El debut y despedida del comediante Chris Rock como presentador en la edición pasada de los premios Oscar incomodó a más de tres que no vieron con buenos ojos que un hombre de color pusiera el dedo en la llaga sobre asuntos como el racismo y la homofobia que campea en la sociedad norteamericana (en una noche reservada a la sonrisa perpetua y el glamour). Sin embargo, Woopy Wooldberg había sido festejada por bocona e incendiaria, pero suponemos que viniendo de una mujer -género aún considerado menor e inofensivo- el consenso es más de lograrse.
Rock comentó -entre otras cosas- que ningún negro heterosexual estaría viendo la ceremonia, a menos que él o un familiar suyo estuviera nominado. Por más políticamente incorrecto que suene el comentario, hay que reconocer que tiene cierta razón. No sólo por el conservadurismo que domina a buena parte de la comunidad afroamericana, sino por que buena parte del público cautivo del evento, así como gente que trabaja en las actividades paralelas, son gay. Desde críticos de cine, estilistas, diseñadores de vestuario, entrenadores, dietistas, etc. conforman una audiencia base si no mayoritaria al menos considerable.
Y sí, todos sabemos(?) que las orientaciones sexuales no deberían servir para categorizar, pero dicha premisa tendrá que esperar otro año pues éste 2006 los más sonrientes o los más decepcionados (dependiendo los resultados) serán el llamado escuadrón rosa debido a la presencia, que muchos exageran al llamarla milagrosa o paradigmática, de Secreto en la Montaña, Transamérica y Capote, tres películas donde la identidad sexual tiene bastante peso en sus tramas.
A distancia, todo cae por su propio peso, se verá que en lo que menos hay que exagerar es el optimismo de cualquier bandera. La Academia estadounidense tiene dos cartas en la mano y no hace falta ser muy brillante para adivinar cuál de ellas jugará: la que agrupe mayores consensos y cuyas reacciones no sean incendiarias en el sentido más peligroso del término (léase conflicto Árabe-Israelí).
Spielberg se tendrá que conformar con sus nominaciones por Munich, favoreciendo la nada despreciable llamada de atención de George Clooney en su segundo intento como director, dándose el lujo que pocas mujeres han podido: seguir siendo un símbolo sexual sin por eso despreciar sus intentos por demostrar la existencia de materia gris y un atisbo de algo cada vez más escaso en el medio: talento.
Jon Stewart, quien se estrena como presentador en la gala, tendrá en bandeja de plata recursos para hacer reír a la audiencia, pero tendrá que andarse con pies de plomo para no abusar de la fórmula “gay igual a risa”, porque (dadas las circunstancias particulares de esta edición) podrían revertirse en su contra y despertar los demonios adormecidos por el consumismo y la autocomplacencia de un gremio que demostró en Stonewall 69 que no hay peor agresión que interrumpir una fiesta.
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