No sé como puede extrañarle a la gente que uno esté cansado después de 365 días con sus horas y minutos siguiendo al pié de la letra el guión improvisado de este año que termina. Yo, por puro afán protagónico (que la ausencia es la mejor de las presencias), pensaba pasarme la última noche del año solo, viendo televisión hasta vomitarla, apagar mi teléfono celular y meter debajo de tres cobijas harta comida chatarra para terminar de indigestarme.
Pero como eso ya lo había hecho un día antes (la comida chatarra fue la causante de mi malestar estomacal y de una fiebre que más le vale haberme quitado algunas libras), la noche del treintayuno estaba más fresco que una lechuga, así que saqué mis mejores garritas y decidí ser guapo por una noche. Y habrá quien pensará que andaba yo en busca de pelea, pero no, eso de ponerse guapo nomás pa’uno implica menos decepciones de las que se imagina. A menos, claro, que se quiera ser enemigo de uno mismo.
El caso es que pasando la cena (riquísima, por cierto), las campanadas, los cuetes y los abrazos agarramos camino para la primera fiesta:
*Mucha cerveza, comida que no probé porque parecían los restos de un indocumentado en el desierto de Arizona, concierto de Madonna como música de fondo que luego cedió paso a La Caliente: pasarela travesti entre la parodia y creyéndose realmente guapas, renunciando en momentos al sarcasmo y homenajeando ese mítico lado femenino que tan mamonamente nos quieren imponer los esquemas bipolares... Mucho trabajo eso de pasar horas para producir una broma de mujer, habrá que preguntarle a aquellas que tienen años queriendo ser tomadas en serio decontruyéndose debajo del maquillaje.
*Segunda parada en una fiesta más bien dispersa, donde cada uno de los invitados parecía querer encontrar su lugar como accesorio decorativo en una casa de interés social con pretensiones de clase. La música de fondo iba desde La Quinta Estación queriendo venirse en la boca de no sé quién hasta una Lupita D’alessio en esteroides. No me enteré yo nunca que la última moda del año que se acabó era el travestismo, tampoco me enteré que era divertido. Shame on me!
*La fiesta que cerró con broche de oro estaba, gracias a Freud, mucho más relajada. Que sea gracias al alcohol y otras sustancias es completamente irrelevante, simple y sencillamente se agradece. Aunque no faltó el que se esperó hasta el último momento para salir del clóset delante de su esposa. Hellooou!!!??? Estamos en Sonora, donde no hace falta hacer semejante numerito, a menos que de plano lo suyo sea el autoboicot. En fin, esperemos que todo haya sido un desliz guardado en el nunca más oportuno blackout.
Siete de la mañana, metido debajo de mis cobijas y pensando en cómo pudo haber sido diferente el fin de año de haberme ido a San Carlos con mi familia y me digo que las cosas sólo pueden ser realmente diferentes cuando uno es otra persona.
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