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"Yo a todo el que pasa le ofrezco amor", dice este remedo de Agrado, quien ha dedicado su vida a incomodar la de los demás. Yo sólo escucho y alcanzo a mascullar lo titánico de su tarea, pero como todo semi indie-gente el sujeto tiene oído de tísico y reprueba con una mueca mi excepticismo y hastío y algo está a punto de decir cuando se escuchan dentro del bar las notas de una balada ochentosa de la gritona Amanda Miguel. Yo finjo un capítulo epifánico y le digo adiós con la mano al autoinvitado.
"Te quiero mucho", me alcanza a decir. Y yo me devuelvo como impulsado por un resorte para decirle algo que es casi un postulado para mi y que pocas veces está tan bien utilizado:
-Tú no me quieres. Lo que pasa es que no me conoces.
Acto seguido, me pierdo entre las notas amargosas y katebushescas de la Miguel, lamentándose las mentiras de alguien que la dejó con el corazón destrozado, el rostro mojado y tan desdichada como el dador de amor que se terminó mi cigarro.
PS: ¿Qué le pasa a la gente que le cambia a uno de nacionalidad por el simple hecho de ponerse una boina?
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