No se que estará pasando a mi alrededor, pero parece final de temporada de algo:
-La muerte del R. que me dejó con un palmo de narices mi intención postergada de llevarle las copias que le hice de la serie “Oz”. Cada vez que lo veía le prometía llevárselas a su trabajo y el día que me enteré de su repentino deceso lo primero que pensé –sí, ya sé: shame on me!- fue ¿y ahora que hago con todos esos dvd’s?... Estoy seguro que el primero en reírse de esto sería él mismo, así que ahorrémonos el sermón y los golpes de pecho que son tan unlike him (and me).
-El conato de infarto del N., que no sabemos si fue conato o si fue infarto, pero junto como que suena más dramático y si hubiera sido alguna de las dos cosas seguro no estaría ahora contándolo como si de presumir un tatuaje o una herida de guerra se tratara. Para mí como que suena a mucha hipocondría, pero pues eso es más síntoma de algo aún más preocupante que no nos ocupa aquí. Además, yo no soy médico (pero qué pico tiene la pepa!)
-La golpiza al M., que no es por moralismo sino por matemática pura, pero se veía venir. Tan otorgado él, sigue al pié de la letra su premisa de “diosito: no me des, sólo ponme donde haiga”. Pues bueno, las plegarias atendidas a la orden del día; diosito -con su sentido del humor tan macabro y homofóbico- lo puso donde había: chingazos.
-El choque del Ch., que también es matemática ralentizada. Sólo que el sentido del humor aquí el Señor lo ha estado rizando mucho. No sólo no iba borracho ni under the influence of who knows what, sino que iba juicioso a compartir sus conocimientos con la juventú que tanto necesita norte (y asesor de imagen, entre otras cosas muchas).
Me reservo cualquier pronóstico, porque yo sin refrigeración me puedo volver muy antipático.
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