Las leyes de la física no aplican a las relaciones humanas o aplican de una manera perversa. Uno pensaría que como elementos de la naturaleza, responderíamos a las mismas leyes universales, pero la voluntad humana si algo tiene de admirable es su vocación paradójica: a mayor atención uno corresponde con indiferencia y escepticismo en igual intensidad.
Somos necios perpetuadores de la Ley de Murphy (… su espíritu conlleva el principio de diseño defensivo; el anticipar los errores que el usuario final probablemente cometerá), que no falla jamás.
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