Cuando no queda otro remedio que ser turista en la ciudad que radicas, lo mejor es cuando dicho lugar te trata como un tursita de primera. La ciudad de México se bañó este fin de semana para recibir a sus visitantes locales y foráneos, como reina de pueblo mostró su mejor cara para dar la bienvenida a la primavera. Incluso tuvo a bien darnos la oportunidad de entrtar a ver la exposición de Gregory Colbert que tiene varios meses instalada en el Zócalo y que parecía atracción de Disney de lo imposible que ha estado el acceso (gajes del oficio de los eventos gratuitos). Entre la masa maravillada por la vista bienintencionada del fotógrafo canadiense uno no puede más que reconocer una curaduría elegante y preciocista, reconfortante para aquellas mentalidades new age y un poco impostadas para quienes no creen en esa peregrina armonía del ser humano con la naturaleza. Ambientalismo y antropología fashion, National Geographic pasando por Fashion TV. Bonito pues, pero lo opuesto a Cartier Bresson.
Nuestra idea era ir a ver a Silverio o algo así -nasty naco chic- pero al llegar a la plaza empezó a tocar un grupo de ska. Y pobre juventud, pero ni aunque tuviera edad o dickies cortados hasta la rodillas cumpliría ese trámite.
El hambre acechaba y nos dirigimos al Pagoda, que parecía restaurante de la 5ta Avenida con el tiempo de espera. Nunca unas enchiladas y un pollo con mole fueron tan esperados como esa noche.
Lo más curioso fue cuando atravezamos La Alameda, pasando por un espectáculo de caballos danzarines, forzando su elegancia natural a la gracia de un elefante de circo patriota, mientras al interior del parque le iba indicando al bebé que paseaba en la carriola de qué se trataba ese desfile de jóvenes como en alma en pena que desfilaban por los pasillos oscuros. Le explicaba que son el deseo atrapado en horrendos pantalones y gel para el pelo, entrañables personajes esperando una novela de Luis Zapata (me encanta cuando mi interlocutor no tiene la menor idea de mis referencias y no festeja mi forzado wit, sino que por respuesta me entorna sus pequeños ojos y chupa con mayor fuerza su chupón -literal, no pun intended).
Terminamos la excursión esperando infructuosamente un espectáculo de escaladores de edificios, pero nos conformamos con ver la Torre Latinoamericana pintada de colores, Bellas Artes recién bañada y la chilanga banda mostrando por un día su mejor cara (peinados aparte), aunque siempre hay tiempo para empujar en la puerta del metro o mostrarte intransigente porque sí, porque se puede. Porque es deber urbano. Porque la impunidad es un lujo sin envoltura pues.






