Detrás de un gran hombre no siempre hay una gran mujer (ok, la madre de Edipo es otra historia) y cuando detrás de él hay otro gran hombre hay diversión: o atrás o adelante o arriba o abajo, who cares?
Pero, ¿porqué detrás de una gran mujer siempre hay un gran estigma? Primero Batichica era un personaje de relleno que lo único que aportaba a la historieta y a la serie de televisión era ese elemento distractor necesario para que el romance helénico entre Brunce Wayne y su discípulo no fuera tan evidente y los corazones heterosexuales no se rompieran ante semejante revelación, pues ya sabemos que les viene dando lo mismo lo que suceda, siempre y cuando ese lo que sea no tenga nombre propio.
Batichica fue siempre -según parece- una torpe y voluntariosa muchacha con el complejo freudiano casi en desuso de “envidia del pene”. Un complejo que, dicho sea de paso, no es exclusivo de las mujeres, porque estoy seguro que hay más de un varón (incluyéndome) que envidia el pene de Nacho Vidal, Rocco Siffredi, Jeffrey Stryker o ya de perdida el de Ron Jeremy. Tal vez Freud se refería de manera alegórica a la tendencia tan femenina de desear las ventajas históricas del sexo opuesto, pero como yo soy muy malo para las alegorías lo entiendo todo muy literal (por eso tengo en tan mal estima a la poesía. Saarry!).
Quienes son iguales de malos que yo para las sutilezas son los creativos de DC Comics, que en una puntada por demás oportunista y a destiempo decidieron sacar del agujero del olvido a nuestra nunca bien ponderada Batgirl, con la novedad de que para dejar de ser invisible la convirtieron en una experta en tijeras y lenguas. No, no es modista ni traductora, ahora resulta que es lesbiana.
Yo en contra de las lesbianas no podría tener nada, en primer lugar porque nuestros campos de acción jamás se cruzan (no entramos en competencia pues) y en segundo lugar estoy súper a favor de esa vertiente pre-moderna de la sexualidad polimorfa y perversa. Lo que sí tiende a sacarme de mis casillas (lo cual no es para nada difícil) es asumir el lesbianismo y cualquier otra vertiente contra natura (como vestirse, hacer carreteras, modificar las corrientes acuíferas, negarse a procrear y un largo etcétera) como algo cool por default, una tendencia a seguir por esa peregrina idea mercadotécnica de que la tijera es la onda porque Madonna se besa con top-models y ya de pronto todas las adolescentes se creen T.a.t.u. (malas cantantes, no: falsas lesbianas).
¿Será el único recurso para el “empoderamiento” femenino? Ni idea. Supongo que descubrir el cuerpo de otra mujer resulta al menos revelador cuando no han auscultado el propio, pero a mi como que el deseo me suena a otra cosa diferente a curiosidad pueril (muy válida, por supuesto, cuando eres púber y un tanto ridícula cuando no lo eres).
El caso es que Batichica ahora es lesbiana, enamorada de una policía (claro, ¿porque una guardia de seguridad, una halterista o una mecánica no sería cool?), rica y con tanta profundidad psicológica como uteril... Me pregunto qué opinará Camille Paglia.
miércoles, mayo 31, 2006
martes, mayo 30, 2006
Viendo el muerto...
No hand -just an empty sleeve. Lord! I thought, that’s a deformity!… Then, I thought, there’s something odd in that. What the devil keeps that sleeve up and open, if there’s nothing in it? There was nothing in it, I tell you. Nothing down it, right down to the joint. I could see right down it to the elbow, and there was a glimmer of light shining through a tear of the cloth.
H.G. Wells
lunes, mayo 22, 2006
Barbie kamikaze
La belleza ha sido desde siempre tema de debate y su apreciación varía de cultura a cultura y de época a época. En tiempos de globalización, los estándares de belleza han ido amoldándose a un criterio occidentalizado y les excepciones étnicas han servido generalmente para reforzar las tendencias dominantes: por cada modelo de origen africano, oriental o hispano hay decenas de rubias perpetrando la fantasía Barbie.
Mi vida no vale nada, sin la Barbie-Secretaria, canta María Daniela y su Sonido Láser al recordar un cumpleaños infantil donde su mayor anhelo era esa encarnación plástica de un ideal físico imposible adaptado a todas esas áreas de trabajo donde la mujer está llamada a figurar (para no pecar de injustos, también hay versiones profesionistas de estas muñecas, pero juraría que son las de menor demanda).
Los concursos de belleza -dinosaurios que a partir de su propia crisis se definen a sí mismos como reclutadores de talento- han ayudado a preservar esa imagen de la belleza inofensiva y doméstica que, paradójicamente, la industria de la moda intenta eludir, apostando cínicamente por físicos que se acercan más a la fantasía delirante de un ilustrador que a la de un hombre o una mujer común.
E! Enterteinmet Television y la revista People se encargan de llevar agua a su molino con esta tendencia a demarcar los diferentes tipos de belleza y explotar la ansiedad compulsiva de un público con ganas de verse representado. Las listas, en su arbitrariedad, abarrotan los encabezados y los anuncios televisivos: los cuerpos más bellos, las cabelleras más brillantes, los labios más sexys y el rompecabezas continua, alimentado la industria cosmética y hasta la quirúrgica, cuyas bizarras historias tipo Quiero una cara famosa o Extreme Makeover a veces rebasan la retorcida ficción de la serie Nip-Tuck.
No falta, por supuesto, la candidez de las celebridades al asegurar la importancia de la belleza interior (cuando es más que evidente la pequeña fortuna invertida en su aspecto), pero eso no es suficiente para que cualquier vecina se sienta completa con sus buenos sentimientos y sus visitas regulares al templo cuando esa disciplina no se refleja en el espejo, en algún silbido en la calle o en una invitación a salir.
Incluso la belleza por sí sola no es suficiente: el éxito es el mejor de los accesorios y el tiempo en pantalla el mejor mantenimiento que un rostro famoso pudiera desear. Nada es tan importante como la imagen, ni siquiera tiene la belleza que ser acompañada de talento, ese accesorio tan poco recurrente en nuestra autocomplaciente cultura. El amasiato entre la industria del entretenimiento, la moda y los cosméticos ha hecho posible el sueño del Dr. Frankestein, al punto de convertirse en una verdadera pesadilla en la que no ser bello es igual a ser invisible.
Mi vida no vale nada, sin la Barbie-Secretaria, canta María Daniela y su Sonido Láser al recordar un cumpleaños infantil donde su mayor anhelo era esa encarnación plástica de un ideal físico imposible adaptado a todas esas áreas de trabajo donde la mujer está llamada a figurar (para no pecar de injustos, también hay versiones profesionistas de estas muñecas, pero juraría que son las de menor demanda).
Los concursos de belleza -dinosaurios que a partir de su propia crisis se definen a sí mismos como reclutadores de talento- han ayudado a preservar esa imagen de la belleza inofensiva y doméstica que, paradójicamente, la industria de la moda intenta eludir, apostando cínicamente por físicos que se acercan más a la fantasía delirante de un ilustrador que a la de un hombre o una mujer común.
E! Enterteinmet Television y la revista People se encargan de llevar agua a su molino con esta tendencia a demarcar los diferentes tipos de belleza y explotar la ansiedad compulsiva de un público con ganas de verse representado. Las listas, en su arbitrariedad, abarrotan los encabezados y los anuncios televisivos: los cuerpos más bellos, las cabelleras más brillantes, los labios más sexys y el rompecabezas continua, alimentado la industria cosmética y hasta la quirúrgica, cuyas bizarras historias tipo Quiero una cara famosa o Extreme Makeover a veces rebasan la retorcida ficción de la serie Nip-Tuck.
No falta, por supuesto, la candidez de las celebridades al asegurar la importancia de la belleza interior (cuando es más que evidente la pequeña fortuna invertida en su aspecto), pero eso no es suficiente para que cualquier vecina se sienta completa con sus buenos sentimientos y sus visitas regulares al templo cuando esa disciplina no se refleja en el espejo, en algún silbido en la calle o en una invitación a salir.
Incluso la belleza por sí sola no es suficiente: el éxito es el mejor de los accesorios y el tiempo en pantalla el mejor mantenimiento que un rostro famoso pudiera desear. Nada es tan importante como la imagen, ni siquiera tiene la belleza que ser acompañada de talento, ese accesorio tan poco recurrente en nuestra autocomplaciente cultura. El amasiato entre la industria del entretenimiento, la moda y los cosméticos ha hecho posible el sueño del Dr. Frankestein, al punto de convertirse en una verdadera pesadilla en la que no ser bello es igual a ser invisible.
viernes, mayo 19, 2006
Spank
No me acuerdo si de pequeño me nalguearon mucho, pero tengo sentimientos encontrados con respecto al spank (y no, no tiene nada que ver con el correo basura, aunque bien podría). Tal vez porque sea mi primer encuentro con alguien fan de esa práctica que es una reelaboración del castigo materno.
Tal vez me falte edipismo, porque nalga hay suficiente, aunque medio adolorida, como de seguro estará el orgullo del ahora ex-presbítero Marcial Maciel, que fue invitado a dejar los hábitos por las acusaciones de abuso sexual que pesan sobre él desde hace un buen, pero que Juan Pablo II hizo vista gorda por su especial estima a Los Legionarios de Cristo y su fundador.
No hay mucha leña que sacar de este árbol caído, pero sí podemos señalar que ese silencio ante las acusaciones no es, como lo han dicho muchos, un ejemplar comportamiento, digno de un buen cristiano, sino una prueba más de su culpabilidad. Ahora entiendo porqué tanto alboroto alrededor de “El Código Da Vinci”: no hay mejor cortina de humo que la indignación protectora del dogma y los medios volcados sobre un enfrentamiento más bien frívolo, mientras por otro lado la iglesia “castiga” la pederastia de Maciel con una jubilación express de lujo. En un mundo justo, el señor estaría en la cárcel, pero ese particular sentido de la justicia de los jerarcas católicos me sigue sorprendiendo.
Tal vez me falte edipismo, porque nalga hay suficiente, aunque medio adolorida, como de seguro estará el orgullo del ahora ex-presbítero Marcial Maciel, que fue invitado a dejar los hábitos por las acusaciones de abuso sexual que pesan sobre él desde hace un buen, pero que Juan Pablo II hizo vista gorda por su especial estima a Los Legionarios de Cristo y su fundador.
No hay mucha leña que sacar de este árbol caído, pero sí podemos señalar que ese silencio ante las acusaciones no es, como lo han dicho muchos, un ejemplar comportamiento, digno de un buen cristiano, sino una prueba más de su culpabilidad. Ahora entiendo porqué tanto alboroto alrededor de “El Código Da Vinci”: no hay mejor cortina de humo que la indignación protectora del dogma y los medios volcados sobre un enfrentamiento más bien frívolo, mientras por otro lado la iglesia “castiga” la pederastia de Maciel con una jubilación express de lujo. En un mundo justo, el señor estaría en la cárcel, pero ese particular sentido de la justicia de los jerarcas católicos me sigue sorprendiendo.
martes, mayo 16, 2006
Highlights de la “etspo”
1: El mérito al estilo para la versión sonorense de Leonorilda Ochoa, una mujer de edad respetable cuyo mayor esfuerzo, porque para bailar cumbias no se esforzó mucho, fue su concepto bizarro del coordinado playero-ganadero: sombrero para el sol (sí, era de noche) color azul cobalto, blusón de flores azules con camiseta de fondo azul turquesa, jeans deslavados, bolso azul añil y zapatos azul cielo a destono. Hay que esforzarse bastante para usar tantos tonos de un mismo color sin que ninguno combine.
2. El mérito a la valentía: Un par de travestis rodeados por un grupo de cheros imberbes que entre risa nerviosa y carrilla a borbotones sudaban testosterona combinada con Tecate de lata, sin tener claro si lo suyo era fascinación o náuseas. Una de ellas se despidió de alguien con quien al parecer comparte un pedazo de pasado diciendo “...vales verga” mientras avienta el cigarro a su cara.
3. El mérito al desencanto: -Ay, vámonos! Esto parece “Secreto en la montaña”. Dicho por una, de un grupo de mujeres a la salida del lugar.
4. El mérito a la honestidad trasnochada: -Ahora que de verdad me estoy miando, están cerrados los baños. Dicho por quien pensamos tenía la vejiga caída cuando en realidad lo suyo es la caída de ojos.
5. Mérito a la camaradería machín: -¡Qué chiquita se le ve, compadre! Dicho por un chero a otro en el mingitorio mientras el que esto escribe confirma la oración sin que haya un clima frío para justificar el atrevimiento.
2. El mérito a la valentía: Un par de travestis rodeados por un grupo de cheros imberbes que entre risa nerviosa y carrilla a borbotones sudaban testosterona combinada con Tecate de lata, sin tener claro si lo suyo era fascinación o náuseas. Una de ellas se despidió de alguien con quien al parecer comparte un pedazo de pasado diciendo “...vales verga” mientras avienta el cigarro a su cara.
3. El mérito al desencanto: -Ay, vámonos! Esto parece “Secreto en la montaña”. Dicho por una, de un grupo de mujeres a la salida del lugar.
4. El mérito a la honestidad trasnochada: -Ahora que de verdad me estoy miando, están cerrados los baños. Dicho por quien pensamos tenía la vejiga caída cuando en realidad lo suyo es la caída de ojos.
5. Mérito a la camaradería machín: -¡Qué chiquita se le ve, compadre! Dicho por un chero a otro en el mingitorio mientras el que esto escribe confirma la oración sin que haya un clima frío para justificar el atrevimiento.
miércoles, mayo 10, 2006
Celofán
Siempre odié las rifas en las escuelas primarias. Intuía, sin mucha curiosidad por averiguar, el destino final del dinero que reuniríamos a partir de aquel juego de tazas y platos de cerámica barata. Me dieron diez boletos que supe tendría que pagar de mi mesada y así no defraudar las expectativas que mi maestra tenía puestas en mi, siendo el jefe de grupo y el único invitado a probar sus precarias dotes culinarias un día que el menú de calabazas rellenas con carne me hicieron vomitar en su escusado.
Fue suficiente con mi frondoso árbol genealógico para llenar los talonarios de esos boletos, pero por descuido o jugarreta del destino incluí mi nombre en uno de ellos. Resultó el ganador y un diez de mayo de mi infancia salgo de la escuela cargando el resultado de que -por primera vez- el azar o algo que se la parezca me favoreciera en algo que no tiene nada que ver con mis necesidades o deseos.
Pero no dejaba de ser un triunfo, así que tenía que despistar unos momentos a mi precoz egocentrismo y congratularme en que por primera vez iba a hacer un regalo de día de las madres que no estuviera hecho de papel, crayolas y recortes engomados en base de cartón corrugado. Ya desde entonces estaba para mi claro lo mala leche de regalar mas vajilla para lavar, pero a quien menos gracia debió hacerle la ocurrencia fue a una de mis hermanas a quien algún dios socarrón le endilgó la tarea de mantener limpia la cocina familiar.
No recuerdo la cara de mi madre al recibir mi amor cristalizado en blanco y decorado con flores de colores envuelto en papel celofán, coronado por un moño enorme color dorado. Mi memoria quedó prensada entre lo tensas que estaban mis piernas y lo tembloroso de mis manos al momento de entregar el regalo. Mi sonrisa fue la de un equilibrista que ha cruzado con éxito una larga cuerda sin red de protección.
Tuve después el sueño recurrente con la imagen de esas tazas cayendo en cámara lenta y convirtiéndose en una hermosa constelación de estrellas blancas salpicadas por el rojo sangre que chorreaba de mis manos mutiladas.
Fue suficiente con mi frondoso árbol genealógico para llenar los talonarios de esos boletos, pero por descuido o jugarreta del destino incluí mi nombre en uno de ellos. Resultó el ganador y un diez de mayo de mi infancia salgo de la escuela cargando el resultado de que -por primera vez- el azar o algo que se la parezca me favoreciera en algo que no tiene nada que ver con mis necesidades o deseos.
Pero no dejaba de ser un triunfo, así que tenía que despistar unos momentos a mi precoz egocentrismo y congratularme en que por primera vez iba a hacer un regalo de día de las madres que no estuviera hecho de papel, crayolas y recortes engomados en base de cartón corrugado. Ya desde entonces estaba para mi claro lo mala leche de regalar mas vajilla para lavar, pero a quien menos gracia debió hacerle la ocurrencia fue a una de mis hermanas a quien algún dios socarrón le endilgó la tarea de mantener limpia la cocina familiar.
No recuerdo la cara de mi madre al recibir mi amor cristalizado en blanco y decorado con flores de colores envuelto en papel celofán, coronado por un moño enorme color dorado. Mi memoria quedó prensada entre lo tensas que estaban mis piernas y lo tembloroso de mis manos al momento de entregar el regalo. Mi sonrisa fue la de un equilibrista que ha cruzado con éxito una larga cuerda sin red de protección.
Tuve después el sueño recurrente con la imagen de esas tazas cayendo en cámara lenta y convirtiéndose en una hermosa constelación de estrellas blancas salpicadas por el rojo sangre que chorreaba de mis manos mutiladas.
El vicio de la belleza
Elizabeth Rosemond Taylor (Londres, Inglaterra - 1932) alguna vez dijo que el problema con la gente sin vicios era que generalmente tenían unas virtudes demasiado molestas. Y esto lo dijo la mujer que fue por mucho tiempo el ejemplo de las virtudes bien distribuidas, la más deseada, la más envidiada y la más acosada. Pero el acoso que más le ha tocado padecer es el de su propia dependencia hacia las sustancias: el alcohol, las pastillas, la comida y el amor (en caso de que la última pueda ser considerada sustancia).
La niña de ojos azul violeta ha sido a lo largo de su vida una persona que ha vivido en el superlativo constante: muchas películas, muchos premios, muchos millones, muchos amigos, muchos maridos, muchas joyas y también muchos problemas. Sin embargo, la belleza para ella no ha significado impunidad, ni siquiera por estar complementada con talento. El éxito tampoco ha sido todo el desodorante que ella hubiera pensado: no se llevó todos los malos olores del pasado sino que se han quedado ahí para alimentar la leyenda viva más grande e inquietante desde Greta Garbo.
Antes que la realidad imitara a las series televisivas de Aaron Spelling con circos mediáticos de tres pistas (Angelina Jolie instalada en plan Heather Locklear y ésta en plan esposa dolida frente a Denise Richards) ahí estaba Elizabeth Taylor alimentando la incipiente industria del tabloide con su colección de maridos, superada sólo por la de diamantes. Nunca su presencia en pantalla generó tanta expectación como su compulsiva visita a las oficinas de registro civil, llegando a inaugurar una afición inédita hasta entonces a los divorcios. Del único marido del que no se divorció fue del productor Mike Todd, quien tuvo el mal tino de morírsele antes.
Así como Truman Capote hacía mofa de su ingenuidad por casarse con cada hombre con quien se relacionaba sexualmente, la actriz no tuvo empacho en enorgullecerse de ese hecho, aún cuando estuvo a punto de ser excomulgada por el Vaticano por su escandaloso romance con la entonces pareja de la emblemática rubia Debbie Reynolds, para después ser crucificada por la prensa por su adúltero y explosivo romance con Richard Burton durante la filmación del mayor fracaso cinematográfico de la historia: "Cleopatra" (L. Mankiewicz, 1963).
Taylor inauguró con esa película (en una llamada telefónica donde le pedían hacer el papel de Cleopatra comentó, a manera de broma, que lo haría por un millón de dólares y sorprendente fue tomada en serio), el sistema Hollywoodense de inflar estrellas mediante millones de dólares, apuestas que entonces resultaban descabelladas pero que ahora disfrutan actrices como Julia Roberts, por mencionar alguna.
Muy a su pesar, Roberts ha sido condenada a explotar un carisma basado en su sonrisa digna de un anuncio de crema dental, pero la capacidad expresiva de Elizabeth fue más allá de sus hipnóticos ojos. Su papel de la alcohólica, histérica y perversa Martha de "¿Quién teme a Virginia Woolf? (Nichols, 1966) demostró que el Oscar recibido años antes por "BUtterfield 8" (Mann, 1960) pudo no haber sido gracias a una traqueotomía, como señaló Shirley MacLaine en algún momento de despecho, sino a una interpretación llena de esa intensidad y fragilidad con que dotó a la Maggie de "Cat on a Hot Tin Roof" (Brooks, 1958) o a la insatisfecha Leonora de "Reflections in a Golden Eye" (Huston,1967).
Ahora que los rumores sobre su estado de salud empiezan a alborotar el buitrerío mediático no queda más que reivindicar el profundo amor a la vida que siempre ha demostrado esta mujer que está de vuelta de todo, definiéndose a si misma como una sobreviviente y cuyo ejemplar concepto de la amistad la llevó a encaminar sus esfuerzos fuera del cine para impulsar la lucha contra el Sida en momentos donde ni Reagan ni Bush fueron capaces de reconocer la importancia del problema.
"Es suficientemente triste que la gente esté muriendo de Sida, pero nadie debería morir de ignorancia" declaró alguna vez esta mujer, ganándose un status que le permitiría pasar por "Los Picapiedra" (Levant, 1994) sin destruir una carrera por encima ya del bien y del mal.
La niña de ojos azul violeta ha sido a lo largo de su vida una persona que ha vivido en el superlativo constante: muchas películas, muchos premios, muchos millones, muchos amigos, muchos maridos, muchas joyas y también muchos problemas. Sin embargo, la belleza para ella no ha significado impunidad, ni siquiera por estar complementada con talento. El éxito tampoco ha sido todo el desodorante que ella hubiera pensado: no se llevó todos los malos olores del pasado sino que se han quedado ahí para alimentar la leyenda viva más grande e inquietante desde Greta Garbo.
Antes que la realidad imitara a las series televisivas de Aaron Spelling con circos mediáticos de tres pistas (Angelina Jolie instalada en plan Heather Locklear y ésta en plan esposa dolida frente a Denise Richards) ahí estaba Elizabeth Taylor alimentando la incipiente industria del tabloide con su colección de maridos, superada sólo por la de diamantes. Nunca su presencia en pantalla generó tanta expectación como su compulsiva visita a las oficinas de registro civil, llegando a inaugurar una afición inédita hasta entonces a los divorcios. Del único marido del que no se divorció fue del productor Mike Todd, quien tuvo el mal tino de morírsele antes.
Así como Truman Capote hacía mofa de su ingenuidad por casarse con cada hombre con quien se relacionaba sexualmente, la actriz no tuvo empacho en enorgullecerse de ese hecho, aún cuando estuvo a punto de ser excomulgada por el Vaticano por su escandaloso romance con la entonces pareja de la emblemática rubia Debbie Reynolds, para después ser crucificada por la prensa por su adúltero y explosivo romance con Richard Burton durante la filmación del mayor fracaso cinematográfico de la historia: "Cleopatra" (L. Mankiewicz, 1963).
Taylor inauguró con esa película (en una llamada telefónica donde le pedían hacer el papel de Cleopatra comentó, a manera de broma, que lo haría por un millón de dólares y sorprendente fue tomada en serio), el sistema Hollywoodense de inflar estrellas mediante millones de dólares, apuestas que entonces resultaban descabelladas pero que ahora disfrutan actrices como Julia Roberts, por mencionar alguna.
Muy a su pesar, Roberts ha sido condenada a explotar un carisma basado en su sonrisa digna de un anuncio de crema dental, pero la capacidad expresiva de Elizabeth fue más allá de sus hipnóticos ojos. Su papel de la alcohólica, histérica y perversa Martha de "¿Quién teme a Virginia Woolf? (Nichols, 1966) demostró que el Oscar recibido años antes por "BUtterfield 8" (Mann, 1960) pudo no haber sido gracias a una traqueotomía, como señaló Shirley MacLaine en algún momento de despecho, sino a una interpretación llena de esa intensidad y fragilidad con que dotó a la Maggie de "Cat on a Hot Tin Roof" (Brooks, 1958) o a la insatisfecha Leonora de "Reflections in a Golden Eye" (Huston,1967).
Ahora que los rumores sobre su estado de salud empiezan a alborotar el buitrerío mediático no queda más que reivindicar el profundo amor a la vida que siempre ha demostrado esta mujer que está de vuelta de todo, definiéndose a si misma como una sobreviviente y cuyo ejemplar concepto de la amistad la llevó a encaminar sus esfuerzos fuera del cine para impulsar la lucha contra el Sida en momentos donde ni Reagan ni Bush fueron capaces de reconocer la importancia del problema.
"Es suficientemente triste que la gente esté muriendo de Sida, pero nadie debería morir de ignorancia" declaró alguna vez esta mujer, ganándose un status que le permitiría pasar por "Los Picapiedra" (Levant, 1994) sin destruir una carrera por encima ya del bien y del mal.
martes, mayo 09, 2006
Gente bien
Hay gente que ni calladita es bonita. Yo, por ejemplo, superficial puedo serlo y mucho, incluso me doy el lujo de compartir esa idea de Camille Paglia de que la belleza implica ciertos privilegios ya por el solo hecho de Ser. Pero no hay belleza que se sostenga vestida de estupidez, sobre todo cuando hay tanta insistencia en la gente en ser esa rubia platinada cuando la alopecia está ganando terreno.
También hay gente, muy poca, a la que la inteligencia le sienta bien e incluso hasta les da cierto encanto sexual. Que conste que no cometí el error garrafal de decir que la inteligencia es sexy y que ya con eso puedan llevarle a uno al colchón, No. La inteligencia, puede ser, en el último de los casos, un buen accesorio para quienes tenemos un sentido de la estética digamos que democrático.
Pero, ¿qué pasa cuando la gente carece de cualquier clase de atributo pero tiene toda la suerte del mundo y nunca ha batallado para conseguir lo que desea (en caso de que tenga eso claro)? Podría decirse que el destino tiene un retorcido sentido del humor, pero eso sería decir lo menos cuando esos personajes a quienes todo les ha llegado servido en bandeja de plata no son capaces siquiera de trascender su insulsa naturaleza y echar un vistazo a los que les rodea con el mínimo agradecimiento o la mínima buena ondez es cuando uno dice: ¡no mames!
Cuando la burbuja en la que se ha vivido sólo es capaz de generar mezquindad y miopía emocional no te hace sino sentir vergüenza de, alguna vez, haber envidiado la suerte ajena y reconciliarte con esa parte tuya que confundió nauseas con vértigo al convivir con cierta gente que no hace sino reafirmar, a cada palabra y acción, el prejuicio del que uno intentaba liberarse.
También hay gente, muy poca, a la que la inteligencia le sienta bien e incluso hasta les da cierto encanto sexual. Que conste que no cometí el error garrafal de decir que la inteligencia es sexy y que ya con eso puedan llevarle a uno al colchón, No. La inteligencia, puede ser, en el último de los casos, un buen accesorio para quienes tenemos un sentido de la estética digamos que democrático.
Pero, ¿qué pasa cuando la gente carece de cualquier clase de atributo pero tiene toda la suerte del mundo y nunca ha batallado para conseguir lo que desea (en caso de que tenga eso claro)? Podría decirse que el destino tiene un retorcido sentido del humor, pero eso sería decir lo menos cuando esos personajes a quienes todo les ha llegado servido en bandeja de plata no son capaces siquiera de trascender su insulsa naturaleza y echar un vistazo a los que les rodea con el mínimo agradecimiento o la mínima buena ondez es cuando uno dice: ¡no mames!
Cuando la burbuja en la que se ha vivido sólo es capaz de generar mezquindad y miopía emocional no te hace sino sentir vergüenza de, alguna vez, haber envidiado la suerte ajena y reconciliarte con esa parte tuya que confundió nauseas con vértigo al convivir con cierta gente que no hace sino reafirmar, a cada palabra y acción, el prejuicio del que uno intentaba liberarse.
miércoles, mayo 03, 2006
¿Ética o Estética?
¿Por cual de esos dos candidatos votaría usted?, ¿verbo mata a carita? Si esto es cierto, ¿de qué sirven las plataformas políticas e incluso las ideas, las intenciones o los sentimientos? Si eso funciona así entonces ¿cómo vota la población invidente?, esa que no puede irse con a finta y dejarse arrastrar por esa seducción cercana a la erótica. Si aplicamos otro dicho popular de que ojos que no ven, corazón que no siente, no sólo estaríamos siendo injustos, sino imprecisos.
Ahora que estamos en época electoral y que las ideas brillan por su ausencia, uno pensaría que la guerra sería visual y el único ganador en esta contienda será el mal gusto. Los panistas instalados en el limbo de la perversa-estupidez bienintencionada, sosteniendo apenas su nombre con sus dos manos listas para dejarlo caer en cuanto les tiren con el hueso. Los priístas tratando de ocultar su historia negra con un candidato indefendible, creyéndose muy listos al señalar la estupidez del Foxismo como si hicieran falta dos dedos de frente para notarlo durante seis años seguidos de pena ajena. Y los perredistas jugando a la no se qué estoy haciendo, pero nada puede ser un error si estamos con López Obrador. Pregúntenle a esa candidata local que parece catálogo de cirugías plásticas, cubierto por una guía Pantone de maquillaje mal aplicado y uñas acrílicas a tono. Ahora que la política imita al travestismo pareciera mal momento para las actitudes conciliadoras y propositivas de Patricia Mercado, la única candidata que aún desde el bajo perfil sabe al menos el significado de una palabra cada vez más en desuso: la dignidad.
Nunca como ahora las campañas se habían convertido en un pleito de vecindad, de esas donde solo hay tres lavaderos y muchas doñas esperando turno. Pero no sólo eso, ahora las campañas son con sombrero mágico y todo: se juega al Mago Frank y a David Copperfield, se juega a aparecer reservas de agua y catafixiar litros cúbicos por votos o se juega al juego de la ausencia, del ahorita estoy y luego no, ahora soy Houdini tratando de deshacerme de una encuesta que no me favorece, ahora soy el patiño de Televisa, ahora de TV Azteca, ahora soy el padre modelo, ahora el de las manos limpias pidiendo tiempo al aire a cambio de una ley indigna.
Y mientras el circo se satura de payasos, los verdaderos dueños de este país hacen su agosto en el Congreso, limpiándose con la Constitución Mexicana y garantizándose la impunidad futura. ¿Y los ciudadanos? Muy lindos ellos y muy solidarios haciendo marchas para apoyar a sus parientes inmigrantes, presionando a un gobierno que no es el suyo, que no hay nada mejor para la sordera del propio como el mutismo ciudadano: el matrimonio perfecto.
Ahora que estamos en época electoral y que las ideas brillan por su ausencia, uno pensaría que la guerra sería visual y el único ganador en esta contienda será el mal gusto. Los panistas instalados en el limbo de la perversa-estupidez bienintencionada, sosteniendo apenas su nombre con sus dos manos listas para dejarlo caer en cuanto les tiren con el hueso. Los priístas tratando de ocultar su historia negra con un candidato indefendible, creyéndose muy listos al señalar la estupidez del Foxismo como si hicieran falta dos dedos de frente para notarlo durante seis años seguidos de pena ajena. Y los perredistas jugando a la no se qué estoy haciendo, pero nada puede ser un error si estamos con López Obrador. Pregúntenle a esa candidata local que parece catálogo de cirugías plásticas, cubierto por una guía Pantone de maquillaje mal aplicado y uñas acrílicas a tono. Ahora que la política imita al travestismo pareciera mal momento para las actitudes conciliadoras y propositivas de Patricia Mercado, la única candidata que aún desde el bajo perfil sabe al menos el significado de una palabra cada vez más en desuso: la dignidad.
Nunca como ahora las campañas se habían convertido en un pleito de vecindad, de esas donde solo hay tres lavaderos y muchas doñas esperando turno. Pero no sólo eso, ahora las campañas son con sombrero mágico y todo: se juega al Mago Frank y a David Copperfield, se juega a aparecer reservas de agua y catafixiar litros cúbicos por votos o se juega al juego de la ausencia, del ahorita estoy y luego no, ahora soy Houdini tratando de deshacerme de una encuesta que no me favorece, ahora soy el patiño de Televisa, ahora de TV Azteca, ahora soy el padre modelo, ahora el de las manos limpias pidiendo tiempo al aire a cambio de una ley indigna.
Y mientras el circo se satura de payasos, los verdaderos dueños de este país hacen su agosto en el Congreso, limpiándose con la Constitución Mexicana y garantizándose la impunidad futura. ¿Y los ciudadanos? Muy lindos ellos y muy solidarios haciendo marchas para apoyar a sus parientes inmigrantes, presionando a un gobierno que no es el suyo, que no hay nada mejor para la sordera del propio como el mutismo ciudadano: el matrimonio perfecto.
martes, mayo 02, 2006
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