miércoles, septiembre 24, 2008

Miedo al miedo

Y así. Como quien no quiere la cosa te enfrentas una y otra vez al mismo esquema, al interés alimentado por el desinterés y mi desapego. La gente llega y se va como una ráfaga de aire agridulce y sólo queda una huella en el cuello que se borra en tres o cuatro días, una sensación en el cuerpo parecido a una cicatriz transitoria, un número telefónico al que nunca recurres porque las historias repetidas no entran en el saco de la desesperación sino en el del hastío. Y te preguntas si la gente ve en tí algo que tu no alcanzas siquiera a divisar, que si tus ojos dicen una cosa y tu boca otra, pero yo cuando se trata de mi no hablo mucho, mejor lo escribo o lo olvido. Y luego incluso piensas que sería bonito -sí, esa palabra tan tramposa- que esa gente encontrara en ti lo que busca o lo que creen tienes para ofrecer, pero en cada mirada se borran las preguntas antes siquiera de atisbar las respuestas, o las promesas. Hay quienes piensan que si no te comportas como una mierda ya eres de pronto la salvación, la pirinola que cae siempre en Toma Todo. Y en realidad nadie pone nada si no es el cuerpo, que lo demás tiene tantos rayones como un disco de vinil (o una nalga llena de estrías, casi pandémicas), pero de pronto el cuerpo también se desvanece y se repliega y se escapa como todo lo que quiere sobrevivir a la nada. Yo a veces creo que me gustaría ser diferente si tuviera opción, saber decir que sí o expresar mejor mis sentimientos, pero cómo va a expresar uno fielmente algo que realmente nunca tiene claro y cómo va a necesitar uno desesperadamente a los demás sin convertirse en una rémora, un lastre o un amuleto.

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