Elizabeth Rosemond Taylor (Londres, Inglaterra - 1932) alguna vez dijo que el problema con la gente sin vicios era que generalmente tenían unas virtudes demasiado molestas. Y esto lo dijo la mujer que fue por mucho tiempo el ejemplo de las virtudes bien distribuidas, la más deseada, la más envidiada y la más acosada. Pero el acoso que más le ha tocado padecer es el de su propia dependencia hacia las sustancias: el alcohol, las pastillas, la comida y el amor (en caso de que la última pueda ser considerada sustancia).
La niña de ojos azul violeta ha sido a lo largo de su vida una persona que ha vivido en el superlativo constante: muchas películas, muchos premios, muchos millones, muchos amigos, muchos maridos, muchas joyas y también muchos problemas. Sin embargo, la belleza para ella no ha significado impunidad, ni siquiera por estar complementada con talento. El éxito tampoco ha sido todo el desodorante que ella hubiera pensado: no se llevó todos los malos olores del pasado sino que se han quedado ahí para alimentar la leyenda viva más grande e inquietante desde Greta Garbo.
Antes que la realidad imitara a las series televisivas de Aaron Spelling con circos mediáticos de tres pistas (Angelina Jolie instalada en plan Heather Locklear y ésta en plan esposa dolida frente a Denise Richards) ahí estaba Elizabeth Taylor alimentando la incipiente industria del tabloide con su colección de maridos, superada sólo por la de diamantes. Nunca su presencia en pantalla generó tanta expectación como su compulsiva visita a las oficinas de registro civil, llegando a inaugurar una afición inédita hasta entonces a los divorcios. Del único marido del que no se divorció fue del productor Mike Todd, quien tuvo el mal tino de morírsele antes.
Así como Truman Capote hacía mofa de su ingenuidad por casarse con cada hombre con quien se relacionaba sexualmente, la actriz no tuvo empacho en enorgullecerse de ese hecho, aún cuando estuvo a punto de ser excomulgada por el Vaticano por su escandaloso romance con la entonces pareja de la emblemática rubia Debbie Reynolds, para después ser crucificada por la prensa por su adúltero y explosivo romance con Richard Burton durante la filmación del mayor fracaso cinematográfico de la historia: "Cleopatra" (L. Mankiewicz, 1963).
Taylor inauguró con esa película (en una llamada telefónica donde le pedían hacer el papel de Cleopatra comentó, a manera de broma, que lo haría por un millón de dólares y sorprendente fue tomada en serio), el sistema Hollywoodense de inflar estrellas mediante millones de dólares, apuestas que entonces resultaban descabelladas pero que ahora disfrutan actrices como Julia Roberts, por mencionar alguna.
Muy a su pesar, Roberts ha sido condenada a explotar un carisma basado en su sonrisa digna de un anuncio de crema dental, pero la capacidad expresiva de Elizabeth fue más allá de sus hipnóticos ojos. Su papel de la alcohólica, histérica y perversa Martha de "¿Quién teme a Virginia Woolf? (Nichols, 1966) demostró que el Oscar recibido años antes por "BUtterfield 8" (Mann, 1960) pudo no haber sido gracias a una traqueotomía, como señaló Shirley MacLaine en algún momento de despecho, sino a una interpretación llena de esa intensidad y fragilidad con que dotó a la Maggie de "Cat on a Hot Tin Roof" (Brooks, 1958) o a la insatisfecha Leonora de "Reflections in a Golden Eye" (Huston,1967).
Ahora que los rumores sobre su estado de salud empiezan a alborotar el buitrerío mediático no queda más que reivindicar el profundo amor a la vida que siempre ha demostrado esta mujer que está de vuelta de todo, definiéndose a si misma como una sobreviviente y cuyo ejemplar concepto de la amistad la llevó a encaminar sus esfuerzos fuera del cine para impulsar la lucha contra el Sida en momentos donde ni Reagan ni Bush fueron capaces de reconocer la importancia del problema.
"Es suficientemente triste que la gente esté muriendo de Sida, pero nadie debería morir de ignorancia" declaró alguna vez esta mujer, ganándose un status que le permitiría pasar por "Los Picapiedra" (Levant, 1994) sin destruir una carrera por encima ya del bien y del mal.
2 comentarios:
Fabuloso tu comentario acerca de Elizabeth Taylor, me parece genial, sobre todo porque fue una mujer de avanzada para su época, pero con clase y distinción, más al estilo de Bárbara Hutton que de Marilyn Monroe, pero siendo sencillamente única a la vez: ELIZABETH TAYLOR.
Muy buena tu entrada Manuel, como siempre =)
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