lunes, marzo 19, 2007

Outsider

En la esquina de la piratería, viendo empaquetados en cajas de plástico los títulos de películas que difícilmente veremos en nuestra esmirriada cartelera local, escribiendo en un Café Internet que se cree VIP: sobrepoblado, ambientado con música electrónica de la más tópica, a pocos metros de la estación del subterráneo que me llevará al aeropuerto, dejando una Ciudad de México a punto de recuperarse del éxodo de fin de semana, rodeado de pantallas llenas de pornografía y sex chats, gente que pasa a mi lado, que llama por teléfono, niños que venden, ancianos que piden, gente que sonríe, parejas besándose, rostros luminosos que se opacan al entrar al vagón del metro, bajo la luz amarilla luciendo la piel ajada por el día, el olor a largas jornadas de trabajo mal pagado, parejas gay abrazadas, víctimas no tanto de la moda sino de un renovado optimismo producto de un recién inaugurado estatus de ciudadanos que ojalá fuera el fin de la marginación y no una manera de regularla.

De noche, en la calle hay vitalidad sobre todo. Hacia dentro de la noche, en lo oscuro, una legión nostálgica del pasado que se niega a dejar ir, una romantización del arrinconamiento, una vital necesidad de cosificar al prójimo para ser correspondido de la misma manera, una teatralización del deseo, la redundante opereta de la promiscuidad. Tan bella ella y con tan mala reputación.

A unas horas de volar de regreso a donde el optimismo ha sido secuestrado por las campañas políticas pre y post electorales, donde fingir que todo está bien y negar la realidad se ha convertido en deber cívico, donde hay que barrer las muertes debajo de la alfombra, no vaya a ser que arruinemos la imagen de nuestro pequeño pueblo virginal.

¿La realidad debería estar prohibida? Si se sigue empeñando en no caber en un cubito knor-suiza, seguirá siendo una outsider.