, una especie de legión o hermandad narcisista inofensiva y orgullosamente onanista. Están aquellos a los que la disciplina les ha moldeado el cuerpo a medida de sus deseos y aquellos a los que sus deseos no les alcanza para mucho, pero el entusiasmo sigue ahí, esperando que el orgullo se deposite en ese pecho plano y reticente.
Yo, a parte de ejercitar mi cuerpo, pongo en forma mi capacidad contemplativa y analítica hasta que el dolor muscular insiste en recordarme que no pertenezco a ese sitio. Yo respondo mentalmente que lo que he hecho toda mi vida ha sido ajustar el decorado de mi isla desierta impenetrable, compuesta de una cobija iluminada por una linterna de mano, esperando ser descubierta.
jueves, abril 06, 2006
El país de la garnacha
Una garnacha puede ser muchas cosas, pero sobre todo es un símbolo de lo mal hecho cuya principal trampa estriba en lo entrañable que puede ser. Trampa porque los mexicanos somos cursis por antonomasia, nos conmovemos con un indígena llevándole rosas de castilla a una aparición virginal maquillada con un tono más oscuro de angel-face y luego de la parvada de fieles con pencas de nopal amarradas a la rodilla y arrastrándose para llevarle sus respetos al manto sagrado con esa imagen y todo lo que se construyó a partir de ella: una opulencia que festeja la verdadera trampa de la fe.
Salvador Elizondo le dijo a la Poniatowska, en entrevista, que México es el país de la garnacha. No porque esté Salvador muerto dejaré de darle la razón, aunque él se refería a la falta de seriedad de los mexicanos, donde no se respeta nada. Yo lo que creo es que eso no tiene que ser necesariamente negativo, el problema es cuando la seriedad se utiliza para amarrártela a las rodillas y caminar sobre ella para que se te cumpla algo que se te fue de las manos por pereza, dejadez o lo que sea y nunca hiciste nada con la esperanza peregrina de que hay alguien allá arriba que te auxiliará o se apiadará o se acordará de lo mucho que has sufrido y te repondrá en un cheque en blanco a tu nombre y para ti los sacrificios que has hecho y que ni te habías dado cuenta.
Ay, pero es tan bonita la música ranchera y la gastronomía mexicana encuentra su cúspide no en el soufflé de flor de calabaza o los chiles en nogada: La Garnacha debería estar en el centro de la bandera, en lugar del águila devorando a la serpiente porque los mexicanos no somos águilas ni serpientes. Cada vez me convenzo más de que la pendejez nacional tiene más que ver con la convicción que con la falta de opciones.
Salvador Elizondo le dijo a la Poniatowska, en entrevista, que México es el país de la garnacha. No porque esté Salvador muerto dejaré de darle la razón, aunque él se refería a la falta de seriedad de los mexicanos, donde no se respeta nada. Yo lo que creo es que eso no tiene que ser necesariamente negativo, el problema es cuando la seriedad se utiliza para amarrártela a las rodillas y caminar sobre ella para que se te cumpla algo que se te fue de las manos por pereza, dejadez o lo que sea y nunca hiciste nada con la esperanza peregrina de que hay alguien allá arriba que te auxiliará o se apiadará o se acordará de lo mucho que has sufrido y te repondrá en un cheque en blanco a tu nombre y para ti los sacrificios que has hecho y que ni te habías dado cuenta.
Ay, pero es tan bonita la música ranchera y la gastronomía mexicana encuentra su cúspide no en el soufflé de flor de calabaza o los chiles en nogada: La Garnacha debería estar en el centro de la bandera, en lugar del águila devorando a la serpiente porque los mexicanos no somos águilas ni serpientes. Cada vez me convenzo más de que la pendejez nacional tiene más que ver con la convicción que con la falta de opciones.
martes, abril 04, 2006
lunes, abril 03, 2006
Sobrevaloración, divino tesoro
Dios nos salve de las buenas intenciones y de los Mesías de pacotilla que deambulan por ahí buscando infiernitos que apagar y conciencias que sacudir. Dos ejemplos clarísimos: "Conspiracy of Silence" (Dios te salve), de John Deerry y "Crash", del oscareado Paul Haggis.
Osea, sí la iglesia católica, la doble moral, el mientras no se sepa o no se haga escándalo y tal, pero si tiene uno tantos Peros contra una institución, ¿porqué la insistencia de pertenecer a ella y luego querer democratizarla cuando tiene siglos enteros reafirmándose en su vocación autocrática y represora? Pero wow!!!, tratemos el tema de los homosexuales y el sida en los sacerdotes católicos y la candidez y virginal heterosexualidad de un héroe caído por el rumor malintencionado que mancha su reputación y le impide cumplir su sueño sin siquiera haber pecado más que de arrogante, para luego darse cuenta que la castidad tampoco se hizo para él, que la pureza está en otra parte. Un bostezo para esta película sería un elogio. Si hasta parece que a los mexicanos nos colonizó Irlanda y no los españoles, ¡joder!
"Crash" debía llamarse Trash y no sólo por su retrato de la basura racial y racista en Los Ángeles, California sino por su tufillo redentor y bienintencionado listo para despertar conciencitas pseudo-progresistas. Una novedad en la película: los negros tienen alma y hasta corazón, los musulmanes pueden llegar a hablar inglés, los blancos tienen corazón sólo si les haces bien la limpieza, los chicanos son rete buena gente, pero quién les manda no parecerlo, los orientales....¡ay, los orientales!: son tantos... y así, una cadena de favores mal hechos, hilados con la precisión de una copia al carbón de la "Magnolia" de Thomas Anderson sólo que cambiando la brillantez por el lugar común sin redención posible y cambiando las ranas por nieve milagrosa en medio del desierto... ¡Qué bonito es casi todo!
Ah, y olvidaba mencionarlo: Crash ganó el Oscar a mejor película, pero ¿cómo nos extraña algo así si la única vez en que se representaron a si mismos con un premio fue cuando "Forrest Gump" ganó todos los premios, evidenciando que la grandeza de América (esa en la que no estamos incluidos desde Tijuana a La Patagonia) es permitir que cualquier subnormal se convierta en héroe. Ups, olvidaba que uno de ellos hasta llegó a ser presidente y todo... incluso a reelegirse.
Osea, sí la iglesia católica, la doble moral, el mientras no se sepa o no se haga escándalo y tal, pero si tiene uno tantos Peros contra una institución, ¿porqué la insistencia de pertenecer a ella y luego querer democratizarla cuando tiene siglos enteros reafirmándose en su vocación autocrática y represora? Pero wow!!!, tratemos el tema de los homosexuales y el sida en los sacerdotes católicos y la candidez y virginal heterosexualidad de un héroe caído por el rumor malintencionado que mancha su reputación y le impide cumplir su sueño sin siquiera haber pecado más que de arrogante, para luego darse cuenta que la castidad tampoco se hizo para él, que la pureza está en otra parte. Un bostezo para esta película sería un elogio. Si hasta parece que a los mexicanos nos colonizó Irlanda y no los españoles, ¡joder!
"Crash" debía llamarse Trash y no sólo por su retrato de la basura racial y racista en Los Ángeles, California sino por su tufillo redentor y bienintencionado listo para despertar conciencitas pseudo-progresistas. Una novedad en la película: los negros tienen alma y hasta corazón, los musulmanes pueden llegar a hablar inglés, los blancos tienen corazón sólo si les haces bien la limpieza, los chicanos son rete buena gente, pero quién les manda no parecerlo, los orientales....¡ay, los orientales!: son tantos... y así, una cadena de favores mal hechos, hilados con la precisión de una copia al carbón de la "Magnolia" de Thomas Anderson sólo que cambiando la brillantez por el lugar común sin redención posible y cambiando las ranas por nieve milagrosa en medio del desierto... ¡Qué bonito es casi todo!
Ah, y olvidaba mencionarlo: Crash ganó el Oscar a mejor película, pero ¿cómo nos extraña algo así si la única vez en que se representaron a si mismos con un premio fue cuando "Forrest Gump" ganó todos los premios, evidenciando que la grandeza de América (esa en la que no estamos incluidos desde Tijuana a La Patagonia) es permitir que cualquier subnormal se convierta en héroe. Ups, olvidaba que uno de ellos hasta llegó a ser presidente y todo... incluso a reelegirse.
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