miércoles, junio 17, 2009

Jornada contra La Cursilería

Hay que estar en contra de la cursilería porque aparte de ser estéticamente muy desagradable, la considero dañina por varias razones y en muchos sentidos. El primero, y más importante creo, es que puede convertirse en una trampa para quienes sienten la imperiosa necesidad de compartir lo que ellos llaman sentimientos y que en realidad son sensaciones pasadas por el filtro del convencionalismo vestido de vulgaridad y cuya función nefasta es reducirlo todo a la mentira poetizada, a la falta de análisis, al exabrupto emocional en busca de foro.
El problema con la cursilería no son los encajes ni los floreros ni las crinolinas ni la mediacola ni el color rosa ni el lápiz decorado con plumas violetas ni los bolígrafos bicolores llenando el diario miado de una adolescente ni el ropón del bautizo ni la tanda húngara o el ramo lanzado ni el poema en verso ni la rosa blanca en junio como en enero para el amigo sincero que te da su mano manca. NO: esa es tan necesaria o cuando menos con el mismo derecho de existir que mi sarcasmo. Lo problemático viene cuando esa pereza mental disfrazada de lirismo se interpone entre la realidad y el discurso, entre los hechos y el análisis de los mismos, cuando entorpece la lectura de una realidad a veces ni tan compleja y muchas veces tan lapidaria que mucha gente siente la obligación de lanzarle ayes y odas como flores a un féretro terroso del que no queremos ver su interior y cuyo polvo que lo cubre es la metáfora de la negación sistematizada.
La cursilería es un virus mucho más peligroso que la influenza y contra eso no se ha inventado tapabocas. Y ni siquiera me atrevo a decir que el único retroviral existente sea el cinismo, que también se convierte en pandemia de tan improductivo y paralizante, sino el análisis con el apellido que quieran ponerle, pero empezando por ponerle el prefijo auto… da igual si le quieren poner un guión antes de pegarlo al sustantivo, que la gramática es lo de menos si la sintaxis interna nos permite darnos cuenta lo atrofiados que tenemos los verbos en la cabeza (únicos elementos de nuestro lenguaje que implican acción alguna).
Pero tampoco se trata de ponernos lingüísticos sino de dejar claro que si existe la cursilería en el lenguaje político, en las campañas, en la prensa y en las interlocuciones entre ciudadanos y gobiernos es por esa falta de autoanálisis, por dejar que nuestra manera de verbalizar las cosas nos indiquen lo que pensamos y no al revés, por apropiarnos de los diálogos de las telenovelas en lugar de exigir a sus autores que reflejen el nuestro, por decirnos tan sensibles al ver los niños famélicos del África colgados de una pantalla y poner la misma jeta con el conteo de infantes carbonizados en una guardería de un lugar -del que no voy a decir su nombre- que sólo gracias a la negligencia oficial y ciudadana es capaz de generar encabezados internacionales (hasta el NYT pues), por prostituir la lágrima al mejor espectáculo que pase frente a nosotros porque el dolor -señoras y señores- no se comprende ni se imagina ni se compara si no se quiere insultar a las verdaderas victimas, pero sobre todo no nos exime de la responsabilidad de haber elegido esos gobiernos y esos representantes hambreados de nuestro voto cada tres o seis años ni de permitirles todo lo que el fuero de nuestra indolencia les condona para luego hacer el numerito de la queja cansona y a destiempo, del lamento infecundo, dándole la espalda a la razón o viéndola feo porque no fue invitada a su propio velorio.
Dejémosle la cursilería al Siglo de Oro o a Pita, a Nervo o a la Cartland, incluso a las telenovelas o a Disney, o a Chabelo y el beso que le dio su maestra a la salida, o a Tatiana y el patio de su casa (de donde creo salio huyendo del marido), o a Paty Chapoy y su mafia chismosa, o a los obispos y la liturgia cristiana o de la que sea, pero no permitamos que nos nuble la razón, esa chingaderita que no necesita de flamas ni rosas para adornarse, que no se preocupa de modas ni de buen gusto o de si alguien se la tatúa en el brazo, pero que se sabe mientras más inoportuna, más valiosa.

2 comentarios:

pal dijo...

me reca... justo la primera vez que pasó por acá.
Dejémosle la cursilería al siglo de oro????? acabo de mandarle un poema de Quevedo (cursi???????? Quevedo?????) a Luisa. Y dejémosle a Nervo?????? bueno... ahí por lo menos te entiendo el por qué. No lo considero cursi, pero entiendo, es sentimental y pasional y no cualquiera acepta así hablar de sentiminetos.
Para que veas, yo cursi, cursi al que encuentro cuuuuuuursi es a Octavio Paz, cuando le leí lo de su teoría de la Malinche y la chingada y la que te parió (a ti, por mexicano) me díjeme: escriba poemas oiga, que es una lata su teoría. Pura guata (= panza)y palabras= cursi.

Eso sería.

(y? tamoh mal?)
Un besote.

Manuel dijo...

Pues empezamos mal porque a mi la mayoría de la poesía no me dice nada. Ni la de Octavio Paz, que fue un mexicano de a ratitos y que por regla general no tolero mucho. En lo del siglo de Oro tienes razón, aunque me lo haya llevado entre las patas por pura arrebato antiacadémico, pero Neruda, bueno...
El caso es que mi idea no era despotricar contra la cursilería en el arte sino la cursilería como forma de vida, que no sé si sea mas inviable que autoboicoteadora.

Saludos