a Ricardo Ribeiro
Así nos recuerdo: a la hora de la comida, resguardándonos de los 50 °C de temperatura a la sombra del bar de siempre, el de paso, en el que a veces nos llegaba la hora feliz después de horas de platicar de todo y nada, esas conversaciones superficialmente trascendentes, o trascendentalmente superficiales.
Contigo fue con la primera persona con quien hablé seriamente de mí, de quién era y quién no quería ser. De retomar esta plática ahora contigo -si hubieras alcanzado a tomar tu avión de regreso a este desierto- trataría de convencerte de lo que tal vez me resultaría difícil convencerme a mi mismo.
Una vez te dije que no quería ser la persona que pasa por la vida sin reclamar lo suyo, sin arriesgarse, sin aventurarse a depositar en algún otro esa ternura que viste en mi agazapada. Ya no bajo los párpados como esa ocasión que me cuestionaste en la mesa de ese bar, y aunque tal vez ya no tenga la mirada cristalina y los labios vírgenes, te aseguro que me siento igual de desvalido muchas más veces de las que desearía. Y créeme si te digo que cada vez es más difícil evitar que se note.
Nunca tuve miedo de tus dobleces (quien más los manifiesta es más inofensivo), pero cuando llegaban a apoderarse de ti los demonios, siempre terminabas diciendo que era un problema personal entre tú y el mundo. Y nosotros éramos parte de ese mundo, tal vez la única parte que tolerabas tener cerca, tal vez la que pensabas tenía esperanzas o valía la pena. Y no podría asegurarte que tuvieses razón, Ricardo, pero de lo que sí estoy seguro es que dejaste una huella entrañable en nosotros. Y eso es mucho más de lo que cualquiera podría jactarse.
Te quedé debiendo un abrazo…
Uno fuerte y sentido…
Uno que llegue hasta donde decidiste Volver.
2 comentarios:
"Che ..boludos", diria "el che", al ver que dejó recuerdos enternecedores en tanta gente que lo conoció, y a la que impregno gran sabiduria en sus consejos.
Muy bello tu post. Manuel.
Merci beaucoup, mademoiselle!
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