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No sabes cómo me agüita recibir este correo y leerlo tan tarde.
Me hubiese gustado que me llamaras pero este mail no es para reprochar. Las últimas noticias que tuve de A. eran positivas, así que esperaba que cualquier nueva que llegara fuera en ese tono. Me debió haber quedado claro hace tiempo que la vida tiene agenda propia y uno no se puede confiar.
Me habría gustado al menos hablar con él antes de que pasara ésto. Con las prisas, ni siquiera le dediqué el libro de Vallejo que le mandé con I. y no estoy seguro si alcanzó a recibir. El libro era una versión de una promesa incumplida mía hacia A. (decidí mandarle algo menos desgarrador que El Desbarrancadero), además de una manera de hacerle saber que estaba con él -aunque a distancia, pero preocupado por su situación y solidario, como siempre fuimos uno con el otro.
Es bien extraña la conexión que teníamos (así es generalmente entre dos personas complicadas) y me gustaría tener la certeza que entre tanta angustia e incertidumbre tuvo un momento para acordarse de mi. Siempre fuimos cómplices y comparsas que comparten un cariño que no necesita decirse (como son los cariños verdaderos), pero que tal vez debió ser más constante, tomando en cuenta la distancia.
Las últimas veces que platicamos por el msn todo parecía ir bien. Creo que todo lo que pasó lo tomó a él por sopresa casi tanto como a nosotros. No quiero imaginarme todo lo que pasó. Él, que no le temía a nada y que vivía como si la vida fuera una constante resistencia, como si el placer fuera la mayor de las venganzas frente a las adversidades, esas que le hacen a uno construír una coraza para ocultar al niño temeroso y precoz veterano del desamor.
Me habría gustado reírme con él por última vez de las certezas de la ciencia y las de la fe, pero pasó igual que con R. que eligió un escenario lejano para irse (aunque creo que A. hubiera preferido Marruecos o Turquía en vez de un hospital del estado). ¿Te acuerdas que nos enteramos de su muerte justo unos minutos antes que empezara aquella obra de teatro donde los responsables de crear la bomba atómica se hacen reclamos éticos y de alcoba mientras la humanidad está a punto de mostrar su peor cara?
Así me siento ahora, como si los adioses se me atoraran en la garganta. Ayer, mientras caminaba de regreso a casa se proyectaban mis auto-reclamos en boca de extraños: una mujer con la que tropecé y me llamó pendejo y no sé que tantas cosas, o aquella otra que me pidió un peso y me llamó hijo de perra al no recibir respuesta o el de hoy en la mañana, que también pedía algo (aquí lo que más contamina es la pedidera) y yo sólo tengo para dar, tristeza.
Me pongo los audífonos, pero no he encontrado unos que neutralicen el silencio que cala hasta los huesos, el de las intenciones truncas, el que te paraliza por no poder anticipar ni siquiera la muerte...
Creo que le paro aquí, antes que también se me atoren las letras. Pero antes me gustaría agradecerte tu papel de intermediario en todo ésto y pedirte que -por favor- no lo tomes como otra de tus obligaciones para con los demás (es decir, no lo vuelvas a hacer). Somos amigos, y porque te quiero, te pido que no te conviertas en quien tú ya sabes: no ocupamos otro enterrador. Queremos -al menos yo- al mismo O. de sonrisa y energía imparable, al hermano favorito, a uno de los pocos optimistas a quienes respeto y que me preocupó cuando I. me contó de la vez que platicaron y tus historias se habían vuelto sombrías (ella no se dio cuenta en el momento del gusto que le dio verte). Coincidimos, medio en broma, que Tijuana se desmoronó ante mi abandono, pero no lo hagas tú sunshine, que nosotros los pesimistas, los descreídos, los cínicos, necesitamos tu sonrisa de contrapeso.
Te mando un abrazo.
M.
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