(Relato reggaeton)
Me dan risa quienes dicen que ser mujer es difícil.
Yo desde que menstrué por primera vez y mis senos empezaron a crecer supe que era tan fácil como pelar un plátano para que alguien más se lo coma.
Entonces no era totalmente conciente del poder seductor de un uniforme escolar -mi subconsciente parecía tener mejor información que yo o en mi sangre nadaba el gen de potencial piruja- pero igual me subía la pretina de la falda para que quedara más corta cuando caminaba a la escuela y me divertía escuchar todos los comentarios y chiflidos de los hombres que parecían perros oliendo un hueso: el de mi trasero.
Nunca entendí del todo esa fascinación de los hombres con mis nalgas que a mi me parecían grotescas, a diferencia de mis senos (con sólo tocarme los pezones me enciendo cual rocola de cinco pesos), que siempre me han gustado porque no me pesan tanto ni rebotan como mi trasero.
Perdí la virginidad en un campo de futbol mal iluminado, aunque no podría presumir que con todo el equipo porque cuando desperté ya no había nadie para darle las gracias o gritarle: ¡Goooool!
En ese momento descubrí que ser mujer es dar gracias por todo, ponerte un letrero de CÓGEME en la espalda y salir a la calle buscando a quién complacer hasta que le agarras el gusto al golpe y al escupitajo, a todo eso que incluye el apostolado femenino.
Yo le doy gracias a Dios por todo: por haber nacido mujer, por tener buena nalga y por ser tan comprensiva y suave como la mantequilla.
1 comentario:
¡es tan rico ser puta!
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