Dice John Waters -y coincido con él- que para tener buen mal gusto hay que saber primero lo que es el buen gusto. Esa figura retórica tan temida y referida a lo largo y ancho de nuestro espectro social tiene muchas acepciones, pero como cualquier convención y regla ha sido hecha para retarse, redefinirse e incluso -haciendo honor al referente- defecar en ella.
Y eso es lo que hace falta en las marchas gay (mal gusto abunda, pero poco del que es deliberado). Al menos juzgando por lo poco que he visto yo, que no soy muy afecto a ese tipo de manifestaciones y que ni siquiera tengo el referente del carnaval con el que tanto lo comparan, no sé si con afán denostativo o promotor, pero que levanta ámpulas en la piel de un evento que después de 30 años de edad no ha sido capaz de engrosar su piel ni su discurso entre festivo y rencoroso, saludablemente confrontativo pero un poco ciclado en una inercia que los activistas no han sabido -o querido- reorientar.
Supongo que no es tarea fácil cuando de lo que se trata es de reivindicar un asunto de libertad individual que, a pesar de todos los atisbos progresitas que decoran esta ciudad, aún levanta las cejas, frunce el ceño y asquea a la mayoría (aunque secretamente fascine). La homofobia en nuestro país y en buena parte del mundo es tan grande y persistente como el mismísimo muro de los lamentos del medio oriente (bastión homofóbicos por excelencia).
Una marcha que cada vez sorprende menos y que a lo más que puede aspirar es al espectáculo anual de una verbena a la que asisten patrocinadores oportunistas con el único afán de exprimir el orgullo por un día de una multitud debería replantear sus objetivos. Coincidir en una orentación sexual no te hace automáticamente solidario con el otro. O el hecho de tolerar y hasta festejar un día estilos de vida diferentes no te hace mejor persona los 364 días restantes.
lunes, junio 30, 2008
lunes, junio 23, 2008
Lujitos
"... tú te levantas de esta mesa y se te acabaron los lujitos"Ese tipo de diálogos se generan después de varios picheles de cerveza y media docena de canciones de Marisela saliendo de las bocinas mientras un imitador hace el lip singing con una peluca rubia platinada, un vestido de noche (intuyo que de muchas noches) y cantidades industriales de maquillaje, lo suficiente como para hacer un bajo relieve renacentista.
Anónimo (... de la mesa de enseguida)
La combinación resulta expolosiva cuando la pareja viste camisa a rayas y pantalón negro. El mismo modelo de camisa y pantalón, un match perfecto, como gemelos con diferente fisionomía. A no ser que sean dependientes en una tienda departamental con ganas de joderle la vida a sus empleados, los hechos me llevan a pensar que se trata de una pareja es ta ble. Al menos hasta esa noche en la que uno decide que su ego es más fuerte y decide probarlo en la pista de baile, mientras el otro llora desconsolado. Y no me refiero a se le ruedan las lágrimas o algo así bien fotogénico. NO. Se trata de un llanto de bebé al que le han arrebatado la mamila (no pude encontrar mejor símil).
En la pista, el eslabón fuerte de esta institución -revitalizada en esta ciudad- se contonea al ritmo de una cumbia. Gira y gira a la misma velocidad que vienen las lágrimas a los ojos de su amante y nosotros empezamos a perder el pudor y a prestar cada vez más descarada atención a la escena. En momentos sospechamos que todo es un preámbulo preparado para poner el mood a la presentación de unos imitadores de Pimpinela, pero no. Todo es real. Las lágrimas. La discusión. Los gritos. Las vueltas de tuerca. La risa ominosa e impostada con que el llorón cierra la conversación, se levanta y se va. No sé si a pedir la anulación del matrimonio o a coger como conejos duracell pero dejándonos a los testigos como niño en schock al ver cómo el hermano mayor le arrebata el control remoto mientras ve Nickelodeon.
A punto del llanto por no saber el desenlace de la historia, nosotros nos volteamos a ver como zombis y yo estoy a punto de seguirlos, pero empieza la banda del Recodo y la pista se convierte en un mar imposible de cruzar.
Sólo me queda esperar a la edición policiaca del día siguiente y anticipar los jugosos encabezados.
jueves, junio 19, 2008
¡El avioooooooón!
En el sueño, pierdo al avión dos veces y no tengo idea a dónde voy.
Te entrará una sensación de amor incondicional por todos...
En la segunda ocasión llevo un bebé en brazos que luego extravío.
Deambulo por el aeropuerto con rictus de Jodie Foster en Flightplan.
... Querrás hacer ajustes familiares para mejorar la convivencia.
Me despierto con la sensación de haber estado en un capítulo de Lost y mortificadísimo por la hsitoria que tendré que inventar para justificar la desaparición de Aaron.
...Ya aprendiste a ceder cuando es necesario, amoldarse a la vida y ser feliz.
*Las cursivas son de mi horóscopo de hoy, según El Universal.
Te entrará una sensación de amor incondicional por todos...
En la segunda ocasión llevo un bebé en brazos que luego extravío.
Deambulo por el aeropuerto con rictus de Jodie Foster en Flightplan.
... Querrás hacer ajustes familiares para mejorar la convivencia.
Me despierto con la sensación de haber estado en un capítulo de Lost y mortificadísimo por la hsitoria que tendré que inventar para justificar la desaparición de Aaron.
...Ya aprendiste a ceder cuando es necesario, amoldarse a la vida y ser feliz.
*Las cursivas son de mi horóscopo de hoy, según El Universal.
martes, junio 17, 2008
Los signos fuera del zodiaco
Mi memoria, como supongo es la de cualquiera, es muy selectiva. Recuerdo el cumpleaños de cada uno de los miembros de mi numerosa y variopinta familia. Rara vez les llamo, para mi es suficiente con acordarme y como no es conveniente para mi economía mandar regalos a cada uno, me evito la pena de dar muchas explicaciones. La última vez que mi hermano más cercano cumplió años, lo llamé y no supe qué hacer con el resto de la conversación. En mi familia no somos de darnos arrumacos o recordarnos lo mucho que nos queremos. En nuestro planeta, con hacer acto de presencia de cualquiera de las maneras posibles es suficiente, luego la dinámica es desempolvar las anécdotas o chismear del familiar más trashy o la última prima embarazada.
Mi familia es muy fértil, de ahí tal vez mi fobia a la reproducción. Cumplí mi misión de lavar pañales y hacer mamilas a muy temprana edad y de ahí me quedó claro que los bebés tienden a ceder rápidamente su belleza a favor de un proyecto temerario de ser humano. Creánme, si se trata de tu familia, entender esa ecuación resulta aún más desalentador. Lo que resta es salir al mundo y darse cuenta que afuera no es diferente ni mucho mejor.
Las excepciones confirman la regla, por eso la regla no escrita de tolerar a tu familia por la información genética que compartes con ella es una trampa que funciona, porque buscar razones de peso para hacerlo resultaría en un caos.
Hoy es cumpleaños de mi padre, la mitad de mi información genética y buena parte de mi educación sentimental, junto con las telenovelas y los libros sensacionalistas de finales de los 70. Un géminis típico (lo que sea que eso signifique), como era típico en muchas cosas relacionadas con ser padre de familia. Fue una buena persona -lo cual no es tan típico como pudiera pensarse- y padeció la poca euforia que ha generado siempre el Día del Padre, sólo que para él resultaba muchas veces doblemente pálido, pues cuando coincidía con su fecha de nacimiento, recibía de regalo los artículos típicos-tópicos del día.
Él se sentía mucho más cómodo dando que recibiendo. Lo notabas al entregarle el paquete con calcetines o alguna otra prenda envuelta en papel brillante y moño color azul. Después del abrazo se metía a su cuarto a seguir viendo le televisión en ropa interior como todos los domingos y no me acuerdo haber escuchado algún mariachi en la calle como el Día de las Madres. Lo cual para mi era un alivio, pero ignoro si era algo que él tenía en falta.
Alguna vez comentó en broma que sus hijos queríamos más a nuestra madre que a él. También dijo que no viviría después de los cuarenta y murió pasados los sesenta. No es que no tuviera palabra sino que, contradictorio como cualquier persona de su signo (y del que sea), era muy propenso a llevarse la contraria. Amaba a los niños hasta que dejaban de tener gracia para él, y eso era alrededor de los 3 o 5 años, cuando empiezan a articular palabras coherentes él empezaba a perder el interés. Creo que todavía no me recupero de haber cedido mi trono a temprana edad, gracias a las sorpresas que dio a mi madre la menopausia, esa señora tan inpuntual y traicionera que conspiró con el magisterio para darme una hermana que no necesitaba (aunque después de 5 que más dá).
Recuerdo como si fuera ayer, la única vez que me pegó. Era un hombre muy fuerte, pero no me hizo el menor daño físico, apenas fue un empujón o un puntapié. Lloré por él, porque a mis 6 or so años lo descubrí tan vulnerable e imperfecto que un cuestionamiento precozmente inoportuno de mi parte era capaz de sacarlo de sus casillas. Yo pensaba que los papás eran invencibles. Me quedó claro desde entonces que no.
Antes de saber quién era Hamlet y Elektra y Edipo entendí la parábola de David, Goliat y la pequeña e insidiosa piedra... y la liga, no olvidemos que siempre debe haber algo que se estire hasta romperse.
Mi familia es muy fértil, de ahí tal vez mi fobia a la reproducción. Cumplí mi misión de lavar pañales y hacer mamilas a muy temprana edad y de ahí me quedó claro que los bebés tienden a ceder rápidamente su belleza a favor de un proyecto temerario de ser humano. Creánme, si se trata de tu familia, entender esa ecuación resulta aún más desalentador. Lo que resta es salir al mundo y darse cuenta que afuera no es diferente ni mucho mejor.
Las excepciones confirman la regla, por eso la regla no escrita de tolerar a tu familia por la información genética que compartes con ella es una trampa que funciona, porque buscar razones de peso para hacerlo resultaría en un caos.
Hoy es cumpleaños de mi padre, la mitad de mi información genética y buena parte de mi educación sentimental, junto con las telenovelas y los libros sensacionalistas de finales de los 70. Un géminis típico (lo que sea que eso signifique), como era típico en muchas cosas relacionadas con ser padre de familia. Fue una buena persona -lo cual no es tan típico como pudiera pensarse- y padeció la poca euforia que ha generado siempre el Día del Padre, sólo que para él resultaba muchas veces doblemente pálido, pues cuando coincidía con su fecha de nacimiento, recibía de regalo los artículos típicos-tópicos del día.
Él se sentía mucho más cómodo dando que recibiendo. Lo notabas al entregarle el paquete con calcetines o alguna otra prenda envuelta en papel brillante y moño color azul. Después del abrazo se metía a su cuarto a seguir viendo le televisión en ropa interior como todos los domingos y no me acuerdo haber escuchado algún mariachi en la calle como el Día de las Madres. Lo cual para mi era un alivio, pero ignoro si era algo que él tenía en falta.
Alguna vez comentó en broma que sus hijos queríamos más a nuestra madre que a él. También dijo que no viviría después de los cuarenta y murió pasados los sesenta. No es que no tuviera palabra sino que, contradictorio como cualquier persona de su signo (y del que sea), era muy propenso a llevarse la contraria. Amaba a los niños hasta que dejaban de tener gracia para él, y eso era alrededor de los 3 o 5 años, cuando empiezan a articular palabras coherentes él empezaba a perder el interés. Creo que todavía no me recupero de haber cedido mi trono a temprana edad, gracias a las sorpresas que dio a mi madre la menopausia, esa señora tan inpuntual y traicionera que conspiró con el magisterio para darme una hermana que no necesitaba (aunque después de 5 que más dá).
Recuerdo como si fuera ayer, la única vez que me pegó. Era un hombre muy fuerte, pero no me hizo el menor daño físico, apenas fue un empujón o un puntapié. Lloré por él, porque a mis 6 or so años lo descubrí tan vulnerable e imperfecto que un cuestionamiento precozmente inoportuno de mi parte era capaz de sacarlo de sus casillas. Yo pensaba que los papás eran invencibles. Me quedó claro desde entonces que no.
Antes de saber quién era Hamlet y Elektra y Edipo entendí la parábola de David, Goliat y la pequeña e insidiosa piedra... y la liga, no olvidemos que siempre debe haber algo que se estire hasta romperse.
martes, junio 10, 2008
La abuela Carmela
A mi padre le decían El Cuate porque nació con compañía, aunque hasta la fecha no sé cómo fue que murió su gemelo dicigoto, pero asumo que fue una carga menos para una madre soltera en un pueblo sinaloense que después emigró a Sonora.
La abuela Carmela tenía cabello blanco y voz fuerte. La suavizaba cuando la visitábamos, pero incluso a sus nietos nos quedaba claro que la presencia de mi padre opacaba cualquier gracia o atributo que pudieramos tener para ganar su atención. El respeto entre ella y mi madre parecía el resultado de varias batallas, una tregua entre gitanas.
Mi papá heredó de ella -a parte de la piel blanca y los ojos verdes- la voz de capataz. Ambos compartían su fascinación por mi hermano mayor, que era el más parecido a su estirpe (esa tendencia tan mestiza de ver nobleza en el acccidente genético). Los demás eramos considerados de acuerdo a aquello que nos acercaba a esa sección del árbol genealógico. Yo, por más cercano que estuviera genéticamente siempre me sentí pariente lejano.
La llegada de mi abuela al velorio de mi padre todo lo cimbró. Aquella madrota impasible y fría que recordabamos se apareció gritando el nombre de su primogénito, convertida de pronto en una Sara García dirigida por Ismael Rodríguez. Ese día me pareció aún más extraña, disminuída y distorsionada por el dolor y reclamando el protagonismo que siempre tuvo en la vida de El Cuate. Nosotros no hicimos más que abrile cancha a sus lamentos y volter a vernos como discretos signos de interrogación.
Murió meses después y su fallecimiento fue la confirmación de la ausencia de mi padre, como si la última testigo de ese momento viniera a recordarme lo grande de mi pérdida... y sólo para decirme que no se comparaba con la suya.
La abuela Carmela tenía cabello blanco y voz fuerte. La suavizaba cuando la visitábamos, pero incluso a sus nietos nos quedaba claro que la presencia de mi padre opacaba cualquier gracia o atributo que pudieramos tener para ganar su atención. El respeto entre ella y mi madre parecía el resultado de varias batallas, una tregua entre gitanas.
Mi papá heredó de ella -a parte de la piel blanca y los ojos verdes- la voz de capataz. Ambos compartían su fascinación por mi hermano mayor, que era el más parecido a su estirpe (esa tendencia tan mestiza de ver nobleza en el acccidente genético). Los demás eramos considerados de acuerdo a aquello que nos acercaba a esa sección del árbol genealógico. Yo, por más cercano que estuviera genéticamente siempre me sentí pariente lejano.
La llegada de mi abuela al velorio de mi padre todo lo cimbró. Aquella madrota impasible y fría que recordabamos se apareció gritando el nombre de su primogénito, convertida de pronto en una Sara García dirigida por Ismael Rodríguez. Ese día me pareció aún más extraña, disminuída y distorsionada por el dolor y reclamando el protagonismo que siempre tuvo en la vida de El Cuate. Nosotros no hicimos más que abrile cancha a sus lamentos y volter a vernos como discretos signos de interrogación.
Murió meses después y su fallecimiento fue la confirmación de la ausencia de mi padre, como si la última testigo de ese momento viniera a recordarme lo grande de mi pérdida... y sólo para decirme que no se comparaba con la suya.
miércoles, junio 04, 2008
Dreaming in technicolor
Condenado a muerte, pero sin arrastrar cadenas cantando una especie de cumbia como la Méndez. Cero inquisición y sobreproducidos escenarios.
Yo, condenado a muerte por quien sabe cuántos pecados (creo que sólo me falta tachar el de la avaricia), preocupado por cómo vestir para recibir mi castigo.
Redundante como soy, eligo el rojo vino.
El escenario es entre apocalíptico y festivo, como película de Visconti.
No alcanza mi ego onírico para parecerme a Helmut Berger, pero sí para soñar una corte mortuoria parecida a las de Jodorowsky, pero sin cantar el fin del mundo se acerca yaaa, ni jesucristo nos salvaraaaaá...
Llego a la sala donde se llevará a cabo la ejecución como quien llega a dar un recital.
Una mujer sin capucha será la encargada de inyectarme un coctel mortuorio; es la madre de la víctima (nunca queda claro de qué, pero inocente yo no me siento).
Me amarran de manos y pies.
La mujer decide que es mejor ver la vena en directo y me corta el dorso de la mano con un pequeño sable.
Yo no siento dolor y me fascina ver mi mano partida en dos sin sangrar, como pieza de Hirst.
Sólo siento sueño.
Despierto como si nada.
No me siento muerto.
Si acaso un poco aburrido.
Sospecho que resucité al siguiente día.
Así es uno de ansioso e irrespetuoso con la numerología.
Yo, condenado a muerte por quien sabe cuántos pecados (creo que sólo me falta tachar el de la avaricia), preocupado por cómo vestir para recibir mi castigo.
Redundante como soy, eligo el rojo vino.
El escenario es entre apocalíptico y festivo, como película de Visconti.
No alcanza mi ego onírico para parecerme a Helmut Berger, pero sí para soñar una corte mortuoria parecida a las de Jodorowsky, pero sin cantar el fin del mundo se acerca yaaa, ni jesucristo nos salvaraaaaá...
Llego a la sala donde se llevará a cabo la ejecución como quien llega a dar un recital.
Una mujer sin capucha será la encargada de inyectarme un coctel mortuorio; es la madre de la víctima (nunca queda claro de qué, pero inocente yo no me siento).
Me amarran de manos y pies.
La mujer decide que es mejor ver la vena en directo y me corta el dorso de la mano con un pequeño sable.
Yo no siento dolor y me fascina ver mi mano partida en dos sin sangrar, como pieza de Hirst.
Sólo siento sueño.
Despierto como si nada.
No me siento muerto.
Si acaso un poco aburrido.
Sospecho que resucité al siguiente día.
Así es uno de ansioso e irrespetuoso con la numerología.
martes, junio 03, 2008
Cuidado con el león
Así me pongo cuando estoy viendo mi serie favorita en la televisión y alguien se atraviesa para ganar atención (sobre todo cuando ese alguien acaba de contar su historia de decepción amorosa tan tópica como un bostezo y se molesta por el poco rating que genera su capítulo).
-¡Déjate de mamadas, Guillermo!, le grito.
-¿Pero qué le ves a ese programa de televisión?
-Es muchísimo más interesante que tu historia.
-¿Cómo va a ser más interesante una serie que la vida real?
-Duh! Ellos tienen decenas de escritores para un sólo capítulo. Tú sólo tienes tu patética vida, así que no puedes culparme que prefiera la ficción bien hecha a la realidad más tristemente predecible.
-Sós malo, Manuel.
-Sobre todo cuando me provocan.
-Nunca me habías hablado así.
-Nunca te habías interpuesto entre la televisión y yo.
-Ese es tu problema, que vives en la ficción.
-En una pésima ficción, gracias por tu aportación. Nos hacía falta un inmigrante argentino en la trama.
-¡Déjate de mamadas, Guillermo!, le grito.
-¿Pero qué le ves a ese programa de televisión?
-Es muchísimo más interesante que tu historia.
-¿Cómo va a ser más interesante una serie que la vida real?
-Duh! Ellos tienen decenas de escritores para un sólo capítulo. Tú sólo tienes tu patética vida, así que no puedes culparme que prefiera la ficción bien hecha a la realidad más tristemente predecible.
-Sós malo, Manuel.
-Sobre todo cuando me provocan.
-Nunca me habías hablado así.
-Nunca te habías interpuesto entre la televisión y yo.
-Ese es tu problema, que vives en la ficción.
-En una pésima ficción, gracias por tu aportación. Nos hacía falta un inmigrante argentino en la trama.
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