El año 2006 fue el del ya merito, donde posiciones antes inamovibles fueron puestas a temblar por sus opuestos sin que se modificaran significativamente los rumbos. El presidente Bush tuvo su primer revés al perder la mayoría que ostentaba el partido republicano y, mientras más renuente se muestra el tejano a modificar su política bélica, más grande es la generosidad de las celebridades de su país, adoptando niños camboyanos, africanos y todo lo que pueda generar capital mediático.
Si Angelina Jolie es una Madre Teresa con mejor cutis, ¿por qué Madonna no puede ser el próximo Mesías en peróxido y mallas de lycra? Si Pamela Anderson entrada en años sigue los pasos de Briggite Bardot en su defensa de los animales, ¿por qué Ricky Martin no puede ser la Némesis del Rey Herodes y dejar que los niños se acerquen a él?
En México, la derecha a duras penas mantuvo el poder (se tambaleó ante Andrés Manuel López Obrador) y dejó claro que quien manda en esta mala imitación de democracia son los medios de comunicación. Los partidos han salido del clóset como nepotistas agencias de empleo y El Teletón fungió de nuevo como expiación de culpas corporativas y particulares, confundiendo buena voluntad con despiste ideológico mal musicalizado.
En Venezuela sucedió lo mismo, pero al revés: la oposición se soñó derrotando a Hugo Chávez por la vía electoral, prometiendo a los pobres su ascenso en sociedad, cuando para ellos la palmadita en la espalda y la demagogia de su líder parecen ser suficientes. Eso sí, tuvieron en Alicia Machado a la primer Miss Universo desnuda en la popular revista Playboy.
Fidel Castro da muestras de maestría en el manejo de la tensión dramática al tener al mundo pendiente de su estado de salud: la crónica de una muerte temida por unos y anhelada por otros que, como aves de rapiña, esperan el festín de la Cuba sin Fidel.
Colombia renueva sus lazos matrimoniales con el polémico presidente Álvaro Uribe, mientras exporta una telenovela clonada en toda Latinoamérica, Estados Unidos y España: "Betty, la fea", la versión más dilatada, complaciente y globalizada del "Patito Feo" de Hans Christian Andersen.
El brillo de Michel Bachelet fue opacado no sólo por la oportuna muerte del ex-dictador Augusto Pinochet, sino por la represión de la mandataria a las protestas estudiantiles que hicieron recordar esa época oscura de Chile que, desde hace rato han querido barrer bajo la alfombra para no empañar la bonanza económica.
Este fue el año de un continente bipolar, de utopías dándose contra la pared, del miedo propagado como virus paralizante donde quienes pueden costearse el lujo de la frivolidad se aferran a ella como a una balsa y donde la globalización evidencia la profunda desigualdad ejemplificada en la delgada imagen por televisión de un niño africano, al lado de una Nicole Richie con los medios masivos como sus weight-watchers particulares.
sábado, diciembre 30, 2006
martes, diciembre 26, 2006
Corsé
Navidad es un trámite tan forzado como corsé victoriano y más cursi que los encajes combinados con perlas (falsas porsu). Señora, señor, si no tiene usted un mejor pretexto para gastarse lo que no tiene es momento de iniciarse en el menos decepcionante y siempre vigente mundo de las drogas (y no me refiero a las tarjetas de crédito). Al menos éste no necesita tanta decoración y big news!, el foco es ecofriendly: no necesita energía eléctrica.
Y si lo suyo es un pretexto para la sensiblería, pues escriba poemas y pensamientos y luego mándelos a concurso pa’que aproveche el presupuestazo que el ilustre Consejo de Cultura ha designado para gente tan sensible como asté.
O ya si de plano hace mucho que no ve a su familia, le informo que hay un aparatito que se llama cámara fotográfica que le evita a usted soportar malos alientos, porque malas caras no hay manera. Piénselo bien, y si de plano lo suyo es la tragadera y su carbofilia pues a eso también ayudan las drogas sintéticas.
'Ora que si lo suyo son los gorros rojos y los villancicos, debí advertirle desde un inicio pa’que no siguiera leyendo: ¡Ni como ayudarlos sin de colmo tienen el disco de Luis Miguel!
Y si lo suyo es un pretexto para la sensiblería, pues escriba poemas y pensamientos y luego mándelos a concurso pa’que aproveche el presupuestazo que el ilustre Consejo de Cultura ha designado para gente tan sensible como asté.
O ya si de plano hace mucho que no ve a su familia, le informo que hay un aparatito que se llama cámara fotográfica que le evita a usted soportar malos alientos, porque malas caras no hay manera. Piénselo bien, y si de plano lo suyo es la tragadera y su carbofilia pues a eso también ayudan las drogas sintéticas.
'Ora que si lo suyo son los gorros rojos y los villancicos, debí advertirle desde un inicio pa’que no siguiera leyendo: ¡Ni como ayudarlos sin de colmo tienen el disco de Luis Miguel!
martes, diciembre 19, 2006
Aquí debería haber un epitafio...
...y todo lo que hay es un villancico.
Él aprendió que era mejor pagar que dar las gracias. Cada vez que algún muchacho le miraba asombrado -o indignado- por sus urgencias, sacaba un billete que hacía levantar aún más la ceja del incauto. A veces funcionaba, pero le sorprendía que este mundo supuestamente tan materialista tuviera esa mirada acusadora cada vez que ofrecía dinero a cambio de un vistazo a unos genitales jóvenes y, si acaso, un poco de contacto físico. No mucho, que su cuerpo no estaba para esos trotes.
Tenía la sensación que su libido tenía mucho tiempo atrapada en ese costal de huesos a punto de romperse, pero tampoco tenía tiempo de lamentarse demasiado y nunca como ahora agradecía el buen estado de su visión, aunque a su memoria jugaba a ignorarla. Las escenas de su matrimonio y sus hijos las ponía on hold mientras en el mingitorio estaba a la caza de esas vergas que en su juventud fueron la encarnación venosa del demonio, pero que ahora necesitaba casi tanto como el bastón para sostenerse en pie.
Su edad, su bastón y la dignidad con la que aprendió a vestir su vejez lo ayudaba para evitarse problemas con la gente de seguridad, que incluso cuando lo llegaban a ver hincado y sumergido en una bragueta lo dejaban en paz, como si la idea de un abuelo en ese tipo de prácticas sexuales fuera inconcebible y hacerse de la vista gorda equivalía a ayudarle a cruzar una calle congestionada.
Esa invisibilidad, que al principio le incomodó, empezó a agradarle. Sólo evitaba compararla con la muerte y cuando esa idea se colaba por su mente se decía a sí mismo con una sonrisa desdentada: los muertos no toman leche.
Él aprendió a hacer blanca su navidad.
Él aprendió que era mejor pagar que dar las gracias. Cada vez que algún muchacho le miraba asombrado -o indignado- por sus urgencias, sacaba un billete que hacía levantar aún más la ceja del incauto. A veces funcionaba, pero le sorprendía que este mundo supuestamente tan materialista tuviera esa mirada acusadora cada vez que ofrecía dinero a cambio de un vistazo a unos genitales jóvenes y, si acaso, un poco de contacto físico. No mucho, que su cuerpo no estaba para esos trotes.
Tenía la sensación que su libido tenía mucho tiempo atrapada en ese costal de huesos a punto de romperse, pero tampoco tenía tiempo de lamentarse demasiado y nunca como ahora agradecía el buen estado de su visión, aunque a su memoria jugaba a ignorarla. Las escenas de su matrimonio y sus hijos las ponía on hold mientras en el mingitorio estaba a la caza de esas vergas que en su juventud fueron la encarnación venosa del demonio, pero que ahora necesitaba casi tanto como el bastón para sostenerse en pie.
Su edad, su bastón y la dignidad con la que aprendió a vestir su vejez lo ayudaba para evitarse problemas con la gente de seguridad, que incluso cuando lo llegaban a ver hincado y sumergido en una bragueta lo dejaban en paz, como si la idea de un abuelo en ese tipo de prácticas sexuales fuera inconcebible y hacerse de la vista gorda equivalía a ayudarle a cruzar una calle congestionada.
Esa invisibilidad, que al principio le incomodó, empezó a agradarle. Sólo evitaba compararla con la muerte y cuando esa idea se colaba por su mente se decía a sí mismo con una sonrisa desdentada: los muertos no toman leche.
Él aprendió a hacer blanca su navidad.
jueves, diciembre 14, 2006
¡Sereeeno, moreno!
¿Cuántos sueños tendrá uno cuando duerme más de diez horas continuas? Supongo que muchos, que luego con suerte recordaremos como si fuera uno. Anoche tuve el tiempo para soñar mi vida pasada y futura, porque tengo la idea que la presente tiene contrato de exclusividad con la conciencia.
Me soñé en una fiesta de esas que se cocinan en estas épocas, alguna posada (de esas abundan) o fiesta de año nuevo, estaba con un grupo de amigos platicando cuando volteo hacia un grupo que está al fondo del salón y veo una sonrisa más que conocida pero bastante improbable de encontrarme por estos lares. Aunque pensándolo bien, no ubico bien el lugar donde se desarrolla la fiesta, pero el caso es que al que diviso es mi ex, un personaje ya descartado en el casting de mi vida haciendo una aparición especial, por inesperada.
Obvio que, recuperado de la sorpresa, lo saludo con gusto, para inmediatamente después verlo sentado frente a mi con unos moretones en la cara medio extraños, una mirada extraviada y un cinismo que, para que mi me incomode, debe ser olímpico. Le pregunto qué te pasó y me contesta -con ese hastío cuando reconoce mis sospechas- que es un tatuaje apenas en vías de sanar.
Las cosas han cambiado tanto que ahora mi ex se cree maorí y tiene un novio ídem, con su mismo complejo de Marilyn-libido-desbordada que trata de seducirme a mi y lo que se atraviese, supongo que para que no me lo tome personal. Los tríos pueden ser más desagradables cuando se trata de gente con las que has compartido más que fluidos corporales en el pasado, así que me alejo de la tentación como quien defiende ferozmente su virtud. Y me sentí ridículamente aliviado, más bien entre aliviado y decepcionado, como Maricruz cuando se enteró que el Poncho (el de ¡sereeeno, moreno!) no la había violado.
Me soñé en una fiesta de esas que se cocinan en estas épocas, alguna posada (de esas abundan) o fiesta de año nuevo, estaba con un grupo de amigos platicando cuando volteo hacia un grupo que está al fondo del salón y veo una sonrisa más que conocida pero bastante improbable de encontrarme por estos lares. Aunque pensándolo bien, no ubico bien el lugar donde se desarrolla la fiesta, pero el caso es que al que diviso es mi ex, un personaje ya descartado en el casting de mi vida haciendo una aparición especial, por inesperada.
Obvio que, recuperado de la sorpresa, lo saludo con gusto, para inmediatamente después verlo sentado frente a mi con unos moretones en la cara medio extraños, una mirada extraviada y un cinismo que, para que mi me incomode, debe ser olímpico. Le pregunto qué te pasó y me contesta -con ese hastío cuando reconoce mis sospechas- que es un tatuaje apenas en vías de sanar.
Las cosas han cambiado tanto que ahora mi ex se cree maorí y tiene un novio ídem, con su mismo complejo de Marilyn-libido-desbordada que trata de seducirme a mi y lo que se atraviese, supongo que para que no me lo tome personal. Los tríos pueden ser más desagradables cuando se trata de gente con las que has compartido más que fluidos corporales en el pasado, así que me alejo de la tentación como quien defiende ferozmente su virtud. Y me sentí ridículamente aliviado, más bien entre aliviado y decepcionado, como Maricruz cuando se enteró que el Poncho (el de ¡sereeeno, moreno!) no la había violado.
miércoles, diciembre 13, 2006
Basílico
Y demos gracias a dios y a la santísima virgen que no nacimos un 12 de diciembre en plena basílica de Guadapupe, porque muy a la El Diosero, nos llamaríamos Basílico Guadalupe. Y si a la virgencita, como es mujer therefore caprichosa, le da por aparecerse en un refrigerador o en un ladrillo, tendrá que llamarse uno Refriguadalupe o Ladrilupe si se le ocurre nacer con el timming puesto en la ridiculez. Son las prerrogativas de la fe o la necedad de una tradición que confunde -acertadamente- devoción con pintoresquismo.
¿Dónde estabas cuando las mañanitas a la virgen? Pues tan dormidísimo que ni me enteré, así que de penitencia caminaré con sendas pencas de nopal atadas a mis rodillas rumbo a la cantina, como buen mexicano que soy y que lleva los accidentes geográficos a extremos de épica kitsch.
¿Dónde estabas cuando las mañanitas a la virgen? Pues tan dormidísimo que ni me enteré, así que de penitencia caminaré con sendas pencas de nopal atadas a mis rodillas rumbo a la cantina, como buen mexicano que soy y que lleva los accidentes geográficos a extremos de épica kitsch.
lunes, diciembre 11, 2006
Obituarios rojos dot com
Este blog corre el riesgo de convertirse en uno de obituarios. Se muere Robert Altman, subo una semblanza de él. Se muere Raúl Velasco, subo un mala-lechoso perfil del ex patrón de la chacha más poderosa del medio del espectáculo. No he escrito nada de Valentín Elizalde porque sólo recuerdo su trompita de lepe regañado, porque esa voz irritantemente casposa nunca la soporté. Verlo a él equivale a ver el Umplugged de Ricky Martin: con el nunca mejor ponderado MUTE.
Pero en el mes de aniversario de la muerte de mi padre (que para nadie es una celebridad como para su familia) me despierto con la noticia de la muerte de Augusto Pinochet y lo escucho en una entrevista grabada diciendo que los miles de muertos durante su larga dictadura en Chile no significan nada con los logros que alcanzó su administración (logros que tuvieron que ver con la privatización de paraestatales y el desempleo de cientos de miles de chilenos, pero que en números macroeconómicos que sólo importan a quienes tienen macro-cuentas en los bancos que, es verdad, reactivaron la economía y fortalecieron una clase media autocomplaciente y endémicamente miope, como la mexicana o cualquier otra). El fiambre hace el símil de la herencia de un abuelo (un anillo) a un miembro de la familia que significa un desencuentro con los demás, pero que con el tiempo se les olvida, hasta que alguien en una reunión posterior se le ocurre mencionarlo y la herida se vuelve a abrir.
Desafortunadamente para las analogías del dictador, un anillo no equivale a la muerte de una sola persona, ni mucho menos a la incertidumbre de miles de familias que nunca supieron el paradero algunos de sus miembros, quienes tuvieron la mala idea de contradecir los postulados de quienes accedieron al poder por medio de la violencia.
Nunca he deseado mal a nadie, esta es mi primera vez, canta el grupo chileno Los Tres, en una de las mejores canciones de corte político que he escuchado. Y aunque no es cristiano desearle mal a nadie, tampoco lo es mandarlos matar y aunque la historia de Cristo es una épica gore (como acertadamente ilustró Mel Gibson), no creo en la sangre como sanadora emocional de nuestros dramas personales, pero muchas veces la rabia es el último reducto de humanidad que nos queda cuando se nos ha arrebatado todo y el odio no es más una mondeda de dos caras.
Yo brindaría con gusto con los chilenos si Pinochet hubiera alcanzado a vivir para pagar cabalmente sus culpas, bajo el rigor de la ley que él mismo manipuló a su conveniencia para asegurase impunidad vitalicia. Su muerte es otra estrategia dilatoria para que, otra vez, al igual que en México y otros países de Latinoamérica la justicia siga siendo una asignatura pendiente.
Pero en el mes de aniversario de la muerte de mi padre (que para nadie es una celebridad como para su familia) me despierto con la noticia de la muerte de Augusto Pinochet y lo escucho en una entrevista grabada diciendo que los miles de muertos durante su larga dictadura en Chile no significan nada con los logros que alcanzó su administración (logros que tuvieron que ver con la privatización de paraestatales y el desempleo de cientos de miles de chilenos, pero que en números macroeconómicos que sólo importan a quienes tienen macro-cuentas en los bancos que, es verdad, reactivaron la economía y fortalecieron una clase media autocomplaciente y endémicamente miope, como la mexicana o cualquier otra). El fiambre hace el símil de la herencia de un abuelo (un anillo) a un miembro de la familia que significa un desencuentro con los demás, pero que con el tiempo se les olvida, hasta que alguien en una reunión posterior se le ocurre mencionarlo y la herida se vuelve a abrir.
Desafortunadamente para las analogías del dictador, un anillo no equivale a la muerte de una sola persona, ni mucho menos a la incertidumbre de miles de familias que nunca supieron el paradero algunos de sus miembros, quienes tuvieron la mala idea de contradecir los postulados de quienes accedieron al poder por medio de la violencia.
Nunca he deseado mal a nadie, esta es mi primera vez, canta el grupo chileno Los Tres, en una de las mejores canciones de corte político que he escuchado. Y aunque no es cristiano desearle mal a nadie, tampoco lo es mandarlos matar y aunque la historia de Cristo es una épica gore (como acertadamente ilustró Mel Gibson), no creo en la sangre como sanadora emocional de nuestros dramas personales, pero muchas veces la rabia es el último reducto de humanidad que nos queda cuando se nos ha arrebatado todo y el odio no es más una mondeda de dos caras.
Yo brindaría con gusto con los chilenos si Pinochet hubiera alcanzado a vivir para pagar cabalmente sus culpas, bajo el rigor de la ley que él mismo manipuló a su conveniencia para asegurase impunidad vitalicia. Su muerte es otra estrategia dilatoria para que, otra vez, al igual que en México y otros países de Latinoamérica la justicia siga siendo una asignatura pendiente.
lunes, diciembre 04, 2006
Apóstol del mal gusto
Raúl Velasco (1933-2006) fue durante más de treinta años la voz cantante en el panorama musical y de entretenimiento en México y Latinoamérica. Siempre en Domingo era el programa de variedades desde donde dictaba amablemente lo que debía ser el gusto musical hispano, quitando y poniendo en la cúspide del estrellato a figurines de mediano o notable talento, sin cuyo impulso no habrían pasado de promesas.
El poder siempre sonrió a Velasco. A finales de los sesenta, cuando el magnate Emilio "El Tigre" Azcárraga (1930-1997) lo invitó a producir un programa de variedades en los antecedentes de lo que hoy es Televisa. Con el apoyo incondicional de la empresa, el guanajuatense emprendedor y con suerte, fue creando las bases de lo que se convertiría en la escuela dominical priísta con cierto toque mesiánico y catequista.
En ese escenario vimos crecer a muchas celebridades que fueron forjándose nombre gracias a la patadita artrítica con que Velasco los impulsaba a convertirse en mega estrellas: desde Ricky Martin hasta Lucero, quien dejó de ser Lucerito gracias a una flatulencia torpemente disculpada al aire por el conductor.
El fin de Siempre en Domingo, un año después de la muerte del padre Azcárraga, fue más que ilustrativo de los nuevos vuelcos que la televisión abierta tomaría bajo la dirección del Junior más poderoso del país. No fue coincidencia que dos años después el PRI perdiera por primera vez las elecciones presidenciales.
El desgaste de la estructura política que sostenía el enquistado sistema no pasó desapercibido para el relevo generacional, Emilio Azcárraga Jean, joven y agresivo empresario que reestructuró la televisora, saneó sus finanzas (deshaciéndose de los lastres de las exclusividades millonarias de estrellas decadentes como Lucía Méndez y otros) y reconoció a la naciente competencia, pero sobre todo entendió la importancia de las alianzas estratégicas con los nuevos rumbos del poder político.
Raúl Velasco murió en domingo (el pasado 26 de noviembre), un momento perfecto para que Televisa progamara ese homenaje que días antes se había celebrado en Acapulco: desfilaron por el escenario decenas de cantantes, pero sobre todo miles de gracias y abrazos recibidos por un almidonado anciano que apenas podía articular respuestas y que más bien parecía un muñeco animado por los hilos de la nostalgia.
Apóstol del mal gusto, precursor de ese hablar torpe e iletrado, pero de impacto popular que luego adoptaría nuestro más pintoresco Presidente con botas, Velasco se lleva consigo un estilo de hacer televisión que fue posible gracias a una combinación de oportunismo, alianzas políticas y, sobre todo, una pobreza cultural extendida en un público que, a falta de más, se ha conformado con lo que los monopolios mediáticos - ahora omnipotentes gracias a la nueva ley de medios- tienen para ofrecerles.
Desafortunadamente, con el fallecimiento de Raúl Velasco (q.e.p.d.), no se acaba la mala televisión. De ésa, aún hay más.
El poder siempre sonrió a Velasco. A finales de los sesenta, cuando el magnate Emilio "El Tigre" Azcárraga (1930-1997) lo invitó a producir un programa de variedades en los antecedentes de lo que hoy es Televisa. Con el apoyo incondicional de la empresa, el guanajuatense emprendedor y con suerte, fue creando las bases de lo que se convertiría en la escuela dominical priísta con cierto toque mesiánico y catequista.
En ese escenario vimos crecer a muchas celebridades que fueron forjándose nombre gracias a la patadita artrítica con que Velasco los impulsaba a convertirse en mega estrellas: desde Ricky Martin hasta Lucero, quien dejó de ser Lucerito gracias a una flatulencia torpemente disculpada al aire por el conductor.
El fin de Siempre en Domingo, un año después de la muerte del padre Azcárraga, fue más que ilustrativo de los nuevos vuelcos que la televisión abierta tomaría bajo la dirección del Junior más poderoso del país. No fue coincidencia que dos años después el PRI perdiera por primera vez las elecciones presidenciales.
El desgaste de la estructura política que sostenía el enquistado sistema no pasó desapercibido para el relevo generacional, Emilio Azcárraga Jean, joven y agresivo empresario que reestructuró la televisora, saneó sus finanzas (deshaciéndose de los lastres de las exclusividades millonarias de estrellas decadentes como Lucía Méndez y otros) y reconoció a la naciente competencia, pero sobre todo entendió la importancia de las alianzas estratégicas con los nuevos rumbos del poder político.
Raúl Velasco murió en domingo (el pasado 26 de noviembre), un momento perfecto para que Televisa progamara ese homenaje que días antes se había celebrado en Acapulco: desfilaron por el escenario decenas de cantantes, pero sobre todo miles de gracias y abrazos recibidos por un almidonado anciano que apenas podía articular respuestas y que más bien parecía un muñeco animado por los hilos de la nostalgia.
Apóstol del mal gusto, precursor de ese hablar torpe e iletrado, pero de impacto popular que luego adoptaría nuestro más pintoresco Presidente con botas, Velasco se lleva consigo un estilo de hacer televisión que fue posible gracias a una combinación de oportunismo, alianzas políticas y, sobre todo, una pobreza cultural extendida en un público que, a falta de más, se ha conformado con lo que los monopolios mediáticos - ahora omnipotentes gracias a la nueva ley de medios- tienen para ofrecerles.
Desafortunadamente, con el fallecimiento de Raúl Velasco (q.e.p.d.), no se acaba la mala televisión. De ésa, aún hay más.
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