jueves, mayo 10, 2007

Cerilla

Siempre me han encantado las historias de las madres terribles, las que ahogan a sus hijos, o los ahorcan con su cordón umbilical, o los matan para hacerle pasar un mal rato al marido, incluso las que se aíslan del mundo y se convierte en un satélite alrededor de la vida de sus hijos, negando cualquier realidad que se salga de esa órbita.

Pero uno sólo puede sentir fascinación por esas terribles variantes de la maternidad cuando la propia madre no ha entrado en esos cánones de tragedia griega. No entiendo como un hijo de Medea, de haber sobrevivido, pudiera interesarse por historias de madres terribles, seguro sería fan incondicional de Disney, donde la relación consanguínea siempre es indirecta: el tío, el sobrino, la abuela, todo para sacarle la vuelta a los complejos edípicos. Como si eso fuera posible.

A pesar de lo vulgar que me pueda parecer todo el jolgorio alrededor del día de las madres, los centros comerciales atestados por compradores de último minuto, las serenatas desafinadas y todo ese pepe el toro/chorriada que se genera alrededor de este culto a la maternidad, lo primero que hice en la mañana fue llamarle a mi madre. Me contesta mi hermana mayor y me dice que está barriendo el porche. La pone al teléfono y me saluda con voz ronca diciéndome que no tiene plan, que se la pasará encerrada en su casa como debe de ser. Como si yo no supiera que le tiembla la patita para salir de vaga como siempre, pero sabe que si hay un día en que tiene que ser la madre de portada de revista es éste.

Yo, que me quedo sin muchos recursos si quiero evitar preguntarle cómo se sobrevive a una parvada de hijos de la chingada (como mis hermanos y yo), reduzco mi discurso a lo tópico y a la promesa de visitarla pronto. Al colgar, intento hacer memoria y encontrar algún recuerdo desbalagado que me haya hecho odiarla alguna vez, pero su voz fresca aún en mi oído no hace sino cubrir de espesa cerilla esa basura freudiana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces no queda más remedia y resignarse a que uno no vive dentro de una tragedia griega, por más apetecible que parezca.

Anónimo dijo...

osea que es inevitable caer en la trampa? porque...debo decir que a punto estuve de llorar a juerzas para recordarla, en su día...