viernes, febrero 24, 2006

Nuestra Señora del Perpetuo Llanto

Hace mucho tiempo me tocó traducir para la edición cultural de un periódico local un texto de la revista Sight & Sound donde el autor hacía una apología del llanto cinematográfico. Y no me refiero a las lágrimas de cocodrilo que vemos en pantalla, sino a las que derrama el espectador al ser tocado en esas fibras sensibles que de memoria se saben varios directores y que funciona dependiendo de las defensas que uno tenga ya desarrolladas.

Dichas defensas se llaman cinismo y hay que decirlo con todas sus letras: uno se cansa de emocionarse de lo mismo todo el tiempo sólo con diferente decorado. Eso equivale a la escapada que se da un matrimonio de la rutina doméstica, rentan un cuarto de hotel y el marido termina haciéndole el amor a su mujer en la misma pía posición de misionero: él viendo (cuando llega a abrir los ojos) cómo golpea la cabecera de la cama y ella comparando (entre bostezos) el impoluto techo del cuarto rentado con las manchas de humedad que decoran el suyo.

Yo, la verdad, hace mucho que no lloro en pantalla, pero si hay algo que uno pueda presumir es que ha llorado leyendo un libro. Sí, ese invento antiquísimo hecho de corteza de árbol, pasado por tinta y pegamento, relleno de palabras que, combinadas entre sí, te cuentan historias que tal vez sucedieron y tal vez no pero que una vez llegadas a tu cabeza se vuelven tan reales y tan falsas como las que ves en una pantalla de cine.

Lo que no es nada chic es que un libro te agarre descuidado, a la hora de la comida por ejemplo, y te encuentres de repente pidiéndole más servilletas al mesero que te ve como bicho raro cuando intentas esquivarle la mirada. Leer y comer no es una buena combinación, llorar comiendo era -hasta ahora- una anécdota hilarante de un amigo que consolaba su corazón roto con una torta de milanesa. He comprobado que sí se puede cuando leo entre chop-suey y arroz blanco cómo Calliope Stephanides busca en un diccionario el significado de un diagnóstico incomprensible para ella, formulado en griego por sus doctores, y que después de rastrear definiciones en inglés sigue la cadena de sinónimos hasta llegar al reducto más elocuente y categórico: "monster".

De pronto Callie no es más la adolescente larguirucha y extraña esperando que la naturaleza se acuerde de ella. Ahora es Cuasimodo buscando su Notre Damme. ¿De qué material hay que estar hecho para no conmoverse ante algo así?

2 comentarios:

Sol dijo...

Confieso haber llorado con películas... confieso haberme deprimido con libros... pero creo que todavía no leo el libro que me haga llorar. ¿No es muy incómodo tratar de leer con los ojos llenos de lágrimas? Un beso grande... me encantó tu post.

Madame X. dijo...

Ay, Manuel, cómo te entiendo…