lunes, abril 10, 2006

Planeta Bíceps

¿Quién lo diría? Mientras Morrisey le dedica una canción a Pasolini, los temas de mis pedas mutan del snobismo cinéfilo-litarario-musical al otro lado de la moneda: la anatomía, los suplementos alimenticios, calorías, proteínas, lagartijas (sin obstáculos), sentadillas ídem, hiperextensiones, fondos, bíceps, tríceps, trapecio, hombro, pantorrillas y un etcétera anatómico y si nos descuidamos hasta anabólico.

Ahora los libros los tomo de a tres en tres y sólo para ejercitar los músculos de mis brazos. Eso sí, sólo si ya los he leído (si no, no hacen nada por mis bíceps). De ahora en adelante no compraré ninguno que tenga menos de 300 páginas y no sea de pasta dura (roguémosle a Freud para que se apruebe el precio único al libro). Incluso he pensado renunciar a la lectura, que mis ojos ya han leído y visto bastante (pal promedio, claro), y mejor comprarme un kit de pesas a las que sólo pueda leerles el peso.

Entre cerveza y cerveza (light porsu), platicamos de la dinámica del gimnasio, de los mejores traseros y la tensión sexual en la que parecen no tener permiso las mujeres, que se ven reducidas a afiches vivientes a los que sólo se les regala una breve mirada. Para mi es un mundo nuevo al que me resistía a entrar y casi todas mis sospechas han sido comprobadas: es la válvula de escape de toda homosexualidad latente, el espacio donde la virilidad se da todos los permisos, una especie de legión o hermandad narcisista inofensiva y orgullosamente onanista. Están aquellos a los que la disciplina les ha moldeado el cuerpo a medida de sus deseos y aquellos a los que sus deseos no les alcanza para mucho, pero el entusiasmo sigue ahí, esperando que el orgullo se deposite en ese pecho plano y reticente.

Yo, a parte de ejercitar mi cuerpo, pongo en forma mi capacidad contemplativa y analítica hasta que el dolor muscular insiste en recordarme que no pertenezco a ese sitio. Yo respondo mentalmente que lo que he hecho toda mi vida ha sido ajustar el decorado de mi isla desierta impenetrable, compuesta de una cobija iluminada por una linterna de mano, esperando ser descubierta.

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