jueves, marzo 12, 2009

Booty Call

Recibo mensaje al celular solicitando mi presencia mañana. La pienso dos veces antes de contestar a pesar de no tener nada planeado. Últimamente lo que me sobra es el tiempo y eso quiere decir que se me acaba… en varios sentidos. Me viene a la cabeza la vez que nos conocimos, lo intensa y divertida a la vez que sui géneris. Terminamos tomando chocolate con galletas en un café del centro, diciéndonos verdades a medias y mentiras enteras, comprobando que el lenguaje del cuerpo lleva la delantera en honestidad a la comunicación verbal. Intercambiamos números de teléfono sin demasiadas expectativas y cuando me llamó por vez primera no dudé en aceptar reunirnos en un cuarto de hotel, compartir unas cervezas y lo demás que se comparte dentro de cuatro paredes con ventanas corridas y televisión con canales porno. La experiencia fue extraña, no tan buena como la primera vez y un poco coreografiada, lo que para mí es un turn off. Me distraje demasiado con las manías del personaje, principalmente relacionadas con inhalantes y otros sucedáneos de la estimulación que la verdad no acostumbro utilizar y que no me causan suficiente curiosidad. Tampoco ayudó que la sesión fue demasiado larga para mi gusto, que si no lo perdono en películas no veo porqué tenga que hacerlo en encuentros sexuales fortuitos.
Después de varios meses, me di por bien servido al no volver a tener noticias hasta que las tuve y esta vez mis intuiciones fueron confirmándose al saber su lugar de trabajo y asuntos personales que no me interesaban particularmente: burócrata, casado de doble vida de Verónica, fijación por el porno tópico y una tendencia a la perversión de catálogo. La novedad era que quería incluirme en un trío con un amigo suyo al que le había platicado de mí. No le dije que esa ecuación, en mi caso, se quedó en los 90 y que lo hice para llenar la planilla reglamentaria; me limité a comentar que no acostumbraba pactar con desconocidos por más buenas referencias que tuvieran y aproveché para poner en escena una autoridad moral lejana no sólo a mis creencias particulares sino también a mi registro actoral. No me gané el Oscar, pero sí una cena en la que aparte de unos antojitos mexicanos recibí, gratuitamente, consejos de primera mano para encauzar mi vida por el camino de la estabilidad emocional y el compromiso de pareja. Yo cuando como hablo poco, así que asentía al tiempo que masticaba y me divertía con la imagen de un policía con la bragueta abierta que cortejaba torpemente a una mesera. Al terminar apliqué la de se hace tarde y vivo lejos y el hombre esperó conmigo a que tomara el metro, despidiéndome con la advertencia de que me portara bien en mi regreso a casa. Contaba con no volver a saber de él… hasta hoy que reaparece como necio invitado especial a una telenovela con serios problemas de progresión dramática, pero sobre todo con una necesidad apremiante de renovar el casting.

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