"Yo sé que eres buena persona", me dice el desconocido al momento que casi me arrebata el cigarro para quedarse con las tres. Yo sólo alcanzo a ver una sonrisa calculada y una mirada de borrego a medio morir tan impostada como la de las señoras que piden una moneda en cualquier esquina de la ciudad. Al bajar la mirada me topo con sus piés cubiertos por unos calcetines sucios debajo de unos guraches plateados de tiras. La propuesta chimoltrufiesca me parece, al menos, congruente.
"Yo a todo el que pasa le ofrezco amor", dice este remedo de Agrado, quien ha dedicado su vida a incomodar la de los demás. Yo sólo escucho y alcanzo a mascullar lo titánico de su tarea, pero como todo semi indie-gente el sujeto tiene oído de tísico y reprueba con una mueca mi excepticismo y hastío y algo está a punto de decir cuando se escuchan dentro del bar las notas de una balada ochentosa de la gritona Amanda Miguel. Yo finjo un capítulo epifánico y le digo adiós con la mano al autoinvitado.
"Te quiero mucho", me alcanza a decir. Y yo me devuelvo como impulsado por un resorte para decirle algo que es casi un postulado para mi y que pocas veces está tan bien utilizado:
-Tú no me quieres. Lo que pasa es que no me conoces.
Acto seguido, me pierdo entre las notas amargosas y katebushescas de la Miguel, lamentándose las mentiras de alguien que la dejó con el corazón destrozado, el rostro mojado y tan desdichada como el dador de amor que se terminó mi cigarro.
PS: ¿Qué le pasa a la gente que le cambia a uno de nacionalidad por el simple hecho de ponerse una boina?
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