--Si no tuvieras compromiso te invitaba a mi casa. Le dije con la sonrisa sexy-traviesa No 5 (no salga sin ella).
--En realidad estoy pensando en terminar esa relación. Es muy buena persona, pero no creo que lo nuestro vaya a ninguna parte. Me contestó.
Por un momento me puse en el lugar de esa buena persona a la que no le es suficiente serlo y me quedó claro que yo preferiría que dijeran que soy insoportable (lo cual no es descabellado) o que es un infierno estar conmigo a que me tiren el rollo ese de te-quiero-mucho-luego-te-explico.
Camino al carro me pregunta si me importa que tenga pareja, a lo que respondo con la versión extendida del evidente NO:
--Si no te importa a tí, ¿por qué habría de importarme a mí?
Llegando al departamento nos tiramos a la cama arrancándonos la ropa y besándonos como si se tratara de desatascar una pila. Sin guión previo, improvisando, ayudados por una química instantánea y una calentura desatada, nos convertimos en la encarnación del abecedario erótico, dejando pocos espacios por explorar en los hipotéticos encuentros posteriores.
Era divertido vernos en el espejo: el contraste de mi palidez con su moreno intenso bien podría escenificar una versión erótica del Ying & Yang, si aparte de cursi se quiere poner uno trascendental.
Pasaron más de dos horas para decidirnos darle una oportunidad al orgasmo simultáneo: ambos nos vinimos sobre su pecho, pero una intensa expulsión de mi parte llegó hasta su cara y nos carcajeamos de cómo la realidad insiste en imitar al porno (bueno, al menos yo me reía de eso, él no se de qué). Después del regaderazo intercambiamos teléfonos y lenguas.
Al día siguiente recibo un mensaje a mi celular. Le llamo y le digo:
--¿Cómo estás? ¿Te gustaría que nos viéramos para platicar o prefieres que nos ahorremos el trámite y vayamos directamente a lo que nos interesa?
Supongo que mi pragmatismo fue demasiado para él, que me comentó su interés de conocerme más, pero que yo -el peor enemigo de mi mismo- boicoteé de tajo mostrándome como una moneda de un solo lado. El otro lo guardo para mí… admito que no quiero ser esa persona a la que no le encuentras Pero, y ese resulta su Pero más grande.
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