jueves, marzo 13, 2008

Vagina Profunda en Manolo's

Ayer, después de varias horas invertidas en ponerme al día con la serie Sex and the City, protagonizada por la caballona Sarah Jessica Parker, su obsesión por los tacones y las relaciones amorosas que no llevan a ningún lado y su historia de amor con tres amigas pintorescamente newyorquinas, me pregunto si valió la pena ese tiempo.

Digamos a mi favor que empecé a verla en momentos donde el ocio era una de mis principales actividades y mi host de entonces tiene la colección completita en casa. La terminé de ver por puro ejercicio de continuidad (que en algo tengo que aplicar la constancia), aunque lo único que cambiara de temporada a temporada fuera el corte de cabello de la protagonista, una columnista entrada en años que -por obra y gracia del espíritu santo- puede pagarse ropa y zapatos de marca con los ingresos que le genera una columna semanal en un periódico de bajo perfil, que luego se convierte en un libro muy bien vendido -hasta en París.

S&C es un producto de entretenimiento dirigido a mujeres post-feministas (o avergonzadas del feminismo tanto como el feminismo se avergonzaría de ellas), independientes económicamente pero maniatadas emocional y socialmente. Su éxito, basado en hablar de asuntos que pocas veces se trataban explícitamente en la telvisión comercial como la libertad sexual, el sexo pre y post matrimonial y todo lo relacionado con el sexo (lesbianismo, sexo en grupo, masturbación, juguetes sexuales y un inagotable y cansino etcétera) se basa en no tocar esas estructuras tan arraigadas y fotogénicas de la mujer siempre necesitada de amor, cariño y atención, la del romance como combustible y cortina de humo ante el sexismo interiorizado, la homofobia, el racismo y la histeria contenida del cuento de hadas cosmopolita, tan frágil pero tan necesario como un par de tacones altos, unos diamantes de Tiffany's, un viaje a París o una masectomía.

¿Cuántos amantes de raza diferente a la blanca tuvo Carrie Bradshaw? Sólo la promiscua Samantha (Kim Katrall, la Margarita Gralia que se merecen los gringos) o la insegura y bocona Miranda (Cynthia Nixon) navegaron por las aguas del romance interracial, no sin arrepentirse a tiempo y formar acoplamientos monocromáticos, reconciliándose con la vida gracias a sus diferentes versiones de vida doméstica. Charlotte (Kristin Davis), por su lado, tuvo la osadía de convertirse del protentastismo al judaísmo para poder ser pedida en matrimonio y convertise en una seca madre judía (lo cual equivale a convertirte al cristianismo en Texas), un precedente impensable pero equivalente a la Bree de Desperate Housewives.

Dudo mucho que esta serie haya proporcionado el universal derecho al orgasmo femenino que proclama, al menos no tanto como estimuló el consumo histérico de prendas de vestir (al menos no puso de moda los sombreros de la bruja del 71 que agudizaban la fealdad inmencionable de la Parker, co-productora de la serie) y calzado. A lo más que pudo y podrá aspirar es a convertirse en referencia camp, pues ya los mismos creadores de los personajes desarrollaron una tendencia a lo drag que estoy seguro se negarían a aceptar.

¿Acaso Samantha no es tan aterradora como fascinante porque en realidad es un hombre gay?; ¿Miranda se redime bañando a su suegra senil en la bañera o lo había hecho desde antes, al decidir no abortar a su hijo?; ¿Charlotte es tan annoying sólo por querer acomodar la foto familiar para que luzca perfecta: una familia hecha a medida, con niña importada para hacer juego con la vajilla china? Carrie, nos queda claro, es una size queen (Hello, Mr. Big!)). Lo quiere todo y lo quiere siempre adentro. Es la más deep, pues.

3 comentarios:

Ōkami dijo...

con la que me clavé de más fue con queers as folk (la versión inglesa)en un fin de semana la vi completa, aunque no es muy larga que digamos, menos comparandola con s&c!


;)

Anónimo dijo...

Blame it on oblivion...

Luisa dijo...

Hola,Manu...Desde que ví estos zapatos he andado como loca buscando unos que se le parezcan.