viernes, marzo 10, 2006

Efebo

-Qué bonitas están, dice bajándole los pantalones y viendo cómo las nalgas del muchacho reflejan la luz de la luna (si El Hombre supiera de poesía tendría tiempo para darle a ese efecto hipnótico que el trasero provoca en él las palabras precisas para su dueño, en caso de que él diera tres centavos por un verso).
El Muchacho se arquea un poco cuando siente la mano rasposa del hombre recorrer la única parte de su cuerpo expuesta. El Hombre lo acaricia suavemente y lo examina como no haría un médico con su paciente (la gente que pudiera pasar por el río a esa hora parece no importar. Un par de nalgas detienen las manecillas del reloj sólo para dar rienda suelta al encantamiento de un par de ojo: una dupla multiplicándose hacia el infinito).
Ahora la nariz y la boca se acercan. El Hombre posa su mejilla lampiña y después empieza a lamer, acercándose al orificio arrugado color rosa pálido, coronado por unos delicados y apenas perceptibles vellos dorados.
El muchacho cierra los ojos al sentir la humedad de esa lengua en su ano hasta que la fricción empieza a crecer y la saliva empieza a recrudecer el dolor por las heridas que el encuentro sexual de la noche anterior le dejaron. El dolor lo hace replegarse (no puede evitar enternecerse al voltear y comparar la cara de frustración del hombre con la de un niño a quien el bribón de la clases le acaba de robar su paleta de caramelo).
Alcanza a ver que El Hombre ya había sacado su verga del pantalón y se disponía a penetrarlo...Él entiende las falsas razones del muchacho al negarse debido a la falta de protección (eso mismo no lo detuvo la noche anterior cuando recibió, con sorpresa primero y placer después, el miembro gordo y duro del camionero que no se tomó la molestia de pedir permiso, corriendo el riesgo de encontrarse con un No).
A cada palabra dulce del albañil, el muchacho recuerda las palabrotas y los gruñidos de anoche y no puede evitar ese sentimiento de frustración (si el muchacho se conociera un poco más podría adivinar además un poco de culpa, misma que le impide irse sin decir nada).
El Hombre se masturba y al terminar le aclara al muchacho que él entenderá si se encuentran por casualidad en la calle y no lo saluda. Le hace un último comentario sobre lo perfecto de sus nalgas (que son las mejores que ha visto) y se va después de acariciarle la mejilla (el muchacho no alcanza a entender el porqué de su repentina tristeza). Se limpia el cachete y, sin levantarse apenas, empieza a subirse los pantalones.

3 comentarios:

Sol dijo...

Te dejo un beso.

Anónimo dijo...

VIVA EL ARTE!!!!

Anónimo dijo...

Güey!!!

¿Qué pedo con tus fans?