Hoy vi un documental acerca del suicidio y apenas ayer platicaba con una amiga del caos que se avecina en el país -e intuyo en el mundo- cuando toda la población económicamente activa en estos momentos se convierta en un lastre para el sistema económico que se ha encargado de ir desmantelando los programas de salud y de pensiones para facilitarles el camino a las empresas chantajistas con los gobiernos, que con la mano en la cintura especulan con los derechos de los trabajadores alguna vez fundamentales y hoy canjeables por esa espantosa equis tan temida los domingos con Chabelo, que fue el rescate bncario de los noventa y la consecuente y cínica rebatinga en que se han convertido los afores y demás reestructuraciones institucionales.
La cosa no es nueva y la sensación de desamparo que permea la sociedad convertirá nuestro futuro en una tragicómica adaptación a la mexicana de aquellas películas futuristas rusas que vi de niño, sólo que con un poco más de color y folclorismos verbales, que lo último que se pierde es el estilo (por eso no tenemos un Vajda o un Tarkovski -me atrevería a decir que gracias a Freud- y sí versiones chiconcuac de Tarantinos o Cassavetes y uno que otro que se cree Bresson).
Por eso me enternece ver la fascinación infantil de mis roomates con el fin del mundo, el apocalipsis y las profecías de Nostradamus y los mayas y las que vayan surgiendo. No sólo porque su fascinación es idéntica a aquella de quienes alucinan la maniquea feria de atracciones Lego de Star Wars sino porque ubican una destrucción de ficción, espectacular y cósmica -lista para la cámara- cuando en realidad todo resultará menos fotogénico de lo que quisieramos y la verdadera peste no la traerán los roedores sino las mismas acciones humanas, esas que no pueden desarticularse y estudiarse en un laboratorio, aislando el gen de la irresponsabilidad y la inconciencia.
Entre sorbo de café, leyendo sobre el origen del universo según la revista Quo y un proyecto de recrear la supuesta exploción atómica de la que proveemos me pregunto si la miopía no será la principal pandemia humana.
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