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Igual pueden ser pretextos, pero uno nunca va a saber. Afortunadamente las excusas tampoco son privativas de ese género, que ha aprendido a hacer de cualquier desventaja un estandarte a su favor.
Cada vez que lloro con una película me pregunto cuanta testosterona me estará saliendo por los ojos e inmediatamente me pongo derecho y trato de eructar, siguiendo el ejemplo del gran Homero (no, ese no, el de los Simpsons).
En público me pasó con Dancer in the Dark: iba con una amiga y ninguno de los dos se atrevía a voltear a ver el rostro del otro, sobre todo porque el cine estaba lleno de gringos llorando, pero llorando neta, como bebé que le han quitado la teta antes de terminarla. Saliendo rumbo al baño no hubo necesidad de limpiarse a escondidas las lágrimas pues era un plañiderío incontrolable.
En privado me ha pasado con El Jorobado de Notre Dame (la de Disney no), Once were Warriors, Of Mice and Men y anoche, again, con I am Sam.
Y sí, hay mucho crap en esas películas manipuladoras, pero es interesante ver como esas teclas que pensábamos oxidadas funcionan a la perfección con las cosas más insospechadas y hasta ridículas.
4 comentarios:
Mira tú, de tanto en tanto me sorprendescon una vena emocional, como con el post de tu hermano y este...
llorar con películas tristes no es tan inusual... yo a veces lloro con comerciales de televisión. eso sí es feo (y no necesariamente coincide con mi menstruación)
Yo la verdad, a la vena emocional no le veo nada de malo, pero sí de trilladita.
Creo que el ejercicio de la frialdad es a veces más interesante que cualquier arrebato emocional, que de esos tenemos todos los dias, y cada vez con menos pudor.
¡Basta de patrañas! ¡Yo no lloré con Dancer in the Dark! (nomás bajé la mirada por solidaridad)
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