sábado, enero 30, 2010

En espera...

--Te diría que le reces a San Judas, pero como no crees en Dios...
Así me deja mi hermana a las puertas del aeropuerto, con la sensación de que la suerte favorece sólo a los creyentes y aún así, sin la menor intención de abandonar mi agnosticismo: la duda es el nuevo negro; mismo color de mi destino al llegar a documentar y enterarme que he excedido el límite de peso reglamentario. Intento sumir la barriga y chupar mis mejillas como posando para foto de Facebook, pero caigo en cuenta que la fulana se refiere a esa maleta repleta de libros encima de zapatos que casi nunca uso y los cosméticos que estuve a punto de olvidar. No es difícil sacar la cuenta de mi naturaleza contradictoria y folclórica al echar un vistazo a ese bolso de mano: Bataille, Garibay, Marías (no las galletas, el autor), Coetzee, Pleynet, Frazer, Genet, Abril, tres números del comic Dylan Dog y una colección de postales de Warhol que me regalaron hace varios cumpleaños; abajo de esa montaña de libros, unas botas de piel temporada 2008 y encima de todo esto -haciendo malabares- mi cosmetiquera atiborrada de afeites Clinique, Neutrogena, Nutrimen C, Niquel y Sensodine. No hay muchas conclusiones que sacar con esta lista: todos sabemos cual -o quien o qué- es mi verdadero dios.
En ruta a abordar, veo un personaje que me parece familiar acompañando a una jovencita de más de 1.80 de estatura y rostro modiglianesco que fascinaría a mi amigo fotógrafo. Me espera un vuelo tranquilo, sin ataques de ansiedad ni dolor sinusítico ni de oídos y de camino en el taxi rumbo a casa, me quito los audífonos para que la verdadera banda sonora de la ciudad acompañe nuestro reencuentro. Todo hubiera sido mejor si el conductor no tuviera puesto la radio en un programa de una tal Martha de Bailey venerando a un idiota que vomita lugares comunes travestidos de sabiduría absoluta sobre relaciones de pareja. Me pregunto si esa gente tendrá tiempo de mantener una relación auténtica después de publicar un libro de autoayuda como ese, pero me tumbo el rollo y disfruto la hora y media del trayecto que parece paseo en ruleta rusa en cualquier parque de atracciones extremas.
Llego a casa, desempaco y me preparo algo de comer. Hago una siesta y me convenzo a mi mismo de que este día es para descansar, que la vida social puede esperar, que no hay nada de malo en oprimir on hold a la rutina para sustituirla por otra...

5 comentarios:

víctorhugo dijo...

Afeites, lecturas, papos, ¿y nada de machaca ni harinas?

Manuel dijo...

Nadita.

Anónimo dijo...

(soy Pal)
Hay un libro de Christina Nöstlinger que se llama Rosa Ridle, "Fantasma de la guarda".
Es el fantasma de una mujer que murió justo cuando intentaba defender a un judío en la época nazi en Austria.La atropelló un tranvía.
(Conoces Viena?)
Y ahora es un fantasma dedicado a defender a los niños que por no ser católicos no tienen angel de la guarda.
Yo elegí el mío hace rato. Me encantan los muertos queridos. No sé si ayudan, pero acompañan que es mucho.

No sé por qué, pero en esta historia yo me creí tú. Será que la sensación de cotidianidad y sus contradicciones, será la lectura (no los he leído a todos, pero no tengo problemas ... cualquier día.) Será tu hermana, que dice cosas como la mía, aunque la mía es como yo animista y no católica... será.

Elije nomás tu fantasma de la guarda y si puedes me cuentas.

Ps la historia de Fellini es así. Un día tenía fiebre y estaba en cama y llegó alguien a verlo con una berenjena en la mano y ya ves, lo de la gente creativa y el pie de manzanas de American pie. Y fue y lo escribió. Creo que lo leí en una Vanidades continental. Eso, nada tremendo. Ni preguntes por qué alguien va a ver a un enfermo con una berenjena en la mano... en el artículo el describía a la berenjena. Era lo central.
Beso.

Manuel dijo...

La historia de Fellini me encanta, trataré de rastrearla en la red. Gracias por tu constancia, Pal. Y no, ya quisiera yo haber estado ya en Viena :D

Manuel dijo...

Tengo ya mis fantasmas de la guarda y ahorita que lo mencionas me queda claro: se llaman Adán y Ricardo (no sé si les agrade que les diga así, porque pienso en ellos como si siguieran vivos, pero rara vez me encomiendo a ellos, falta de costumbre será).