Pasa de la medianoche, vamos de regreso a casa después de ver una película donde se comprueba que el reino de las tinieblas está tapizado de buenas intenciones y ahí lo decido.
Doy rewind a la cinta de nuestro encuentro ese día y mientras veo sus labios que se mueven -renuente a descifrar lo que intentan decir- me cae de pronto el veinte de que tengo que dejar de verlo, que esta tiene que ser la última cita, que mientras más se prolongue más desastroso puede ser el desenlace.
Esta es una historia que nació muerta y que anda por inercia, como una gallina descabezada corriendo en slow motion.
En los últimos meses nos hemos visto unas seis veces y desde el principio tuve la sensación de haberme topado con Kaspar Hauser, a quien por puro ocio antropológico decidí llevarme a casa y hurgar entre sus ropas hasta dar con la nota de su anterior dueño. No encontré nada, pero estoy seguro que de haberlo hecho ésta diría Damaged Goods, sin siquiera tomarse la molestia de haber puesto alguna vez el sello de Fragile.
Suena a complejo de superioridad mío, pero si algo tengo claro desde hace tiempo es que todos somos mercancía dañada... de origen, traslado o mal uso, pero dañada a fin de cuentas.
Tengo la ligera sospecha que de levantar algún día un ave caída y llevarla a casa no sería para curar sus heridas sino para ver cómo se va extinguiendo lentamente, como un espectáculo exclusivo para mis ojos…
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