martes, octubre 21, 2008

Cristolandia

La primera vez que interactué con un gringo fue una vez que vino un grupo de cristianos a Hermosillo, yo era adolescente y apenas entendía su lengua, pero me di cuenta que lo suyo era la persuasión por todos los medios. Independientemente de si se esforzaban en aprender español o incluso antes de averiguar en lo que uno creía, ya querían imponerte un Jesucristo de estampita y una actitud de optimismo galopante que aún con mi provincialismo e inexperiencia me hizo bastante ruido.
Recuerdo que el más guapo de todos se me acercó y empezó a sacarme plática con su mal español y yo respondiendo con mi mal inglés. El caso es que hicimos como que nos inspirábamos confianza e intentamos comunicarnos en un dialecto bastante pintoresco pero funcional, aunque nunca llegamos a profundidades, de la misma manera que pocas veces tocas profundidades con aquellos que comparten tu idioma. Era ingenuo yo, pero hasta cierto punto. Intuía que lo suyo era una especie de seducción cautelosa y el hecho que sus compañeros y compañeras le dieran codazos cuando me veían llegar hacía todo mucho más evidente.
Lo más curioso del asunto es que yo no me sentía atraído ante este híbrido entre Tom Cruise y Matt Dillon, por más agradable que pudiera resultar para la vista, de la misma manera que uno ve una revista de modas y no invierte más de unos segundos viendo las fotos de modelos cortados con la misma tijera caucásica. Mi curiosidad iba mucho más allá de lo erótico (tal vez incluso en mi etapa reprimida tenía bastante definido un tipo físico del que se alejaban lo centerfolds de las revistas de mis hermanas) y creo que tenía que ver con el hecho de que fueran tan extraños y tan amables porque esas sonrisas perfectas y esos ojos claros se podían ver nomás asomándose un poco a los pueblos de la sierra, hablando el mismo idioma que uno, pero con un acento mucho más marcado. Ahora me queda claro que era la sonrisa del evangelizador, la amabilidad insidiosa del integrista, pero entonces sólo me quedó claro cuando nos llevaron a un salón del hotel Calinda donde se hospedaban y nos pusieron unas películas sobre Cristo y sus enseñanzas.
Salí de ahí ligeramente decepcionado pero sin ninguna de mis convicciones alteradas. Estaba ya en mi la duda de la existencia de Dios y esos discípulos de Cristo no ayudaron para nada en recuperar mi pálida fe. Tampoco ayudó que al final de la cena -la noche previa a su regreso a Cristolandia- intercambiáramos datos para seguir en contacto y cuando llegó mi turno anoté mi número telefónico en un pedazo de papel y una de las gringuitas escapadas de la casita de la pradera se rió de mis cinco números. Yo ya para entonces tenía cierta fluidez y alcancé a preguntar what is so funny? -Nunca se me ocurrió que tenían ellos que marcar una clave lada. ¿No que muy chingón Jesus Christ?

2 comentarios:

RBD dijo...

Manuel:

¡Muy padre el relato! Hay algo en él que me recuerda algunas experiencias de la adolescencia y aunque yo viví esa etapa más del lado del puritanismo católico (y justamente en un pueblo de la sierra) compartí contigo algunas intuiciones. Un abrazo y no faltes hoy a mi cumple...

Manuel dijo...

Sorry por faltar a tu cumple. Espero haya compensado mi regalo. ¡Saludos!