No sé que es lo que pasa en semana santa, que la gente (incluyéndome, que sigo siendo gente) anda en brama. No sé si tenga mucho que ver el hecho de que nos pone cachondos la idea de recordar las tres caídas sin límite de tiempo de un judío disidente (hello, Mel!) o simple y sencillamente el ocio patrocinado por la burocracia nacional o la condescendencia de la IP (tan guadalupana y cristera cuando le conviene). El caso es que esta semana que pasó bien puede representarse como una erección permanente, un desfile de visitantes nuevos o reincidentes en las calles y un ligero disloque en la dinámica citadina.
Como siempre, el clima es un timador incorregible, pero dentro de las cuatro paredes de un antro la tensión sexual apenas encuentra curso. Sobre todo, porque así como el cuerpo pone todo de su parte, el complejo de culpa tan arraigado cobra su factura en los peores momentos. Y ahí va la gente convulsionándose como Christina Ricci en Black Snake Moan pero amarrándose el deseo con el rosario o mordiendo el cirio pascual por pura tradición contradictoria. Afortunadamente uno ha mamado eso desde pequeño y sabe perfectamente cómo forzar las cerraduras. Si no fuera así, terminaríamos todos tan frustrados como Pilatos cuando vio tan fresco al nazareno al tercer día, como despertándose de una beauty nap.
Mis amores las doñas de la procesión de Ixtapalapa, intercediendo por el Cristo y aconsejándole un amparo o una cita con Amnistía Internacional. Osea, si después de dos mil ocho años no les ha quedado claro que al señor le ponen los chingazos y las espinas y el mouse, tons ni cómo ayudarles. Nadie tan precursor del SM y el bondage, pidiendo a gritos que se adelantara Tom of Finland a hacerle un retrato. Dios perdonará a todo mundo, pero no cumple antojos ni endereza jorobados… bueno, sólo a Mademoiselle Rina para aligerarle el trauma de ponerse cachonda con Enrique Álvarez Felix (aparte de jorobada, miope, la mujer).
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