¿Porqué será que sólo a través de los demás pueden reafirmar su efímera estabilidad emocional?
¿Es acaso el so called love lo mismo que un traje nuevo que hay que lucir lo suficiente antes que pase de moda?
¿Quién dijo que la felicidad era un momento Kodak con trámite a portada de cuaderno Scribe?
No me crezco con la desgracia ajena ni deliro por su opuesto meloso, pero sí me sorprende la necia inseguridad que se empeñan muchos en agregar a su fórmula romántico-obsesiva.
Cuando los nicks del Messenger de algunos contactos rozan el tu-y-yo-somos-uno-mismo uno no puede sino preguntarse el origen de esa obsesión siamesa, sobre todo teniendo en cuenta que la personalidad propia -la individualidad- no es fácil de lograr y como que no es muy inteligente labrársela a pulso para luego mimetizarla a la primera oportunidad, convirtiéndola en un monstruo de dos cabezas que tarde o temprano terminará autodevorándose.
Quizás nuestra verdadera vocación sea recolectar nuestros pedazos, reconstruirnos como porcelana china, enamorarnos de cada grieta, de cada hueco por el cual respire la herida… la misma a la que nos hemos hecho adictos.
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