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Independientemente de lo condescendiente de toda esta alharaca Prop8 en Estados Unidos, que piensa que redefinir una figura legal en nombre de la democracia significa acabar con la homofobia, o que ponerle apellido a un crimen cometido contra un miembro de una minoría racial o sexual sirve para algo más que para fines estadísticos, lo que más me llama la atención del activismo gay gringo es esa arrogancia clasista a la hora de exigirle a su presidente - empeñado, por cierto, en comportarse como celebridad y no como funcionario público- que reorganice sus agendas y priorice en sus políticas a favor de un sector de la sociedad al que le urge el papelito del registro civil para sentirse ciudadanos de primera. Y que de paso les de chance a aquellos militares atormentados por el Don't Ask, Don't Tell (que equivale al mexicano que no te cache tu superior, a menos que te esté cachando tu superior) que usen cinturones D&G (Hello!, Bruno dixit) y bungalows decorados con velas aromáticas en Afganistán, porque ya de por sí la guerra es estresante pues al menos un jacuzzi colectivo para matar el tiempo entre bombardeos (Queer Eye for The Stressed Out Army). Y todo esto con el argumento rebatible y cansón del así nacimos: el gen de la inocencia y el culo de la impaciencia elevado a mantra exculpatorio, como si en realidad ese fuera el punto.
Cuando deberíamos levantar la voz por el derecho a la diferencia, exigimos una igualdad de postín, una estrellita en la frente por bien portados, como en el kinder. Amancebados por adelantado con el supuesto enemigo sin reconocer nunca que dicha obsesión acarrea el gen de la propia intolerancia, el bouquet perfecto de la boda de sus sueños, la oportunidad de levantar el dedo para señalar al otro, al que no, a ese que un día se fue y del que hay que alejarse porque para eso existen las categorías, para pintar una línea y no dejar pasar a quien afee el retrato.
La ventaja de vivir en México, gobernados por panistas que piensan que están haciendo un favor a la sociedad poniéndola en fuego cruzado ante las mafias diversas, peleándose ambas el derecho a enriquecerse a costillas del ciudadano que aun no ha encontrado lugar en alguna de esas vertientes de la burocracia, es que una discusión acerca del origen de la homosexualidad y el supuesto derecho universal al matrimonio no tiene lugar ni siquiera en parodia, porque para banalizar así un tema se necesita mucho tiempo libre y eso significaría que las cosas no están tan color de hormiga como ahorita. Sería divertido de tan aburrido pues.
PS: Si alguien vio la película "Gomorra", desmiéntame cuando digo que todos los caminos llevan a Nápoles, no necesariamente a Roma.