Me hace gracia cómo se parece mi fin de semana al encuentro forzado de las inseparables pre-menopáusicas de Sex and the City. No lo comenté con ellos, porque así como hay cosas que me reservo de comentar en este blog, hay otras tantas que me callo en mi interacción con los demás, por puro ejercicio de contención.
Llegaron el viernes y pedí el día para ejercitar esa faceta de anfitrión para la que no me considero muy talentoso. Llegué por ellos al aeropuerto y todo aquello se convirtió en un caos gracias a la no tan novedosa estrategia de dividir las llegadas nacionales en dos terminales diferentes, mientras sus usuarios alegan al teléfono estar en la misma puerta de salida sin que correspondan los escenarios. Como en dos realidades paralelas difíciles de empatar... (¿así o más metafórico el asunto?)
Apenas ocho meses sin vernos y no hemos cambiado demasiado. De este lado menos kilos, de allá los mismos, si acaso un poco más de vello facial y el mismo entusiasmo hedonista que vuelvo a ejercitar con la misma soltura: como quien vuelve a andar en bicicleta después de un largo período de sedentarismo.
Paseo obligado en metro, baño de pueblo forzado por la ocurrencia de llegar a la hora en que el tráfico hace necia la sola idea de tomar un taxi. Camino siempre delante de ellos, como queriendo evitar que reciban la bofetada cosmopolita de un zopetón ya que les llevo cierto tiempo de ventaja asimilando la violenta dinámica ciudadana.
Inmediatamente después de instalarlos iniciamos formalmente la plática que veníamos marinando en una mesa instalada en la acera de Álvaro Obregón, degustando exquisita pasta con vino de mesa, interrumpidos de vez en cuando por el chillante monólogo de una promotora artística que le agradece a su pseudo interlocutor ser de las pocas personas con las que puede "platicar". Coincidimos en que aquello que en unas partes es folclore, en ciudades como éstas es un lastre tan annoying como los vendedores de todo a diez del metro.
Después de la beauty nap de rigor hacemos triunfal aparición en el lugar al que tienes que ir para sentirte moderno. El Patrick Miller lo que tiene es que todo le da igual, su dinámica no parece haber sido alterada por su repentino auge, si acaso que la cerveza ahora cuesta 5 pesos más, pero sigue igual de fría y dispuesta a ser disfrutada. Los círculos de baile se multiplican y el espaci0 para los bailarines de a pié como uno es reducido, pero no importa. Las estrellas siguen siendo las mismas, sólo que con mayor diversidad de espectadores (un verdadero ejemplo de convivencia y respeto que no es común ver en un lugar de diversión nocturna).
Seguimos el recorrido en lugares menos santos y diversos, como tachando en una planilla de must do. Terminamos exhaustos en una taquería de la que apenas recuerdo lo que pedí y de no haber sido por el nublado que acosa esta ciudad, habríamos visto el sol ponerse en el cielo antes que nosotros la pijama. ¿Quién iba a pensar que a quien más iba yo a extrañar (palabra casi prohibida en mi vocabulario) era al Sol?
2 comentarios:
no me digas que fue algo como... the fashion police strikes df....
oh my gah si es así...
y créeme cuando extrañes al sol, mándame un mensaje y te recordaré los 5 años más vieja que me hará parecer...
Algo por el estilo, morra. Mi problema es que estaba acostumbrado a adivinar la hora por la intensidad y la posición del sol. No por eso iba a dejar de usar bloqueador solar (las cosas están ahí para despotricar de ellas y luego echarlas de menos).
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