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Pero digamos que el viajecito express valió la pena. Tijuana sigue siendo generosa y sexy: siempre hay alguien que te cierra el ojo o te quiere asaltar, así que por contacto humano no puede uno quejarse. Ahora que si quejarse es lo de uno, siempre está el clima, el tráfico, la fealdad impune, las pintas, las filas, las putas, las locas, las… las etcéteras.
Pero mi plan era muy cindylauperiano y como que era contagioso porque todo era sonrisas, alcohol y flirting (with disaster most of the time, but flirting anyway): Me di cuenta que allá se sigue usando la gel y las patillas gordas, que el negro es el nuevo negro y la putería no ha perdido vigencia, que todos los taxistas son sinaloenses (therefore jaladores, parlanchines y confianzudos), que si quieres llamar la atención no basta con ser negro y medir 1.90, tienes que traer rastas y camiseta reggae, que allá sigue siendo el hit vestirse de vaquero (BB Mountain fever strikes again & again), que así como puedes escuchar a la Méndez, la Romo, la Naranjo, puedes escuchar a Fangoria o la Venegas, que si bailas quebradita es hacer del pleonasmo un arte, que mientras más joven estés más compromiso tienes con el mal gusto… y así hasta con la edad convertirte en un clásico, una estatua de piedra ambulante volteando eternamente hacia atrás.
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