jueves, octubre 18, 2007

Ma-la

La maldad es la estrella; el egoísmo y la ambición los motores. Quienes pensaron que las heroínas virginales, de boquita pintada y mirada tímida eran las reinas del melodrama absurdo y sugestivo de las telenovelas, seguro no han visto muchas o no las indicadas.

A sus 50 recién cumplidos, la telenovela latinoamericana ha visto esplendores sólo comparables a la industria cinematográfica en sus mejores épocas (en 1997, las ventas en el rubro de la mexicana Televisa fueron aproximadamente 100 millones de dólares, sólo un poco menos que los ingresos de la BBC y comparable a los 500 millones de la Warner Bros., Paramount y Universal). Este subgénero enfrenta su mala reputación con una historia colmada de éxitos económicos y, sobre todo, una enorme influencia en la educación sentimental del televidente a un grado sólo imaginable en la era pre-Internet.

La telenovela, hija bastarda del folletín radiofónico, la novela rosa y la fotonovela, es una especie de novia de Frankenstein, sólo que con mayor instinto de supervivencia. Si bien su fórmula de entrega seriada (donde el bien y el mal se disputan el reino de la felicidad ever after) no ha variado mucho, al menos ha demostrado una gran persistencia y se ha mantenido como un reflejo de las obsesiones y fantasías de un público cautivo, que ha rebasado ya a las amas de casa que le ganaron su título de soap opera en Estados Unidos.

Y como para cada bastarda hace falta una madre desnaturalizada, la maldad casi siempre tuvo cara de mujer: las grandes villanas de telenovela, las que pasaron a la historia fueron siempre la revancha del sexo débil a quien, por más que terminaran recibiendo su castigo por diferentes vías, nadie quitaba lo bailado.

La boda final, donde los protagonistas sellan su amor frente al altar o delante de un atardecer, es siempre alternada con el regodeo de guionistas y directores en el sufrimiento de quienes habían obstaculizado el amor de la señorita pobre queriéndose meter en los pantalones -y en la chequera- del muchachito rico (porque muy buena gente la heroína, pero su arribismo social nadie se lo critica mientras siga rezándole a la Guadalupana).

Sintomático no es tanto que la receta siga funcionando, sino que Catalina Creel (María Rubio en “Cuna de Lobos”) sea uno de los personajes que más han dejado huella en la memoria colectiva latinoamericana. No tanto porque sea una maestra de la manipulación, asesina serial y fashion victim, sino porque representa el otro lado de la moneda de esa sacra institución que conocemos como maternidad.

Esta falsa tuerta de peinado arquitectónico, capaz de asesinar al marido y torturar psicológicamente a su hijastro para favorecer a su hijo biológico es la alegoría perfecta del poder corrosivo del amor maternal, el que mientras más intenso y atroz, mejor reputación tiene y que es, al tiempo que pilar del imperio, la génesis misma de su destrucción: la maldad viéndose a si misma como hija de Sófocles.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Precisamente, cuando escucho las palabras "novela" y "villana", lo primero que me viene a la mente es la imagen de Catalina Creel ja

La Fran dijo...

Otra Novela con una mala de protagonista(cosa medio extraña en la t.v mexicana)fuéhegdk "El angel caído" estelarizada por la vetada Rebeca Jones.

Manuel dijo...

Supe Fran, pero desgraciadamente no vi esa telenovela (de hecho, ni Cuna de Lobos llegué a ver más que en sus capítulos finales, pero me estoy poniendo al día con el Dvd).

Anónimo dijo...

Cuna de Lobos, Rosa salvaje, carrusel, ...

sylvíssima dijo...

apúrese que hay cola! la cuna de lobos puede ser algo así como guía básica para sobrevivir el siglo xxi