sábado, agosto 01, 2009

Huída

Estar solo en un bar nunca ha sido una experiencia placentera para mi. Mi catálogo de poses es muy limitado y la tensión sexual en los bares gay demanda demasiadas defensas. Sacar el celular para checar la hora se agota a las primeras tres, poner atención a lo que pasan en pantalla se vuelve una experiencia esquizofrénica porque generalmente no coincide con lo que se escucha en las bocinas y mientras la espera se alarga y el alcohol circula por tu torrente sanguíneo tus respuestas motoras empiezan a convertirse en un catálogo incontrolable de incongruencias. No sólo es irritante que se te note que estás esperando a alguien sino que los demás traten de leerte como tarot on line.

Uno no tiene más que sonreir o hacerse el miope, apreciar la decoración como de abuelita obsesionada con Winnie The Pooh, hacer como que te da igual el repertorio musical que va desde musica ochentosa a cumbias genéricas y tratar de no reirte demasiado del que baila como Alicia Villarreal. No es que no tenga su gracia, pero no deja de recordarte que estás en territorio si no enemigo al menos ajeno, como el invitado desconocido a una fiesta pesada y velluda, donde tu inseguridad pareciera ser la miel atrayendo a las abejas. Y sí, hay momentos en que quieres salir corriendo, que tu resistencia se debilita y quieres mandar todo a la chingada, pero luego pides otra cerveza y te ralajas un poco más y te deja de importar el resto y que aparentemente hayas sido plantado e intentes disimularlo sin mucho éxito. Y sales y fumas porque así has visto que en las películas se resuelve todo y si no se resuelve al menos es más glamoroso.

Y te llega el mensaje diciendo que en realidad te esperan en otro lugar, pero tu ya le invertiste a sentirte agusto en éste y prefieres sacar plusvalía de ello. Y eres todo sonrisa y guiños y tus dedos son de mantequilla y aplazas el impulso de huir, ése que siempre te persigue a todas partes a donde vayas. Tu sombra pisándote los talones.

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