martes, junio 23, 2009

三島由紀夫

Men wear masks to make themselves beautiful. But unlike a woman's, a man's determination to become beautiful is always a desire for death... (Y. Mishima)

Cuando Él murió yo aún no nacía. La cabeza desprendida de su cuerpo fue la metáfora final de la lucha que su mente mantuvo por mucho tiempo contra sus impulsos eróticos. Yo, antes de leer aquel libro que compré a escondidas, ya había visto la imagen entre seductora y trágica de San Sebastián en la enciclopedia familiar. También empezaban a ejercer un poder hipnótico sobre mí esos vellos oscuros que se asomaban de las axilas de los adolescentes. Pero encontrar todo eso verbalizado de esa manera en un libro cuyo título parecía aludir más a un carnaval o un circo que al despertar a la vida de un adolescente mimado e hipersensible, fue como entrar a otra dimensión. No sólo el ver reflejadas mis propias experiencias sensoriales y enterarme que alguien allá afuera, en otro tiempo y otro lugar tan diferente al mío, sentía lo mismo que yo sino que en lugar de presentarlo como algo vergonzoso o terrible, era capaz de convertirlo en algo poético y conmovedor gracias a la escritura. Y cuando pienso en ese libro en su lengua original me imagino un lienzo blanco con pictogramas de tinta china como pequeños y hermosos personajes contando entre todos esa historia que es de Él pero mía a mi manera: con desiertos brillantes en lugar de cerezos nevados, con mi individualidad precoz buscándose un espacio propio entre el hacinamiento en lugar de la construcción de una voz interior que haga compañía entre esos espacios amplios y la tiranía adulta condenando todo lo ajeno a la soledad, explicándonos ambos el mundo que está sobre nosotros con el temor a no entenderlo lo suficientemente rápido, antes que nos aplastase.

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