jueves, julio 16, 2009

Sombra

Yo -por regla general y convicción propia- no extraño. Obvio que me miento a mi mismo casi tanto como a los demás, pero así son las políticas corporativas de la salud mental y cuando uno las traiciona todo se vuelve un caos peor que el cuarto de Iván, mi ex-roomate y persona favorita desde que no compartimos techo (esa aventura que no repetía desde mis primeros semestres de universidad y que ahora me queda claro porqué).

Hoy que fue cumpleaños de mi santísima madre y que llamé para felicitarla me pasaron al teléfono a una de mis primas, que yo confundí con otra que vive en Canadá, me costo trabajo reconocer su voz, así que improvisé preguntas triviales para adivinar pero fue inútil. No es fácil aplicar la estadística con una familia de más de 6 hijos cada clan, donde predomina el género femenino y cuyos acentos si acaso han variado gracias a los éxodos tan inn hoy en día.
El punto es que sería poco probable que me confundiera con la voz de mis amigos, esos que luego se convierten en la familia que escogemos por pura necedad de torcer el árbol genealógico de los quereres. Si me preguntaran ahorita los nombres completos y lugares de residencia de la mayoría de mis primos no sabría que decir, tendría que cantar una canción de Chava Flores pa'salir del paso. Lo curioso es que yo con mis parientes consanguíneos supe lo que era convertirte en adolescente o adulto mucho antes que me llegara a mi el momento, compartiendo vacaciones y duchas grupales que luego serian proscritas y de muchos de ellos si acaso recuerdo sus apodos: recuerdo el nombre de la prima que me enseñó a besar, del primo orgulloso por su lunar en la verga, del que se acercaba demasiado a mis hermanas sin que ellas se dieran por aludidas y del que cantaba como José José y a quien yo era alérgico por más que esa razón.

Pero llegó un momento en que el lazo afectivo se rompió por el rumbo dispar que tomaron nuestras vidas y empezó uno a construir otros lazos con gente que no compartía tus genes pero si intereses y experiencias que podían decirse en voz alta o que si debían callarse se hacía con una sonrisa o un guiño de ojo. La complicidad es algo que une más que cualquier otra cosa y llegar a ser cómplice de alguien puede ser fácil, pero el hecho de elegir te permite construir un universo propio, agregarle ramas al árbol y resguardarte a su sombra cuando los párpados te pesan o te cuesta dar un paso o simplemente todo se pone monocromático y húmedo.

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