A veces pienso que el miedo a estar gordo es miedo a invadir más espacio del que le corresponde a uno. Yo no tengo nada particularmente contra la gente gorda, a menos creo que no tanto en contra como ellos mismos.
La idea de un gordo feliz es tan absurda como la de un flaco feliz, la felicidad es igual de asequible o quimérica para todos, independientemente del índice de masa corporal. Incluso, podría cerrar la idea diciendo que la felicidad no… pero NO (el nihilismo también es un cliché).
El asunto es que cuando (siendo conciente de sus dimensiones) la gente irrespeta el espacio de los demás, la puerca tuerce el rabo. Y cuando los demás son YO -un neurótico consumado- la cosa agarra tintes olímpicos.
Es que no hay manera de hacer ver ese tipo de actitudes inconcientes sin sonar medio –o muy- freaky, grosero o las dos cosas. El espacio es de uno, pero la percepción general es muchas veces lejana a la particular. La norma es callar y quebrantar esa norma tiene su precio. Precio que no me importa pagar: quiero mi aire, mi espacio, mi lado del escritorio, mi horizonte particular, quiero a la gente lejos y a la que quiera cerca ya se lo haré saber yo mismo.
Freud, I guess I need to get laid! It’s an emergency…
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