¿Cuántos sueños tendrá uno cuando duerme más de diez horas continuas? Supongo que muchos, que luego con suerte recordaremos como si fuera uno. Anoche tuve el tiempo para soñar mi vida pasada y futura, porque tengo la idea que la presente tiene contrato de exclusividad con la conciencia.
Me soñé en una fiesta de esas que se cocinan en estas épocas, alguna posada (de esas abundan) o fiesta de año nuevo, estaba con un grupo de amigos platicando cuando volteo hacia un grupo que está al fondo del salón y veo una sonrisa más que conocida pero bastante improbable de encontrarme por estos lares. Aunque pensándolo bien, no ubico bien el lugar donde se desarrolla la fiesta, pero el caso es que al que diviso es mi ex, un personaje ya descartado en el casting de mi vida haciendo una aparición especial, por inesperada.
Obvio que, recuperado de la sorpresa, lo saludo con gusto, para inmediatamente después verlo sentado frente a mi con unos moretones en la cara medio extraños, una mirada extraviada y un cinismo que, para que mi me incomode, debe ser olímpico. Le pregunto qué te pasó y me contesta -con ese hastío cuando reconoce mis sospechas- que es un tatuaje apenas en vías de sanar.
Las cosas han cambiado tanto que ahora mi ex se cree maorí y tiene un novio ídem, con su mismo complejo de Marilyn-libido-desbordada que trata de seducirme a mi y lo que se atraviese, supongo que para que no me lo tome personal. Los tríos pueden ser más desagradables cuando se trata de gente con las que has compartido más que fluidos corporales en el pasado, así que me alejo de la tentación como quien defiende ferozmente su virtud. Y me sentí ridículamente aliviado, más bien entre aliviado y decepcionado, como Maricruz cuando se enteró que el Poncho (el de ¡sereeeno, moreno!) no la había violado.
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