martes, julio 19, 2005

Jellyfish

Y la noche fue nuestra, toda para nosotros y nuestros desfiguros. El alcohol, la música y todo lo demás fueron los patrocinadores de una noche de excesos, de un bacanal que habría sido la envidia de la Roma en decadencia. Fue la noche de perdernos el respeto y de derribar la imagen de bien portados que los vecinos tenían de nosotros.
De pronto el patio de mi casa fue un escenario donde brillaron luminarias de alto, mediano y bajo perfil, pero todas en personaje. Instaladas en el papel que la noche tuvo para ellas, papel que iba cobrando color y matices mediante se iba vaciando la hielera, pero como por obra y gracia del espíritu pagano, la cerveza se multiplicaba y de pronto la hielera era una gorda generosa que se alimentaba de nuestra risa, de nuestro gozo, de nuestra música.
Fue la noche también de los desfiguros programados, de las divas cansadas y sus emergentes, del revival de la Abdul, de los covers ochenteros, del electrospain, pero definitivamente fue una noche para el Pop que Warhol se volvería a morir.
Y después fue el día en la playa, del paseo humanitario en pro de los pseudo-yonquis, de las aguamalas en el brazo, del sol sobre la espalda y el mar en la cara, de las olas amistosas y las medusas azules, abiertas de par en par, como balones ponchados por la vecina malcogida.
Fue la noche del sueño profundo y salado, la noche de descubrir el fantasma a los pies de mi cama, que intenta asustarme y que entre bostezo y bostezo le digo: no tengo tiempo para esto: Saaarry!

1 comentario:

Manuel dijo...

Es medio verde y medio negro, no se bien, camina lento y jorobado como animación digital de película de Spielberg... una hueva de fantasma pues. Nisiquiera me quitó el sueño. Con eso digo todo.