Desde que al aviso clasificado se metió a nuestras intimidades ya nada es igual. A mi como que me hacía gracia que un anuncio perdido en un mar de palabras ocasionara una oleada de encuentros y desencuentros, todos con el peregrino pretexto de encontrar tu pareja ideal, al menos para esa noche de ansiedad genital, que nunca falta… más bien abunda.
Pero desde que las pujantes cabecitas pensantes pululando el universo cibernético decidieron que era buena idea bombardear a los usuarios con promesas de satisfactores emocionales emergentes, esto se ha vuelto un acoso equiparable al cialis y al viagra que te ofrecen diariamente en tu casilla de correo basura.
Que si meetic, hi5, myspace, corazones, lovehappens, tuparejaideal, sexyornot y un interminable etcétera son la reinvención de la fórmula romántica y ominosa del solitario pre-cyber space que llevaba a la redacción de un periódico (o llamaba por teléfono) un montón de palabras que siempre empezaba hombre/mujer solero(a) busca… lo que sea que buscara para llenar ese vacío emocional que juntándolo con el de los demás haría temblar al agujero de la capa de ozono del polo sur.
Pero como la cabra tira al monte, el usuario -con su coladera imaginaria- ha filtrado finalmente cualquier asomo de delicadeza y el lenguaje se ha reducido a dos que tres balbuceos pseudos-eróticos haciendo alusión a complexiones corporales, dimensiones, posiciones de preferencia y demás exquisiteces que como novedad pueden resultar hasta divertidas pero que se agotan al primer cotejo con lo cotidiano y que nos deja claro que tenemos el autoestima o colgado con alfileres de nuestro armario o de plano le prendemos veladoras al Ego Nuestro que está por los cielos.
Si hiciéramos las mismas matemáticas que hacemos a la hora de dimensionar pulgadas y sinuosidades, quedaría claro que si ese tiempo -incluso la mitad- que utilizamos en crear perfiles, subir fotos y hacer contactos en cada servicio de encuentro al que accedemos, lo utilizáramos para interactuar con el prójimo no sólo seríamos más productivos en nuestras labores, también descubriríamos que es más divertido. A menos, claro, que tengamos fobia al aseo personal o de plano se trate de serial killers… ahí sí que recomiendo el anonimato.
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