Talla cero, celulitis mental, desnutrición voluntaria en pos de una exigencia inventada por quien sabe quién, campañas contra las modelos de look (y hábitos) anoréxicos, diseñadores preocupados por tener que añadirle un metro de costosos textiles a sus vestidos para dar gusto a esa nueva cara de la corrección política, los medios como weight watchers jugando al rival más débil (si muy flaca por muy flaca, si muy gorda por imperdonable).
Con una tasa altísima de obesidad en América, la anorexia y la bulimia parecieran el equilibrio perfecto para esta especie de histeria colectiva impulsada por el hambre desmedida de celebridad. Si bien, una condición pareciera darle la espalda a la opinión ajena, utilizando su cuerpo como depositario de frustraciones internas y encontrando en el placer oral el que no encuentran en otras áreas, la otra se obsesiona con la percepción ajena al punto de desaparecer.
Anna Nicole Smith (Texas, 1967-Florida, 2007) nunca pareció una mujer que padeciera dietas extremas. Su fama la basó en esa voluptuosidad natural (más la adquirida en el quirófano), por la que se ganó su primera portada para la revista Playboy, así como una legión de admiradores y una exitosa carrera como modelo publicitaria para marcas importantes.
Esta rubia tejana, cuya mayor aspiración en vida fue parecerse a Marilyn Monroe, ganó notoriedad gracias a la cobertura en la prensa seria y los tabloides del juicio donde la familia de J. Howard Marshall impugnaba su derecho a la herencia del anciano millonario con quien ella contrajo matrimonio en 1994. A partir de entonces su presencia se hizo habitual en las pantallas y sus evidentes cambios drásticos de peso fueron motivo de especulaciones y demandas.
Después de probar suerte en el cine y la televisión, convertirse en el chiste de la temporada en un reality show que retrataba su mundo de extravagancias, la mayor resultó ser su sobrepeso, del que luego se libró de la noche a la mañana, comenzando a especularse sobre su consumo de drogas y terminado todo en un cocktail dramático que incluiría la muerte de su primer hijo, la suya propia unos meses después y el circo especulativo que ahora rodea a su cadáver.
Si algo es evidente dentro de todo este embrollo es que quienes estuvieron cerca de esta mujer nunca vieron por sus necesidades emocionales ni de salud. No ha de ser nada fácil -por más dinero que se tenga- pasar por un parto, la muerte de un hijo y el acoso de los medios (siendo constantemente juzgada) al mismo tiempo. Eso hunde a cualquiera.
Por donde quiera que se le vea, seguir el molde de una mujer con un destino como el de la Monroe era ya de por sí un despiste, pero entre las prerrogativas hollywoodezcas tener el peso de una muñeca inflable es casi un sueño por el que muchas están dispuestas a morir y otros tantos dispuestos a pagar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario