La frase “Sexo, Drogas y Rock & Roll” que hacía temblar a amas de casa de mediados del siglo pasado y que supuestamente describía el medio ambiente que rodeaba a la música de los jóvenes rebeldes de la época, parecía perder vigencia con el paso de los años.
El extendido uso de estupefacientes en otros ambientes menos estigmatizados fue el caldo de cultivo para una cultura de drogas recreativas cuyo crecimiento se dio de manera paralela a la inmersión del narcotráfico en la vida pública. Las drogas se convirtieron en el invitado VIP de todas las fiestas del Jet-set, mientras los gobiernos se tiraban de los pelos diseñando políticas y destinando presupuestos para tratar de detener -sin ningún éxito importante- a la industria ilícita más importante del momento (junto con la piratería).
En este contexto, podría resultar banal seguir haciendo uso del combo música-sexo-drogas, pero por alguna extraña razón sigue funcionando para referirse a fenómenos mediáticos actuales como Amy Winehouse (Southgate, London, 1983) y Pete Doherty (Exham, England, 1979): ambos con un gran talento lírico-musical, así como una vida pública registrada en tabloides impresos y virtuales alrededor del mundo donde se exponen hechos de sus vidas íntimas, convertidos en grandes espectáculos que poco tienen que ver son su oferta artística.
Winehouse, por ejemplo, empieza a ser conocida en América con su segundo disco (Back to Black, Island Records 2006), una reinterpretación muy personal del jazz clásico con un aliento desolado, cínico y muy vital. Pero, paradójicamente, sus problemas con el alcohol y trastornos alimenticios parecieron ser el motor mediático para que su música gozara de la atención de un público en vías de la antropofagia.
Doherty es mejor conocido por su desastrosa e intermitente relación con Kate Moss (la emblemática modelo de aspecto de heroinómana que acuñó la firma Calvin Klein en los 90), que por sus canciones. Su actitud de poeta maldito fue la causa del fin de “The Libertines” (banda de rock que formó con Carl Barat, para después cambiarla por “Babyshambles”) y de que pasara dos meses en prisión por comportamiento violento.
Como ellos mismos admiten, Amy & Pete tienen una peda muy pesada, los persigue el fantasma maniaco-depresivo de la celebridad autodestructiva, del genio incomprendido esperando embrutecido que la historia le haga justicia, de quien tiene la juventud para alimentar ese glamour decadente que tan bien han explotado campañas publicitarias (Cavalli, Gio-Goi, etc.) y de quienes justo en el pozo de su adicción encuentran la fuente de inspiración que los hace crear obras de arte por las que nadie da un centavo si no van acompañadas de una historia que lamentar o una cloaca que destapar.
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